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 domingo, 06 de febrero de 2005  
Mendoza: Barranquismo en el cañón del Atuel
Una experiencia que combina trekking y rappel con distintos grados de dificultad y mucha adrenalina

Marcelo Castaños / La Capital

Lo promocionan como "barranquismo". Y en rigor es un trekking por el cañón del río Atuel con varios descensos en rappel para sortear desniveles de distintas alturas, hasta uno final de 50 metros que lleva la adrenalina al punto máximo.

La experiencia arranca en la misma margen del río donde comienza el ascenso en vehículo por la ruta que lleva al lago Valle Grande, con la imponente vista del cañón y su río. Se pasa el lago (una panorámica que vale la pena detenerse a disfrutar) con tonos azules y turquesas y una isla con forma de submarino. Fue construido en los cincuenta para el abastecimiento de energía, pero se convirtió en una referencia turística insoslayable para cualquier visitante de Mendoza.

El trayecto continúa. Se sigue viaje hacia el lago Nihuil, la otra represa del gran complejo hidroeléctrico. De pronto el coordinador del equipo ordena parar. El vehículo queda en el camino y comienza una caminata por un paisaje increíble. No sin antes, claro, colocar a cada uno los arneses que los sostendrán en los descensos.

A poco de andar el camino se pierde y comienza una caminata entre rocas, algunas de las cuales forman verdaderos pasillos con paredes altísimas.


Primer rappel
El grupo llegó al primer rappel. Es sencillo, son sólo seis metros que servirán al principiante para empezar a ver la técnica y al que ya lo ha hecho para recordarla. El coordinador asegura la cuerda, la pasa por la llave 8 (se le llama así porque tiene esa forma) y explica: "Hay que dejarse caer lentamente, con confianza, sosteniendo la cuerda con la mano detrás de la cintura, soltándola despacio para dejar que el cuerpo, puesto en forma horizontal y con los pies sobre la roca, se vaya deslizando".

La primera experiencia da confianza y entusiasma para un objetivo un poco más ambicioso. Vendrá después un rappel de 12 metros, otro pequeño, y el primer desafío grande: los 25 metros. Allí se desciende por un lugar muy angosto donde cuesta acomodar el cuerpo. Abajo hay que sortear un pequeño espejo de agua, lo que le confiere más dificultad a la experiencia. Pero se consigue. La altura se hace sentir, y la llave 8, por donde se desliza la cuerda, se recalienta.

El grupo llega abajo. Parece que lo mejor ya fue, y sin embargo está por venir. El coordinador señala el lugar desde donde se va a hacer el último descenso (que es opcional) y el visitante lo piensa dos veces. Vistos desde abajo, los cuerpos apenas se delinean en lo alto del precipicio.


Ultimo descenso
El último descenso impone una pequeña escalada, no técnica, pero sí lo suficientemente empinada como para tener que usar piernas y manos prácticamente durante todo el recorrido. Se sortea una quebrada, se sube la roca en cuatro patas y se llega al punto donde comenzará el descenso.

No se puede mirar abajo, la pared es absolutamente vertical y no se puede llegar el vértice porque la roca comienza a descender antes. El coordinador sabe que en un momento ya no podrá ver al que está descendiendo. Arma entonces el triángulo de seguridad, lanza la cuerda elástica de 50 metros, la sujeta al arnés del visitante, da seguro y ofrece las últimas instrucciones.

No es fácil el descenso. La primera sensación, instintiva, es la de quedarse arriba. Pero el que está en el baile decide bailar. Y colgado de la inmensidad percibe una sensación de pequeñez y liviandad. Es estar literalmente colgado del mundo.

Lo mejor es que la pared no llega hasta el suelo. Unos 15 metros antes se abre un gran hueco en la roca y la última parte del descenso en rappel se hace directamente colgado del aire. Es indescriptible, cada uno lo vive a su manera y le cuesta explicar lo que sintió.

Tocar tierra se siente como un triunfo, un respiro y una invitación. La montaña tira, siempre tira, invita al desafío y se ofrece entera para el que se anime. El barranquismo en el cañón del Atuel es una de esas experiencias que marcan para siempre.
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El descenso por la pared empinada de 25 metros.

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