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 domingo, 06 de febrero de 2005  
Voces tras la cruda marcha en los pasillos
Cómo vivieron los vecinos la cruenta redada por el crimen del sargento
Habitantes de las villas de barrio Ludueña e Industrial vivieron en forma dispar el rastrillaje en sus ranchos

Leo Graciarena / La Capital

Nada había cambiado en el límite de los barrios Ludueña e Industrial el día después de que el sargento primero Orlando Martínez cayera herido de muerte en Bielsa y Felipe Moré. Las voces sobre el accionar policial durante el rastrillaje posterior a la muerte del suboficial variaban de acuerdo al lugar geográfico. De un lado de la vía, el que da sobre Felipe Moré, la gente decía: "Los policías actuaron bien y con mucho respeto". Pero en la villa que se levanta frente a la subcomisaría 24ª, al otro lado de las vías del Belgrano, las voces eran disonantes. "Yo quisiera saber por qué los policías no se vuelven tan locos cuando matan a un cristiano cualquiera. A mí me patearon la casa porque mataron a un policía y yo no hice nada", explicaba un hombre de humildísima condición.

Algunos viejos pesquisas de la policía seguían ayer mirando con recelo el rastrillaje que realizaron sus colegas poco después del asesinato de Martínez para encontrar a los matadores del sargento. Por entonces, en una celda de la seccional 12ª, un pibe chaqueño de 16 años llamado Heraldo V., ya estaba detenido como principal sospechoso del crimen. "Para nosotros ese es el que tiró", dijo una fuente de la investigación. También es cierto que no hay arma secuestrada y aún no se conocer el resultado del dermotest hecho al menor.

Martínez murió por calle Bielsa, a 25 metros del cruce con Felipe Moré. Sus matadores corrieron una cuadra por esta última calle y cruzaron la vía por Esquiú. Ahí desaparecieron en la villa de barrio Industrial, que los vecinos de Ludueña refieren como "los de acá atrás". El recorrido de los pibes en fuga fue repasado una y otra vez por los vigilantes que los buscaban. "De tres por pasillo y traiganme algo. Lo que sea", había ordenado un policía con mando al iniciar la requisa.

Por los dichos de los vecinos queda claro que el accionar policial se fue endureciendo al cruzar la vía desde Ludueña hacia la villa. "A mí me pidieron permiso para entrar y fueron muy respetuosos", explicó una mamá de cabellos colorados muy joven, con su bebé en brazos, que vive donde calle Esquiú se hace pasillo. "Acá entraron como cuatro veces", explicó. Eso contrastó con lo referido por Jorge, un albañil uruguayo que vive casi enfrente de la mujer.

"Me detuvieron durante dos horas en la 12ª. Iba en bicicleta y se me pinchó una goma, entonces me volví a mi casa y ahí me agarraron. Me llevaron y mientras estaba en la comisaría entraron a mi casa", explicó este hombre que contó que dos de sus hijos cuentan con antecedentes. "Mirá que hay mucho verso en lo que te cuentan", lanzó otro vecino por Felipe Moré.

La vía es la frontera natural de Ludueña e Industrial. Y el paisaje cambia con sólo cruzarla. Más chapa, más madera y un catálogo de la pobreza. "Lo que pasa es que en la villa son más rebeldes", comentó una mujer antes de cruzar desde Felipe Moré. "Sabés que pasó acá", dijo un muchacho que esperaba sentado debajo de un árbol que alguien comprara en su humilde quiosco. "La policía pateó las puertas que tenía que patear. Ellos saben", explicó en su casa paralela a la vía.

Empilchados como para disputar la final del mundo, otros vecinos se preparaban para jugar el fulbazo del sábado en la canchita de Camilo Aldao y Bielsa, a seis cuadras de la villa. "Mirá, acá actuaron con respeto, pero a aquel muchacho le rompieron la casa", dijo uno con camiseta de Boca. En el corazón de la humilde barriada, una chica de 19 años dijo: "Cuando los vi llegar, saqué a los chicos para que no se asustaran. Después entraron ocho policías al grito de «decíme donde está Pachi». Yo no sé quien es", explicó la joven mamá de dos chicos de 5 años y 5 meses.

"¿Sabés lo que pido yo? Que también se vuelvan locos cuando matan a cualquier tipo y no sólo cuando asesinan a un cana. A mi me reventaron la casa", dijo el marido, un hombre de 37 años. "Vivo de mi laburo y no jodo a nadie", comentó el hombre. El tránsito por los pasillos, detrás del Centro Crecer Nº10, va presentando más versiones del mismo episodio. Algunas casas padecieron la ausencia de sus dueños. "En las casas vacías pateaban la puerta y a la bosta", comentó otro vecino que explicó que los más nerviosos "eran los policías de negro".

Unos metros más allá, Dominga abrió la puerta de chapa de su humilde vivienda, ofreció "un vaso de agua fresca porque hace mucho calor" y con total respeto contó: "Entraron sin pedir permiso y se llevaron a mi hijo de 27 años y a un sobrino de 25. Ellos recién habían vuelto de cirujear con el carro, porque nosotros vivimos de eso. Los tuvieron como seis horas. Entraron con armas largas y asustaron a las criaturas", explicó la mujer.

Al continuar la recorrida por los pasillos se entrecruzan historias de abusos. "A los pibes que viven allá y cirujean, los milicos le patearon la olla donde estaban haciendo el guiso para comer. Eso no se hace", exclamó un muchacho. Otro recordó que a "Angel uno de los policías le puso una sevillana en el cuello y le dejó la marca. El pibe estaba blanco, pobrecito". Otro vecino, que quería firmar un reclamo contra la policía, contó que a la hora en que los chicos del barrio van a buscar la comida a un precario centro comunitario provincial de Franco al 2000, "a uno de los policías se le cayó la carabina y se le escapó un tiro. Una locura. Había como 50 pibitos allí".

Y las quejas siguieron: "Este barrio es un lugar de paso de los choros. Ellos roban, cruzan el barrio para escapar y la bronca se queda con los pibes de acá", comentaba un muchacho a la sombra de un pequeño arbolito. "Seguro que si esto le pasaba a un villero, estos no entraban así a buscar al asesino", concluyó una chica mientras fumaba y peleaba con otro vecino: "¿Qué va a estar más tranquilo el barrio? Esto está repodrido".
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La villa trata de retomar su ritmo habitual tras la irrupción policial del viernes.

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