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 domingo, 17 de diciembre de 2006  
Editorial
El Cairo, cine y símbolo

La amenaza de desaparición que se cierne sobre la sala cinematográfica más emblemática de Rosario merece ser enfrentada por el conjunto de la comunidad de manera resuelta y lúcida. El progreso no debe identificarse en ningún caso con la destrucción impiadosa de los mejores vestigios de un pasado valioso e inolvidable.

La ciudad crece día tras día, a pasos muchas veces vertiginosos, sobre todo en este momento de plena reactivación económica. Para aquellos que superan las cuatro décadas de vida y recorren sus calles, por lo tanto, desde hace tiempo, las modificaciones del paisaje urbano resultan en ocasiones difíciles de asimilar. Es que si bien el crecimiento no puede en sí mismo ser cuestionado sin adoptar posturas conservadoras o incluso reaccionarias, sí es factible poner en tela de juicio las pautas bajo las cuales se desarrolla, sobre todo cuando barren con el pasado de una manera indiscriminada e impiadosa.

La identidad se construye sobre lo permanente, más allá de que según el filósofo presocrático Heráclito lo único permanente sea el cambio. Cuando el progreso material de las urbes se vincula con la pérdida de espacios cuyo valor identitario es crucial, el sentido de la palabra progreso puede quedar desvirtuado. Días pasados La Capital informaba sobre el grave peligro de cierre que se cierne sobre la que sin dudas es la sala cinematográfica más tradicional de la ciudad, El Cairo.

A pesar de que sus administradores, si bien no lo consideran un negocio floreciente, están dispuestos a sostener el cine, la decisión de poner en venta el edificio que éste ocupa podría constituirse en el golpe de gracia. Corresponde recordar que El Cairo es el último testimonio vivo de lo que fue la notable tradición cinematográfica rosarina, que durante los años dorados de las décadas del cuarenta y cincuenta se reflejó en un florecimiento de salas que supieron combinar armónicamente la funcionalidad y la belleza arquitectónica, y que han quedado en el recuerdo de muchos.

Con su edificio construido en estilo "art decó" y su amplia sala con capacidad para setecientos espectadores, El Cairo es el vestigio postrero de aquel período excepcional, donde los cines constituían mojones de sentido, ámbitos de encuentro, oasis destinados a la imaginación, la diversión y el arte. El paso del tiempo y la consecuente aparición de nuevas tecnologías fueron cambiando de a poco e implacablemente las grandes salas cinematográficas por televisores, videocaseteras, DVD's y shoppings, pero qué bueno sería que la ciudad supiera conservar los testimonios de una época inolvidable.

El abanico de posibles soluciones es múltiple, desde la aparición salvadora del Estado hasta la concreción de proyectos vinculados con capitales privados. El Cairo merece seguir existiendo. La ciudad debe pensar cómo salvarlo, y luego hacerlo.
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