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sábado,
22 de
julio de
2006 |
Vinos
De cuyo, ¡malbequísimo!
Luis Redullo ([email protected])
En la Argentina de las vides se puede ver y disfrutar de la máxima diversidad de plantaciones de variedades de uvas de la vitivinicultura del nuevo mundo (Australia, EE.UU., Sudáfrica, Nueva Zelanda, Chile y Uruguay). Se percibe así la incidencia de nuestra cultura heredada de los viticultores que emigraron de la península ibérica y de Italia durante la mitad del siglo XIX a nuestros suelos patrios y que fundaron la vitivinicultura nacional en pobres y desérticos suelos cuyanos, guiados por la proyección económica estratégica del entonces presidente Sarmiento, que desarrolló un proyecto para expandir la implantación y mejorar el cultivo de la vid. Para ello creó en Mendoza y San Juan las "quintas normales" y llamó a tres agrónomos: el francés Aime de Pougeat, el italiano Schiaroni y el alemán Roveder.
Las necesidades estaban signadas por el consumo de la época, donde la costumbre de acompañar la mesa criolla de todos los días con un buen vaso de vino se hacía cada vez más corriente. Los vinos de entonces poco tenían que ver con los que conocemos hoy. La mayoría eran elaborados con uva "criolla", prima hermana de la misión chilena extendida por América por religiosos españoles.
Se tuvo que esperar hasta 1880 para que empezaran a aparecer los primeros vinos elaborados con uva francesa, como se llamaba genéricamente a todas las provenientes de vides que había importado Aime Pouget de su Francia natal y que supo obtener lo que fue nuestro primer reconocimiento internacional en la exposición de Paris de 1878. El vino era de San Juan y seguramente compuesto por buena parte de malbec.
Con el tiempo esta variedad supo exponer todo su potencial por nuestros pagos, cosa que nunca pudo desarrollar en su Bordeaux natal. Su adaptabilidad al clima y suelo se sumaron a su condición de generar buenos rindes sin mermas considerables de calidad al lado de sus coterráneas cabernet sauvignon y merlot.
Hoy, 120 años más tarde, convertida ya en variedad insigne, más de 800 etiquetas de las 6000 registradas en nuestro país son varietales de malbec, y fácilmente se la puede encontrar en 500 etiquetas más que se elaboran con más de una variedad de uva (genéricos y blends).
El lugar en el mundo que mejor supo cobijar a la malbec es sin duda Luján de Cuyo, de donde salen los vinos emblemáticos de la variedad. Aunque el libro de la historia de la vitivinicultura nacional sólo tiene algunas hojas, y de tinta fresca, todo indica que hoy los ejemplares de la variedad que se obtienen con uvas de Luján de Cuyo, Medrano, Chacras de Coria, Vistalba, Mayor Drumond, Pedriel y algunas zonas periféricas, son las que mejor se posicionan en el mercado de vinos de calidad.
Todo este fenómeno se ve potenciado por el desarrollo de otras muchas regiones tanto en la provincia de Mendoza como en San Juan, Salta, Catamarca y sobre todo en Neuquén, joven "terroir" que promete, a fuerza de vinos corporosos, fruta sobresaliente y elegancia particular.
Probamos tres malbec de diferentes "terroir" elaborados por bodegas de diferentes estilos y tamaños:
Altos del Desierto. Sorprende por su cuerpo y color, negro profundo con leve matiz violáceo, de nariz frutada y potencia alcohólica, en boca largo, intenso, con sabores que recuerdan a mermeladas y frutas cocidas. De este vino cosecha 2003 se envasaron sólo 950 botellas y las uvas son de Junín, cosechadas a un promedio de 800 m.s.n.m. de vides plantadas sobre suelo aluvional regadas por goteo. El vino recibe una crianza parcial de 4 a 6 meses en roble francés y americano.
Caballero de la Cepa 2003. No le cuesta mucho valerse del prestigio que se forjó con todos estos años de permanencia en el mercado local, ya que hoy se manifiesta como uno de los malbec con mejor relación precio/calidad de las góndolas. De muy buena intensidad cromática y buen caudal odorante, muy buena tipicidad varietal y complejidad aromática, de sabor profundo a frutas negras y rojas, equilibrado en la acidez y de buen carácter gustativo, hacen que uno extrañe un buen pernil de cordero especiado.
Arístides. De coloración rojo/violácea intensa, limpio y brillante, de nariz intensa a frutos de bosque y caramelo de frutilla, en boca se presenta elegante, equilibrado, con recuerdo a fruta madura y fresca, con alcohol imperceptible y final grato.
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