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 domingo, 12 de diciembre de 2004  
Interiores: Discursos

Jorge Besso

Se trata de una práctica diaria, un ejercicio donde se ponen en juego diferentes alternativas, y donde el gran partido lo van a jugar la conjugación de dos verbos que sólo muy aparentemente quieren decir lo mismo. Bien se sabe que hablar y además decir pocas veces van de la mano, y en cambio en muchas ocasiones circulan con sentidos diferentes y hasta opuestos, en tanto y en cuanto los emisores humanos se agrupan en torno a dos extremos patológicos:

* Están los que hablan y no dicen nada.

* Están los que dicen y no hablan nada.

En el primer grupo hay numerosos agentes sociales, en muchos casos habitantes de la política o habitantes de los medios, y también cierta forma o fauna de intelectuales que tienen por costumbre un cierto discurseo, también conocido como verseo, más bien destinado a no comunicar en la medida que conforman textos incomprensibles que venden o proponen una complejidad que en realidad no tienen, ya que se trata de una complejidad vacía.

En el segundo grupo se agrupan especímenes, de los que hay cierta abundancia, y que vienen a ser una suerte de emisores full time, sentenciadores todo terreno para quienes hablar es pura y exclusivamente decir, esto es que dicen y no hablan. En el sentido de que no dialogan, pues sí habitan la verdad (de lo cual tienen la certeza) y están destinados a ser escuchados y no precisamente a escuchar. Todo esto sin perder de vista que también hay situaciones cotidianas breves, encuentros mínimos entre humanos, tan mínimos que no se trata de encuentros ya que apenas alcanzan a conformar un roce, y en los que en realidad ni se habla ni se dice nada como sucede con algunas formas y fórmulas de saludo: "¿Todo bien?" Y el otro responde: "¿Todo bien?"

En ambos "todo bien" se trata apenas de un matiz interrogativo en los que no se alcanza a interrogar nada ni a responder nada. Finalmente hay ejemplos, por lo general valiosos ejemplos, de gente que al mismo tiempo que habla dice y al mismo tiempo que dice habla: es el caso del discurso de Carlos Fuentes en la apertura del Congreso de la Lengua, verdaderamente aplaudido, muy comentado y que mereció la acertada decisión de este diario de reproducirlo en un suplemento especial.

De una punta a la otra el discurso de Carlos Fuentes fue un elogio a la palabra, a la palabra que habla y a la palabra que dice, la única vía para llegar a la condición humana: "Ya que la tierra existiría sin nosotros, porque es realidad física. El mundo, no, porque es creación verbal. Y el mundo no sería mundo sin palabras", cosa que sería muy bueno que recuerden las legiones de pragmáticos, por lo general un tanto ciegos, y por lo tanto incapaces de percibir la realidad que es capaz de impartir la palabra, y que sin embargo se sienten autorizados para en nombre de la "realidad" proclamar contra viento y marea "hechos y no palabras" cuando es más que un hecho que no habría forma siquiera de concebir los tales hechos sin palabras.

Por lo demás, tampoco está demás recordar que a las palabras no se las lleva el viento, como lo muestra Fuentes en el comienzo mismo de su discurso cuando nos recuerda que los indios fueron los primeros que llegaron aquí, y también los primeros en estas tierras en cantarles a las metáforas del mundo, y que en el gran canto poético a la brevedad de la vida cantaban:

"No hemos venido a vivir.

Hemos venido a morir.

Hemos venido a soñar".

Impresiona la lucidez de nuestros indios hace algunos miles de años al lado de la inmortalidad del hombre contemporáneo que sueña con la vida eterna, el amor eterno y la eternidad del poder, es decir el fin de los sueños por que si esas tres eternidades fueran reales entonces para qué soñar, o más todavía, sería mas bien imposible e inútil soñar. ¡A mí me gusta hablar papá! Me dijo el pequeño Julián que no hacía demasiado tiempo que había empezado a hablar, y con cara de ofendido me soltó la frase con cierto tono de reprimenda ante mi exhortación a que al menos un rato se callara. De chicos nos encanta hablar y que nos hablen y que nos cuenten historias, y tal vez contar algunas. De grandes, progresivamente, el gusto por hablar y que nos hablen muchas veces se va cambiando por la pasión por decir y por escucharse.

En los pub de Londres no hay espacios definidos y acotados, esos pequeños grandes feudos son las mesas de cada cual, y la gente se encuentra y habla. En algunos extremos de las ramblas barcelonesas la gente se encuentra para polemizar, fundamentalmente sobre fútbol y política. En algunas esquinas de la city porteña hasta hace un tiempo sucedía algo parecido. Nuestra pasión por la amistad, por lo que parece, no tiene tantos ejemplos en el mundo y la amistad es precisamente un espacio donde se puede hablar y decir, y se puede decir y hablar.

Tanto las articulaciones como las contradicciones entre el decir y el hablar forman parte de la condición humana ya que a nuestros hermanos biológicos les basta con decir, en tanto la emisión de un mensaje y la recepción del mismo no ofrece ninguna alteración, el mismo mensaje es el que se emite que el que se recepta lo que configura un mundo sin incertidumbres, salvo invasión humana.

Ahora bien, que en nuestro planeta haya habido, existan hasta el momento y vayan a existir en el futuro, tantas lenguas diferentes es una muestra de y una prueba de ¿la comunicación o de la incomunicación humana? Con toda probabilidad quiere decir que humanidad quiere decir diversidad, la misma diversidad de siempre que religiones y ciertas ideologías intentan borrar uniformando. Por lo general con uniformes. Pero ahí estarán la lengua y las lenguas para hacer fracasar esos proyectos, ya que como dijo Fuentes la lengua no es biología. Es educación. Por la misma razón que el hombre no es sin cerebro, pero no es su cerebro.

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