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 domingo, 28 de enero de 2007  
Para beber: exigencias del mercado

Gabriela Gasparini

Reconozco que este podría ser el clásico caso donde la sabiduría popular recomienda: no aclares que oscurece. Me quedé pensando que en la nota del domingo pasado se había perdido mi parecer en los vericuetos del texto, sobre la transmisión de conocimientos que nos llegan de la mano de la tradición que surge de la tierra, mezclado con la opinión sobre lo poco efectiva que resultaría una campaña para escolares en el intento de salvar el mercado vinícola francés.

Para mi tranquilidad, quiero aclarar que apoyo fervientemente la difusión en las escuelas de todo lo relacionado con la gastronomía y los productos regionales. Al contrario, me parece bárbaro el trabajo que está haciendo Slow Food con los chicos, llevando a las escuelas platos que parecían perdidos allá lejos y hace tiempo como la mazamorra, o haciendo conocer sabores típicos de distintas zonas de nuestro país a los habitantes de estas latitudes, tan enfrascados en el apuro de la comida rápida que ni siquiera soñaban con su existencia.

Lo que opino es que el caso de vino es distinto, y que la iniciativa de los legisladores está lejos de ser ni una mínima parte de la solución a la crisis de la industria vitivinícola francesa, la que a todas luces parece necesitar otro tipo de medidas, como ocurre en casi toda Europa. Por otro lado, cuando la situación alcanzó tal magnitud que llevó en un momento a los productores a disparar contra el tanque de nafta, y luego incendiar un camión que transportaba vino español con el conductor durmiendo en la cabina; cuando en manifestaciones multitudinarias arrasaron con las botellas de etiquetas extranjeras en tiendas y supermercados, y derramaron un millón de litros en alcantarillas, la salida no pasa por la currícula escolar.

Lo que sí se podría hacer, llegado el caso, es bregar para que se entienda que beber es un placer que debe realizarse de manera responsable, aunque estoy convencida de que es una tarea que si no encuentra su correlato en el hogar de poco servirá que se machaque en el aula. Pero, el tema galo de fondo, la caída en las ventas, amerita un cambio en la política implementada hacia y desde el sector.

Los franceses han perdido una buena parte del mercado inglés en manos de las bodegas del Nuevo Mundo, y no por falta de calidad, sino por la dificultad que tienen en comunicar de manera sencilla de qué se trata el contenido de la botella, eso mismo es lo que les impide reinar en los países asiáticos. Una de las alternativas, puesta en práctica meses atrás durante una feria en Inglaterra para captar a los novatos en la cultura del vino, fue la de introducir cambios en sus etiquetas, en lugar de las denominaciones regionales con las que se identifican los vinos se resaltaba para qué tipo de experiencia sería más adecuado el caldo: “noches en casa”, “noches fuera de casa”, “cenas”, “celebraciones”, “al aire libre”, “Navidad”, demostrando a su vez la diversidad que caracteriza a Francia.

Las rígidas normas que deben acatar los productores es quizás una de las razones que más los enfrenta a sus jóvenes competidores. Hace ya años que la Asociación de Vinos y Alcoholes de Gran Bretaña advirtió a la industria vitivinícola europea. Francia es la que demostró su ira pero no es en el único país donde las leyes se presentan como demasiado estrictas para los tiempos que corren. A eso hay que agregar que tienen una legislación que rige para el conjunto, que debía analizar su panorama desde una perspectiva centrada en el interés de los consumidores para no perder más terreno, ya que “al no estar el Nuevo Mundo sometido a una normativa como la europea, tiene la posibilidad de innovar con variedades, estilos y tecnologías de una forma que sería imposible en el Viejo Continente”, declaró un portavoz.

También sostuvo que era necesario concentrarse más en las necesidades del consumidor y menos en los intereses del productor, y que las marcas, la mercadotecnia y los etiquetados claros se deben actualizar para cumplir las exigencias del mercado. Sin soslayar que los vinos europeos son maravillosos, pero que deben competir bajo las restrictivas reglas de la normativa vinícola común.

Los franceses también le echaron la culpa de la disminución de las ventas a las campañas de control de alcoholemia que había puesto en práctica el gobierno. Para contrarrestar ese efecto, los restaurantes implementaron las bolsitas de papel marrón para llevarse a casa lo que quedara en la botella para no desperdiciar ni un solo trago que estuviera pago. Pero los rosarinos sabemos que nadie deja de tomar vino porque camino a casa deba enfrentarse al famoso soplido. Se opta por una ingesta más razonable, esperando sentados tomando con amigos una tacita de café.

El placer de beber se consigue si sólo se hace con sensatez, para percibir los aromas, sabores y colores que impactan todos nuestros sentidos, y nos hace elegir un vino u otro, entre tantas otras posibilidades.
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