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 domingo, 12 de diciembre de 2004  
La gran viveza argentina

Carlos Duclos / La Capital

En una entrevista reciente, el ministro Roberto Lavagna definió a los argentinos como una sociedad "muy inteligente que en algún momento cae en la tentación de la viveza, de creer que hay caminos cortos por donde lograr lo que otros tuvieron que recorrer por caminos más largos". Reconforta que un funcionario de su nivel pueda realizar un diagnóstico tan acertado y tenga el coraje de sostenerlo públicamente. No es poca cosa lo que ha proclamado el titular de Economía porque este es uno de los problemas causantes de la devastación argentina. Sin embargo, y aun cuando deba reconocerse que esta "viveza criolla" es un defecto enquistado en diferentes estratos sociales, no es menos cierto que tal aberración en el nivel dirigencial fue la que nos llevó como sociedad a esta situación.

Esta viveza criolla se manifiesta en grandes y en pequeñas cosas. No es del caso abrumar al lector con ejemplos que conoce: si nadie observa se pasará el semáforo en rojo; disimuladamente la mano pondrá en el bolsillo un recuerdo del bellísimo restaurante en el que se cenó; se tratará de no hacer la cola o por unos pesos se conseguirá que un inspector no labre el acta de infracción, etcétera. Es decir, no son pocos los argentinos que utilizan su inteligencia para sacar ventaja. Hay además una sensación de satisfacción (es una patología) que deriva de haber burlado las reglas impunemente. Naturalmente que la trapisonda argentina no se quedó en casa. Hace ya unas décadas, muchos argentinos emigraban a EEUU para alcanzar metas que aquí no lograban. Pues bien, no pocos de ellos confundieron la responsabilidad del Primer Mundo con inocencia y, por ejemplo, aprovechándose de los seguros sociales, pergeñaban dolencias o enfermedades inexistentes para poder cobrar sin trabajar.

Ahora bien, somos también conocidos en el mundo por nuestra soberbia. Quien dialoga con alguien de otro país podrá percatarse de que el argentino es considerado un ser soberbio. Y cierta verdad hay en todo esto. ¿No subyace, por ejemplo, en el pensamiento nacional que somos los mejores en fútbol aunque esto jamás pudo demostrarse? Una frase que jamás olvido es esta: "Los mecánicos argentinos son los mejores, porque son capaces de arreglar cualquier cosa. En otros países, como no saben cambian directamente los motores". Esta frase es reveladora de la soberbia argentina y sus consecuencias. Lo más tremendo, lo más trágico, es que quien la pronunció estaba convencido de que era justamente así, desconociendo que en otras partes del planeta ya habían superado la etapa de la compostura parcial por falta de recursos.

La soberbia, por ejemplo, nos hizo creer que se podía luchar con éxito contra la Otán y así sucedió la tragedia de Malvinas. Abundan los ejemplos de soberbia nacional, son harto elocuentes y está demás manifestarlos. Es preocupante, porque la soberbia suele abrir la puerta a la impunidad o, mejor dicho, a creer que se es impune o a suponer que un halo de indemnidad protege nuestras vidas como personas o como sociedad.

Ahora bien, esta viveza criolla y esta soberbia fue (es) en muchos casos característica de nuestros gobernantes y líderes. Usaron estos extravíos para su propio provecho y marcaron una impronta nefasta. Lejos de armar estructuras tendientes a robustecer valores morales, construyeron en muchos casos con normas legales y con acciones proverbiales un colosal edificio para que tuvieran su asiento la viveza criolla y la impunidad. Es decir, no sólo se hicieron de los bienes que buscaban, sino que dejaron a buen resguardo vicios que, debe decirse, vinieron desde Europa, porque en el Viejo Mundo embarcó el trigo y la cizaña.

Esta viveza y soberbia amalgamadas con la impunidad no sólo prohijaron la corrupción, sino que sumieron a la sociedad en un descalabro. Lo trágico es que estas desviaciones no cesan y aún se cree que no sólo podemos burlar a compatriotas, sino que se puede burlar al mundo. Siempre quejosos, algunos ponen el acento al hablar de la desgracia argentina en el sometimiento que nos impuso el Primer Mundo. Esta es una verdad incontrastable, pero de una realidad insuficiente, porque mucha responsabilidad les corresponde a aquellos criollos "vivos" que entregaron los valores y también a quienes incautamente se dejaron y se dejan seducir por la sutil persuasión. Es de esperar que Lavagna, quien fue elegido para ese cargo por quien lanzó una frase proverbial en cuanto a soberbia se refiere ("los argentinos estamos condenados al éxito"), no caiga en el pecado que desnuda y que cuestiona.
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