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domingo,
22 de
julio de
2007 |
"¿Y matar a Inodoro ?
Jorge Salum / La Capital
El Negro vestía remera, pantalones cortos y medias de fútbol. Calzaba ojotas, como casi siempre que estaba de entrecasa. Invitó a pasar y llevó al hombre que había ido a visitarlo al estudio donde trabajaba. Allí, desplegados sobre el tablero de dibujo, se veían los primeros trazos de algunas de las historias que preparaba aquel día para el diario. Enseguidapreparó unos mates y se pusieron a conversar.
Pasó un rato hasta que el visitante fue al grano. Soltó la frase casi al mismo tiempo que exprimía las últimas humedades de un mate que empezaba a lavarse. “Quiero que seas secretario de Cultura de la provincia”, le dijo y trató de adivinar en el primer gesto del Negro cuál sería la respuesta.
“¿Y qué haría yo como secretario de Cultura?”, retrucó él mientras renovaba la yerba. Su interlocutor le explicó que había pensado en designarlo porque lo veía como un referente, no de la cultura en un sentido académico y refinado, sino de la que incluye a las mayorías. “Sos un tipo que representa como pocos a la cultura popular”, le dijo para convencerlo.
La siguiente respuesta le causó gracia al hombre que había llegado a Alberdi desde Santa Fe. “Pero si yo soy un negro vago”, balbuceó luego de preguntar de qué tendría que ocuparse en caso de que aceptar convertirse en funcionario. Y agregó: “Imaginate que justo hay una reunión de gabinete y juega Central. Yo me iría a la mierda”.
Hubo carcajadas, pero el visitante insistió. El Negro no quería ser descortés, pero la propuesta no lo seducía. “A mí dejame dibujando”, insistía. “¿O vos querés que mate a Inodoro Pereyra?”.
“Ahí me di cuenta de que tenía razón, si trabajaba para el gobierno no tendría tiempo para dibujar”, cuenta ahora el hombre que quería convertirlo en secretario de Cultura a partir del 10 de diciembre de 1995.
El gobernador electo Jorge Obeid aceptó entonces un par de mates más, se despidió resignado pero con el afecto intacto y se fue pensando en otros nombres para un cargo que el “negro vago” no quiso aceptar. Y Fontanarrosa siguió dibujando. l
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