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domingo,
17 de
diciembre de
2006 |
Un amor literalmente hecho pedazos
María del Carmen Rómbola fue condenada por matar
y hacer trozar a su esposo en Funes. Una historia de novela
María Laura Cicerchia / La Capital
"Quedate tranquila. Adolfo está adentro de un tacho con cal". María del Carmen Rómbola miraba televisión cuando su cómplice le anunció que acababa de descuartizar el robusto cuerpo de su marido. La mujer lo había asesinado tres días antes -"Sos mi mujer, no me podés hacer esto", había suplicado él antes de que lo silenciaran tres disparos sin pausa- y su cadáver se había vuelto una presencia inquietante. Un electricista amigo la ayudó a trozar el cuerpo hasta hacerle perder forma humana, rociarlo con cal y sepultar los restos bajo un horno comunitario. Pero allí donde la evidencia material desaparece, queda el eco perturbador de las palabras: una voz anónima develó el crimen y así salió a la luz la increíble historia que llevaba seis días oculta, dos metros bajo tierra.
El transportista de cargas Adolfo Osvaldo Godoy, de 37 años, fue asesinado el 3 de agosto de 2003. Hace tres semanas, la gestora de automotores María del Carmen Rómbola fue condenada a doce años de cárcel y a indemnizar en 160 mil pesos a los familiares de la víctima. Quien la ayudó a despedazar el cadáver, Andrés Daniel Picotto, de 45, cumplirá una pena de 3 años de prisión en suspenso por encubrimiento y, si el fallo es confirmado, tendrá que desembolsar 30 mil pesos por daño moral.
El juez de Sentencia Luis Giraudo evaluó que los tiros que hirieron al chofer fueron ejecutados con el ánimo deliberado de matar. No respaldó la versión de la mujer, quien sostuvo que fueron accidentales durante un forcejeo. Tampoco que ella desconociera que su cómplice había desmembrado el cadáver. Pero consideró como atenuantes los malos tratos constantes a los que la sometía su pareja.
Aún no se sabe cómo se desató el drama, aunque al parecer en los últimos tiempos se había vuelto más conflictiva la relación entre Adolfo y María del Carmen, que llevaban doce años viviendo juntos y no tenían hijos. El macabro final de Godoy se descubrió por el llamado de una mujer a la Brigada de Homicidios. Se presentó como una especialista en problemas de pareja e informó que esa misma mañana había ido a su consultorio Rómbola para confesarle que había asesinado a su marido, que con la ayuda de su amante habían trozado el cuerpo.
La policía fue a buscar a Rómbola a su casa de Lavalle al 1700 de Funes. La gestora de 47 años salía de la vivienda junto a Picotto y confesó sin rodeos el crimen. En el baúl del auto aún había manchas de sangre y cal. Y pese a las maniobras para ocultar el cuerpo, la policía sospecharía que la mujer dejó marcas para que la hallaran.
La hipótesis del forcejeo
Rómbola aseguró que una violenta pelea detonó el homicidio. Contó que Adolfo la intimidó con un cuchillo en una mano y un revólver en la otra, hasta que ella le apretó con fuerza las muñecas y logró que soltara el cuchillo. Luego, según dijo, lo tomó de la mano que sostenía el arma y se escucharon los tiros: "No sé cuantos. Y tampoco sé si al gatillo lo apretaba él o yo".
Los disparos retumbaron en la casa de un vecino al que lo sorprendieron tres detonaciones seguidas, sin descanso entre una y otra. "Yo soy tu marido. No me podés hacer esto", le escuchó decir a la pareja de María antes de los estampidos. Pero no oyó ninguna discusión y esto fue tomado como prueba de que el crimen de Godoy no fue por una reacción defensiva de su esposa, sino una ejecución.
A minutos de las detonaciones, María del Carmen acudió a su vecino. Le pidió amablemente que evitara el ingreso de caballos a su terreno. Eso despertó la curiosidad del testigo: la gestora no solía relacionarse con él de modo amable.
Esa mañana la mujer fue a visitar a dos amigas. Les dijo que Adolfo se había ido de su casa tras una discusión, contó que estaba asustada y le pidió a una de ellas que le guardara un arma porque tenía miedo de que él la matara. Era el revólver calibre 32 largo marca Rossi del que salieron los tres plomos que hirieron a Godoy.
Rómbola aseguró que no participó del descuartizamiento, pese a que el acto de cortar un cuerpo muerto no es considerado un delito. Dijo que ese día se encontró con Picotto y le pidió ayuda: "Daniel envolvió el cuerpo con un nailon y lo llevó al quincho, cerró la puerta y volvió a la casa. Esa noche Daniel se quedó conmigo. El lunes a la mañana hablé para ver qué hacía con el cuerpo y me dijo que había que enterrarlo, tirarlo al río o en cualquier lado".
Cuando el cadáver llevaba ya dos días en el quincho, fueron juntos a comprar dos bolsas de cal a un negocio de Córdoba y Donado y consiguieron herramientas. "Picotto no quería que yo viera lo que iba a hacer", declaró la mujer, que entonces se encerró en su pieza "con el televisor fuerte". Hasta que a las dos o tres horas él requirió ayuda para tirar en un tanque dos bolsas de cal. Una hora más tarde, le pidió trapos y cloro para limpiar la habitación.
En ese lapso el robusto cuerpo de 120 kilos de Adolfo Godoy había sido reducido a 19 trozos compactos mezclados con cal para retrasar el proceso de putrefacción. El tacho había quedado en el patio. "Daniel insistía en enterrar el cadáver en la casa, pero yo me negaba. Entonces me dijo que consiguiera un lugar".
Un pozo de dos metros
La tarde del miércoles 17 la gestora se contactó con la presidenta de un centro comunitario de la zona oeste de Rosario. Se presentó como empleada municipal y ofreció construir allí un horno de pan. El plan era cavar un pozo de dos metros de profundidad para colocar sobre él dos bases de cemento que aislaran a la obra de humedad. En un corralón de 27 de Febrero ella compró dos bolsas de arena y una de cemento. Esa tarde los beneficiarios de planes trabajar empezaron a cavar.
A primera hora de la mañana siguiente volvieron a concluir la obra. Llevaban los restos del transportista en el baúl. La mujer se quedó en el auto charlando con la presidenta del centro mientras el electricista terminaba la obra de albañilería, sin aparentar apuro.
De esa fosa la policía desenterró los 19 pedazos seis más tarde, el sábado 9 de agosto. Para hacer la autopsia, tuvieron que reunir las piezas hasta rearmar el cuerpo y así determinar su talla y peso. No existían en él rasgos fisonómicos y las heridas de bala se detectaron con radiografías. Godoy había recibido de frente dos balazos en el tórax y uno, letal, al corazón. La pericia balística determinó que esos disparos nunca podría habérselos producido él mismo: debería haber contado con una fuerza excepcional o realizado una contorsión imposible con la mano derecha.
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