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 domingo, 17 de diciembre de 2006  
Corrientes: El misterioso mundo de los Esteros del Iberá

El laberinto verde de pantanos y lagunas que forman el Parque Provincial Esteros del Iberá es uno de los últimos paraísos ecológicos del mundo, que se extiende a través de un millón doscientas mil hectáreas en una depresión geológica de la provincia de Corrientes.

Los esteros correntinos son el segundo humedal de las Américas, después del Pantanal del Mato Groso, en Brasil, a los que le sigue el descuidado bañado La Estrella, en Formosa, situado a cincuenta kilómetros de la localidad de Las Lomitas.

La ciudad de los esteros es Colonia Carlos Pellegrini, situada a orillas de la laguna Iberá, una de las siete lagunas grandes del ecosistema, cuya población disminuyó en los últimos años. Actualmente Carlos Pellegrini tiene 600 habitantes, pero con el auge del turismo la situación podría revertirse.

El flujo turístico se divide, en igual número, entre visitantes locales y extranjeros, estos últimos en su mayoría ingleses y alemanes. El lugar cobró notoriedad a través de las acciones emprendidas por el empresario norteamericano Douglas Tompkins, quien fue adquiriendo campos de entre 20 y 30 mil hectáreas, con una característica común: todos lindan con el agua de los esteros.

Por ahora Tompkins se dedica a forestar sus tierras con especies autóctonas, y a poblar sus dominios también con animales autóctonos, mientras habita en una reciclada mansión centenaria. Uno de los primeros en abordar el misterioso mundo de los esteros fue el historiador Francisco Javier de Charlevoix, quien relató que el lago estaba formado por islas flotantes en las que se refugiaban los aborígenes caracarás, descendientes de los primitivos señores de la comarca: los guaraníes caingang.

Los ataques de los caracarás decidieron en 1639 a don Mendo de la Cueva y Benavidez, gobernador del Río de la Plata, a enviar una expedición al mando de Cristobal Garay y Saavedra, que apenas se enfrentó con ancianas abandonadas que los atacaron con chuzas y lanzas, porque los caracarás se habían escondido en los esteros.

Hay muchas razones para pensar que ese pueblo fue diezmado, pero aún a comienzos del siglo pasado se decía que moraban en lo más intrincado de los embalsados -en la isla La Misteriosa- a la que los mariscadores o cazadores furtivos temían acercarse.

Recién luego de muchos intentos por reconocer esta maravilla de la naturaleza, en 1966 una expedición organizada por el explorador y arqueólogo correntino Santiago Tavella Madariaga penetró en los esteros.

La expedición demostró que se puede navegar por varios de sus canales, y por primera vez se compartió la vida cotidiana de los pocos pobladores, hombres diestros en arponear en el agua a dorados, surubíes y rayas, y a las extrañas bogas doradas y plateadas.

En esta reserva de agua dulce, una de las más importantes del continente, habitada por el aguará guazú, el venado de las pampas, el ciervo de los pantanos y también por carpinchos y monos carayá, se podrían encontrar las razones del ambientalista extranjero.

Lo cierto es que cuando llegan los fuertes vendavales y las grandes crecientes, los entrelazamientos de plantas acuáticas cambian de lugar y los nativos creen ver islas fantasmas. Algunos se enfrentan al peligro del aumento de 80 centímetros por año en el nivel de agua de la laguna, que si bien no está comprobado, se le atribuye a la represa binacional de Yaciretá. "Podríamos tener nuestra propia Atlántida", sentencian otros.
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El parque provincial es el segundo humedal de las Américas, después del Mato Grosso.



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