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domingo,
17 de
diciembre de
2006 |
Dos escritos de Trotsky sobre el pequeño "Seva"
En al menos dos escritos, León Trotsky refiere a su nieto Esteban, o "Seva", como solía llamarlo. Uno de ellos fue publicado en medios periodísticos cuando el líder revolucionario debió encarar una serie de reclamos formales para lograr la custodia del pequeño, que por entonces residía en París junto a la viuda de un hijo suyo. Allí defiende el lazo familiar con firmeza.
El otro texto, del cual Señales reproduce un fragmento, fue escrito por Trotsky días después del atentando que sufrió en México y del cual salió ileso. Bajo el título "Stalin me quiere matar", el líder revolucionario describe detalladamente el violento ingreso de un comando estalinista a la casa de calle Viena 19, y advierte sobre la presencia de su nieto que resultó herido. El artículo completo fue publicado por primera vez un año después de la muerte de Trotsky.
El "secuestro" del nieto de Trotsky1
26 de marzo de 1939
Aunque madame Jeanne Martin des Pallieres no tenía ningún dominio legal sobre mi nieto, la insté a que viniera a México a vivir con el niño en nuestra casa, o al menos discutir y decidir con nosotros su futuro. Se negó y al mismo tiempo trató de apoderarse de mis archivos por razones que no están claras.
Como los informes de mis amigos de París me demostraron que era imposible dejar a mi nieto con esta persona incluso durante un corto tiempo, informé de la cuestión a las autoridades francesas a través de intermediarios de la legación francesa en México y de mi abogado en París, mister Gerard Rosenthal.
Las autoridades competentes reconocieron la entera justicia de mi solicitud por este niño, cuyo único pariente en el mundo actualmente soy yo. Por un período transitorio confié el niño a mis amigos de París, actitud que fue avalada por la administración judicial. El niño se encuentra en las mejores manos posibles mientras aguarda el momento de reunirse conmigo.
Esta historia del secuestro fue elaborada del principio al fin por la imaginación enfermiza de madame Martin des Pallieres.
Stalin quiere mi muerte
8 de junio de 1940
El ataque fue de madrugada, alrededor de las cuatro. Yo estaba profundamente dormido, ya que había tomado un somnífero después de un día de trabajo duro. Me despertó el tableteo de una ametralladora. Pero me sentía muy soñoliento; primero pensé que estaban prendiendo fuegos artificiales frente a mi casa, celebrando alguna fiesta nacional. Pero las explosiones estaban muy cerca; las sentía dentro de la habitación, al lado y por encima mío.
El olor de la pólvora se hizo más fuerte, más penetrante. Era evidente; sucedía lo que habíamos esperado siempre; nos atacaban. ¿Dónde estaban los policías que hacían guardia en la puerta? ¿Estaba adentro mi custodia? ¿Los habían amordazado? ¿Secuestrado? ¿Matado? Mi esposa ya había saltado de la cama. El tiroteo continuaba sin cesar. Mi esposa después me contó que me ayudó a tirarme al suelo, empujándome al espacio que queda libre entre la cama y la pared. Era cierto. Se había quedado dando vueltas junto a mí, al lado de la pared, como para protegerme con su cuerpo. Pero con murmullos y gestos la convencí de que se tirara al suelo.
Los tiros venían de todas partes; era difícil decir exactamente de dónde. En determinado momento mi esposa, como me dijo luego, pudo distinguir claramente el resplandor que produce un arma al tirar; en consecuencia, nos disparaban desde la misma habitación, aunque no podíamos ver a nadie. Mi impresión es que se tiraron alrededor de doscientos tiros, de los cuales unos cien cayeron cerca nuestro.
En todas direcciones volaban trozos de vidrio de las ventanas y astillas de las paredes. Poco después sentí que tenía dos heridas leves en la pierna derecha.
Cuando se acalló el tiroteo oímos a nuestro nieto que gritaba en la habitación de al lado: "¡Abuelo!" La voz del niño sonando en la oscuridad es el recuerdo más trágico que tengo de esa noche. El niño, luego de que los primeros tiros cruzaron diagonalmente su lecho (como lo demuestran las marcas que quedaron en la puerta y la pared), se tiró debajo de la cama. Uno de los asaltantes, aparentemente llevado por el pánico, tiró al lecho, la bala atravesó el colchón, golpeó a nuestro nieto en el pulgar y se clavó en el suelo.
Los asaltantes tiraron dos bombas incendiarias y abandonaron la habitación. Gritando "¡Abuelo!", los siguió hasta el patio, dejando tras de él una estela de sangre y, bajo el tiroteo, se metió en la habitación de uno de los guardias.
Al escuchar el grito del niño, mi esposa llegó hasta su pieza, ya vacía. Adentro, se estaban incendiando el suelo, la puerta y un pequeño armario. "Secuestraron a Seva", le dije. Este fue el momento más doloroso.
Continuaban los tiros, pero ya fuera de nuestro dormitorio, en el patio o fuera de la casa. Aparentemente los terroristas se estaban cubriendo la retirada. Mi esposa se apresuró a ahogar las llamas con una frazada. Estuvo luego una semana curándose las quemaduras...
Fuente: www.ceip.org.ar
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