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sábado,
11 de
marzo de
2006 |
Viaje a través
de dos siglos
Casi dos siglos después de que el gobierno de Juan Martín de Pueyrredón dispusiera el cierre de los saladeros en el país, en 1817, determinando un fenomenal sobrante de vacunos sin destino ni genética, sólo pampas, que se vendían por entonces, las autoridades económicas actuales decidieron suspender las exportaciones de carnes bovinas con un objetivo similar; la pretensión de aumentar la cantidad de cortes bovinos que se pueden ofrecer al mercado interno.
Eran otros tiempos en Argentina y recién redactada el acta fundacional de la independencia del país, se recurrió a esa medida extrema desde el lugar de los intereses políticos y el desconocimiento económico y, por encima de todo, del valor que la carne vacuna tenía y superaría en el país, como capital más competitivo de la Nación.
Pasaron 189 años desde aquella etapa, que sin orden institucional pretendía mostrar que se beneficiaba a la sociedad consumidora, cuando en rigor se apuntaba a satisfacer los reclamos de una Europa desorientada que, con epicentro en Gran Bretaña, supo aprovechar los desvaríos de la dirigencia política nacional para contar con la mejor hacienda dispuesta a mejorarse en calidad, tecnología y genética, tal como solo los europeos supieron aportar.
Después, ya entrado el siglo veinte, el manoseo que se hizo en el país con la ganadería de exportación, desembocó en el asesinato de un senador de la Nación, Enzo Bordabhere, quien recibió el balazo dirigido a Lisandro de la Torre, el hombre que peleó sin tregua para darle transparencia al comercio cárnico argentino, plagado de irregularidades que involucraban a altos funcionarios del gobierno de turno.
Después de ese episodio, De La torre se suicidó, tras la agonía lenta de ver incumplidos y sin futuro a sus ideales.
Hasta el miércoles de esta semana, la problemática de las carnes en el país se había llevado puestos a varios ministros de Economía, desde José Ber Gelbard, que en 1973 limitó la oferta de vacunos de Liniers, hasta vedas semanales y la decisión del expresidente Raúl Alfonsín de borrar de un plumazo el "índice-carne" para computar los indicadores inflacionarios del Indec, en otro intento desordenado para huir de la inflación galopante que dominó su gobierno.
Al medio de ese derrotero, tras un fin técnica y cíclicamente desconocido, también perdieron posiciones el ex ministro y economista Aldo Ferrer y la incertidumbre, sumada a las ansias del poder, condujo a José Alfredo Martinez de Hoz a elaborar dos "tablitas": una para la cotización del dólar y otra para conocer minuto a minuto el valor de la hacienda, que sucumbió sin éxito.
Se lo denominó "índice vaca", sin considerar las 26 categorías de vacunos que, ya por entonces, se comercializaban en el Mercado de Liniers y defían, en promedio, el valor indicativo de la clasificación novillo liviano.
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