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 domingo, 17 de junio de 2007  
[Literatura]
Delia Crochet: decir siempre
Editorial Alción acaba de publicar "Decir ahora" donde la rosarina vuelve a mostrar su notable oficio de narradora

Angélica Gorodischer

Son veintidós cuentos. Me arriesgaría a decir que todos son diferentes, que cada uno narra una experiencia, casi siempre desesperada, y que en cada uno los episodios, las peripecias se van desenvolviendo según una trama intocada por los demás. Tal vez si dijera eso, no estaría mintiendo. Sólo que no me satisface del todo, y que si me pregunto por qué, descubro que lo que pasa es que todos, los veintidós, son un solo cuento.

Un momento. Eso no es posible. A veces se oye aquello de que una escribe siempre el mismo libro y hay que ponerse a pensar hasta qué punto es cierto y hasta qué otro punto es un error de los más gruesos que pueden cometerse en esto de la lectura ininterrumpida, la lectura de siempre, la lectura como costumbre, la lectura del día que está incompleto sin ella.

Ya sabemos. Los contrarios no se excluyen. Un día puede ser caluroso y al mismo tiempo frío como en la famosa carta de Aldous Huxley, un cuento puede ser muchos cuentos y escribiendo libros muy distintos puede una estar escribiendo siempre el mismo libro, aquél que no la abandonó nunca, aquél que todavía no vio la luz, aquél que un día se escribirá, aquél que jamás, aquél que fue escrito e ignorado de tan secreto, de tan clandestinamente ocultado detrás de otras palabras, como si no hubiera existido, vamos.

Qué pasa entonces con estos veintidós cuentos que son uno solo pero son tan distintos entre sí.

Pasa que el lenguaje es misterioso: que jamás sabremos cómo fue que empezó allá entre, quizás, cuarenta mil y cien mil años, qué mecanismos se movieron, alentaron y resonaron en la garganta y en el fuelle de los pulmones y sobre todo en la bruma que nublaba no solamente los ojos sino también lo que algún día sería el entendimiento de esas raras criaturas que aun no se habían hecho la primera pregunta acerca de sí mismas; que nadie nos explicará por qué fracasó en su intento de llegar al cielo y se quedó ahí, suspendido, prematuro, en busca de un objetivo que no alcanzaba a ver todavía y que era, digámoslo de una vez, la voz de la humanidad.

Pasa que el lenguaje es misterioso y que porque sabemos tan poco de él, creemos que lo sabemos todo y todavía hoy hay quienes dicen que el lenguaje es eso que sirve para comunicarnos entre nosotros.

Pasa que el lenguaje es misterioso y no nos entrega todo de golpe, no: una sílaba hoy, las diéresis mañana, un adjetivo dentro de mil trescientos años, la desaparición de una consonante hace un par de semanas, la eñe, el vasco, las trampas de los significados.

Pasa que hay quienes se acercan a esos misterios dispuestas a levantar el velo, a desafiar y terminar por dominar al que se resiste, a veces a fuerza de ingenio, a veces a fuerza de halagos, de sonrisas; a veces a fuerza de azote y látigo, todos los días, todos los minutos con la esperanza de encontrar en el camino al príncipe de Dinamarca o al caballero del jumento flaco.

Siempre lo intentaremos, siempre. Por eso justamente, porque el lenguaje es misterioso y no se nos entrega más que una vez cada quinientos años y aun así no a todas y a todos. Muy de vez en cuando, en unas ruinas circulares por ejemplo, o en el viaje y la muerte de una nordestina.

Pero no todo es desolación e ignorancia, al contrario. Y no lo es porque el misterio del lenguaje no es oscuro y sórdido sino brillante y majestuoso. Quién, entonces, puede negarse a una excursión por los caminos de diamante y sol; quién puede decir no al canto de sirena de las palabras; quién puede decidir que no intentará llegar al cielo y sumergirse en todas las voces de este mundo y en las de los otros mundos.

Delia Crochet sabe de los misterios del lenguaje. Lo adivinamos cuando leemos su libro de cuentos “Decir ahora”. El libro se llama “Decir ahora”, pero no hay en él un cuento que lleve ese título. Yo sospecho que decir ahora como título del libro de cuentos, significa que hay que poner sobre el tapete todo eso que venimos diciendo acerca del misterio del lenguaje.

Digamos ahora todo lo que tenemos para decir, eso significa. Digámoslo para jugarle una mala pasada al misterio, o para construir una torre que llegue hasta el cielo aun cuando sepamos que nunca la vamos a terminar. Digamos ahora todo lo que tenemos para decir porque mañana será el lenguaje el que nos muestre su lado riente y engañoso y nos diga

—No llegaste,

  cosa que significa que nos invita a volver a empezar. Que es lo que hacemos, claro. Que es lo que hace Delia en estos cuentos. Volver a empezar. Y volver a triunfar en la derrota. Decir, por ejemplo, que es imposible decir lo que decimos, ¿Cómo? Y entonces, ¿cómo es que lo decimos? Bueno, porque construimos poco a poco la torre que va a llegar al cielo.

De eso se encargan, en los cuentos de Delia, los personajes que transitan por sus veintidós cuentos que son uno solo.

Qué dice ese cuento, Dice, justamente, que lo que se dice oculta ese misterio que va en busca de la voz de la humanidad. La muchacha que espera en la sala de las esperas (de paso, astucia perfecta, ésa de transformar la sala de espera en la sala de las esperas: un plural, eso es todo, y el misterio vuelve a acecharnos desde atrás de las sílabas), el viejo solitario que desprecia y desea a la mujer de la limpieza, los matrimonios habladores que comen en el restaurante bajo los árboles en espera de un milagro al que nadie nombra, las hermanas que miran pasar la vida a través de la vidriera de la mercería, Basilio, la que se olvida el abrigo azul en el ómnibus, el ama de casa que se equivoca, o no, de departamento (nueva astucia, esta vez de la ausencia: ¿se equivocó?, ¿ella es la que era?, o ¿la otra es ella todo el tiempo?, ¿o hay dos?, ¿o hay una sola?), el hombre aquel que pasa por la vereda de enfrente y la mira. Todos ellos, ellas, quienes se mueven a través de los párrafos, dicen, tratan de decir, a veces sin palabras y sólo con gestos, lo que aman, lo que desean, lo que odian, lo que persiguen, lo que han dejado atrás. Y no lo logran.

Es Delia en cambio, la que logra que sus personajes se sirvan del lenguaje o de la ausencia de lenguaje para mostrar las entrañas de su desesperanza.

A través de la brillante cortina del misterio de las palabras Delia Crochet maneja los diálogos y los monólogos interiores para que sepamos que no todo está perdido, que habrá otro intento, que la torre se levanta paso a paso y que nunca llegará al cielo pero que eso no importa. Al contrario, que es una suerte casi inimaginable porque permitirá, a quién, a todos, a todas, al destino, que haya una vez más otro ahora para decir lo que infatigablemente se debe decir, para pasar a través del ropaje del misterio y dar a luz una vez y otra vez el intento que inauguró la caja de resonancia de la humanidad el día en el que se dijo la primera palabra.

Seguiremos escribiendo. Narradores de la talla de Delia Crochet, aprendices, genios, ciegos de palabras, seguirán escribiendo y mostrando a los ojos de quienes leen que no todo está perdido. Que el camino de sol y diamante se tiende desde la página frente a nuestros ojos hasta el remate de la torre que, esperemos, no llegará nunca al cielo.
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Delia Crochet. En 1988 obtuvo el primer premio en el concurso Manuel Musto.


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