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 domingo, 17 de junio de 2007  
[Lecturas]
La aventura de editar

Sebastián Riestra / La Capital

Ensayo

Por orden alfabético, de Jorge Herralde. Anagarama, Barcelona, 2006, 360 páginas, $ 65.

Entrar a una buena librería argentina a principios de los años ochenta traía aparejado, para cualquier amante de la literatura que no dispusiera de un sólido respaldo económico, un nivel de padecimiento entre mediano e intolerable. La razón del sufrimiento tenía, entre otros, un nombre todavía misterioso: Anagrama. Los volúmenes sólidamente cosidos, elegantemente encuadernados y brillantemente presentados de la editorial barcelonesa se habían convertido en objeto de deseo de los cazadores más avezados.

La lista de nombres incluidos en su catálogo, presidido por esperados aires de renovación, tentaba a cualquiera: Raymond Carver, Richard Ford, Charles Bukowski, Martin Amis, Julian Barnes, Antonio Tabucchi, William Faulkner, Kurt Vonnegut, P. G. Wodehouse, Tom Wolfe, Patricia Higsmith y la lista (larga, por cierto) seguía y sigue. Pero el precio no ayudaba: importación mediante, eran y continúan siendo caros.

El creador de tanta bienvenida frustración tiene nombre y apellido: Jorge Herralde. El fundador y director de Anagrama, la editorial en cuestión, ya puede permitirse el lujo, tras casi cuatro décadas de arduo y exitoso trabajo, de publicar sus memorias. Remiso aún a la forma estrictamente memorialística, el catalán ha lanzado sin embargo un volumen que cumple con esa función ad hoc: “Por orden alfabético”, publicado (usted acertó) por Anagrama.



El placer como excusa

Vasta recopilación de artículos, el libro se lee con innegable placer. Y el recorrido por sus páginas permite, además de divertirse, confrontar face to face con muchos de los problemas centrales de la edición de literatura en lengua española en el último cuarto del siglo veinte y el primer lustro del aún joven veintiuno.

Dentro del jugoso terreno de la anécdota, revelar los secretos escondidos en la obra sería asemejarse demasiado a aquellos espectadores cinematográficos que salen de ver una película policial revelando en alta voz la identidad del asesino. Pero la excursión por Los Angeles en busca de Bukowski y sus interminables botellas de vino del Rin, la cena con Patricia Higsmith y el alcalde madrileño, la evolución caracterológica de Enrique Vila-Matas y el modo en que fumaba hierba nuestro bien conocido Mario Trejo son estaciones donde vale la pena detenerse, antes de sonreír.

Pese a tanto legítimo entretenimiento (¿qué tiene de malo el chisme?), el recurrente comentario sobre el paisaje novelístico español no constituye una receta atractiva para el lector argentino medio, que con las excepciones del caso tiende, cuando lo contempla durante cierto tiempo, a bostezar. Pero bien querrían, sin embargo, los escritores nacionales contar con un Herralde vernáculo. Abierto, inquieto, amante de los riesgos y las apuestas audaces, el creador de la colección Panorama de Narrativas podrá (y de hecho a veces lo hace) equivocarse en sus elecciones, pero el espíritu que lo anima merece ser defendido a capa y espada.

Cuando el panorama editorial se encuentra dominado por la lógica corporativa que imponen los grandes grupos y la ganancia es entronizada en un sitial excluyente, sólo se puede escapar del cepo por intermedio de los editores independientes. Los peligros hace rato han dejado de pertenecer al territorio de las hipótesis o las suposiciones y están aquí, de libro presente. Las consecuencias de la concentración del negocio editorial pueden ser letales —ya lo están siendo— para la literatura creativa.

Se necesitan con urgencia editores capaces de confiar en su gusto y su olfato, más que en los estudios de marketing. Que crean en la capacidad de los lectores, en vez de subestimarlos. Que partan de la pureza, y no del cinismo.

¿Nostalgia? Sin dudas. Pero en lo que se refiere al contexto argentino, resulta difícil olvidar, entre tantos otros, a don Gonzalo Losada, a la dupla Jacobo Muchnik-Aldo Pellegrini trabajando duro en Fabril Editora, a José Boris Spivacov abriendo libros para todos desde el Centro Editor de América Latina. Todo perdido, mejor dicho, destruido por un país devastador en el terreno económico o el liso y llano autoritarismo asesino de las dictaduras militares.

Herralde es una rama de ese querible árbol. Parangonando una célebre frase del Che Guevara, y pese a los errores cometidos, acaso se justifique decir que hacen falta “uno, dos, muchos Herraldes”. Para leer más y mejor.
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