Año CXXXVII Nº 49178
La Ciudad
Política
Economía
La Región
Opinión
El Mundo
Información Gral
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Escenario
Estilo
Educación


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 16/07
Mujer 16/07
Economía 16/07
Escenario 16/07
Señales 16/07
Educación 15/07
Estilo 24/06
Autos 22/06

contacto

servicios
Institucional

 sábado, 22 de julio de 2006  
Reflexiones
Amigos y enemigos

Lluis Bassets / El País (Madrid)

Una dulce niña israelí escribe con su rotulador unas frases sobre un enorme obús tan alto como ella. Una familia libanesa salta alborozada ante un aparato de televisión donde acaban de informar de que los cohetes de Hezbolá han matado a ocho civiles en Haifa. Quizás alguno de los obuses con sus frasecitas les está destinado. Son imágenes de la vida que celebran la muerte. William Kristol, el periodista neocon que inspira a la Casa Blanca con sus más radicales análisis desde su semanario Weekly Standard, llama a no parar hasta llegar a Damasco y Teherán. Esta es la sexta guerra árabe-israelí y la segunda que tiene Líbano como escenario, pero Kristol quisiera convertirla en la primera guerra islamo-israelí. E incluso en el frente más caliente de la Guerra contra el Terror, que empieza en la Cachemira india, sigue en el Afganistán, tiene en Irán al Kremlin amenazante de nuestros días, encuentra en el Irak ocupado por los ejércitos del Imperio del Bien el territorio culminante donde la fábrica de la muerte más víctimas produce a diario y culmina finalmente con la punta de lanza en la boca del lobo que es Israel. La profecía de Samuel Huntington sobre la guerra de civilizaciones está al alcance de la mano.

Escuchemos a micrófono abierto los finos análisis de Bush, con la boca llena y la cabeza vacía: iba a democratizar la zona bajo un nombre pomposo: el Gran Oriente Próximo. Florecía la primavera árabe con elecciones por todos los lados, ante el escepticismo de los pesimistas israelíes. En Egipto, en Palestina, en Irak. Ya se ha visto con qué resultado: los fundamentalistas ganan en todas partes. Siria había sido desalojada de Líbano. Israel iba a poner en práctica la desconexión unilateral también en Cisjordania. Todo se lo ha llevado por delante la tempestad de fuego y acero.

Y ahora, ¿adónde vamos? Israel dice que es cosa de una o dos semanas, antes de que Condoleezza Rice viaje a la zona y transmita al régimen sirio lo que quiere su jefe, que "termine con esta mierda". Seguro que Bachar el Assad agradecerá estas palabras. Así empiezan las guerras, sin saber muy bien cómo, a veces ni siquiera por qué, y sin que nadie sepa tampoco cómo salirse de ellas: la del 14 también era cuestión de semanas. Luego todo son sorpresas.

No se esperaba la contundencia de la respuesta israelí, pero tampoco la capacidad de respuesta y la escalada de Hezbolá: dos soldados secuestrados, voladura de un tanque, misilazo a un navío israelí, ataque mortífero sobre Haifa... ¿Tienen todavía esos locos terroristas de Alá capacidad para seguir escalando? Un paso más puede meter a Siria e Irán en el conflicto.

También se ha visto cómo se comportan las opiniones públicas: de forma compacta y perfectamente polarizada. A pesar de las declaraciones de los regímenes árabes amigos de Estados Unidos, la población -la llamada calle árabe- está masivamente decantada. Como la opinión pública libanesa: primero en contra de Israel; luego, en el debate doméstico, contra los provocadores de Hezbolá. Lo mismo puede decirse de la opinión israelí: no hay fisuras entre laboristas y conservadores, entre halcones y palomas, cuando se muere en las ciudades y los reclutas son secuestrados en territorio israelí. Es la guerra más justa de la historia de Israel, se lee en un periódico.

Nadie piensa ahora en la paz en Israel, sino en restaurar la capacidad disuasiva de su Ejército -erosionada desde la salida de Líbano hace seis años y la desconexión de Gaza hace uno-, algo que produce escalofríos en una población formada bajo el síndrome del Holocausto. Pero el resultado puede ser la demolición definitiva del argumento central que justifica esta dureza de pedernal: ¿quién puede creer seriamente que está en peligro este Estado moderno y feroz, de fuerza militar sin parangón en toda la zona? Y sin embargo, créanme, lo está. No tanto como Líbano, que puede desaparecer en esta embestida. Pero lo que hace peligrar de verdad a Israel es la evolución demográfica de la zona, junto a los pésimos consejos de ciertos amigos. Si Israel no se convierte en un Estado normal, en paz y cooperación con sus vecinos, dentro de 20 años o será irreconocible como Estado democrático o dejará de existir por inundación demográfica árabe. No es Israel quien está obligando a Estados Unidos a cambiar su política exterior, sino al contrario: son los neocons quienes quieren llevar a Israel a su guerra de civilizaciones. Es más difícil, a veces, librarse de los amigos que de los enemigos.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados