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miércoles,
13 de
septiembre de
2006 |
EDITORIAL
El fútbol amenazado
Los últimos hechos de violencia obligan a los poderes del Estado a observar en profundidad la situación del fútbol argentino y a actuar con criterio para sacarlo de su perfil marcadamente economicista y cada vez más lejos del deporte y de la gente.
Desde hace largo tiempo el fútbol argentino está determinado por una matriz marcadamente comercial y financiera, en detrimento de lo deportivo y social. Se sabe. Y no es un fenómeno particular de nuestro país, sino la expresión local de una tendencia que se abrió paso en todo el planeta durante la década pasada, con la caída de las fronteras, el surgimiento de un mundo globalizado, la velocidad de los negocios, el auge de los sponsors y la urgencia de ídolos. No hay demasiadas diferencias con lo que está ocurriendo en el resto de Sudamérica, mientras que con Europa la distancia parece estar dada por la sujeción a las leyes que regulan la conducta de la dirigencia y la rigurosidad de la Justicia ante las transgresiones. No obstante, los recientes casos de sobornos en Italia revelan que la corrupción está latente y puede volver a ser la constante si encuentra algún intersticio.
En este contexto, lo ocurrido el último domingo en La Plata durante el encuentro Boca-Gimnasia, donde el presidente de la entidad platense ingresó en el entretiempo al vestuario del árbitro para amenazarlo, sorprende más por la forma, que por el acto. La extemporaneidad o la impunidad para moverse en el estadio es un error que le puede costar caro al dirigente, pero no hizo otra cosa que dar curso a viejos hábitos en el lugar equivocado. Y si así opera un alto dirigente, cómo erradicar a los barrabravas de las tribunas y pedir cordura a la parcialidad. Los aprietes protagonizados por los hinchas de San Lorenzo, anteriormente los de River o los de Godoy Cruz, aparecen entonces como una secuencia casi natural de las reglas de juego que imperan.
Sin embargo, el país y su fútbol deberían marchar juntos hacia la normalidad, hacia otra institucionalidad, tal como el propio presidente de la Nación lo planteó al recibir el mando. ¿O acaso el fútbol, con toda su historia y la pasión que envuelve, puede permanecer ajeno, como un Estado autónomo dentro de la Argentina? Claro que no. Debe ser parte de una clara política en materia deportiva, y los distintos poderes del Estado deben contribuir a desarrollarlo de manera constante en beneficio del conjunto de la sociedad. Desde ya, no se trata de una tarea sencilla por los intereses que involucra; se requiere determinación para poner en marcha todos los recursos humanos, materiales y jurídicos, y una firme convicción para sostener esa política frente a quienes conspiren para usufructo propio o de una minoría. Es una de las deudas que aún siguen pendientes.
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