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 miércoles, 29 de septiembre de 2004

Una alternativa que la escuela no termina de ofrecer

Graciela Costa es maestra de la escuela Nº 1078 John Kennedy, de Gutiérrez y Grandoli. La zona es "pesada", pero el ámbito escolar (ése) "todavía es un espacio sin violencia", aunque a los docentes se les haga cuesta arriba todos los días mantener esa situación.

"Nuestra gran herramienta es la palabra. Cuando los disturbios son menores, hablando se puede llegar a los pibes y descongestionar los casos extremos de enfrentamientos físicos y verbales. Pero, los tiempos institucionales no abordan el problema, no responden a una visión de lo que es ahora la escuela".

La maestra destacó que se está hablando de chicos que en un marcado porcentaje provienen de familias desestructuradas, con problemas de drogadicción, con horizontes que no trascienden al barrio. "La escuela, todavía, es un refugio, pero hay que poner el cuerpo", explicó.

"Notamos que cada vez se cierran más los entornos de los chicos, que los oprime, que no les ofrece alternativas. Los pibes casi no salen del barrio y viven un círculo vicioso donde la violencia marca profundamente su impronta, se retroalimenta. ¿Cuáles son las salidas o los momentos de esparcimiento de ellos?, ir a la cancha con un grupo de barrabravas los domingos. Y después nos enteramos que caen presos. Eso, para chicos de 11 o 12 años", explica Costa.

La maestra hace hincapié así que los chicos de barrios marginales no tienen posibilidad de conocer otros ambientes que les ofrezcan propuesta superadoras.

También hunde el dedo en la llaga. "Existen familias que no se hacen cargo de la educación de sus hijos. Y muchas veces, están conformadas por personas que fueron nuestros alumnos", remató Costa.

Violencia, indisciplina, desinterés. Esas son las conductas que en muchas escuelas de Rosario las maestras detectan entre sus alumnos. Delia, que da clases en 8º y 9º en una escuela de una zona carenciada, día tras día ve como muchos de sus alumnos se agreden físicamente.

Casi siempre las discusiones comienzan con alguna cargada y terminan a los golpes. Y allí no hay diferencias de sexo: chicas y chicos se pelean por igual. En alguna oportunidad, alguno de ellos fue a la escuela con un revólver, aunque no llegó a usarlo.

Delia se ha ido resignando, además, a que muchas cosas no sean como deberían. Por ejemplo, ella espera en el aula a que los chicos ingresen, por más que el timbre haya sonado hace largo rato. "Tampoco les preocupan las notas. En algunas pruebas escriben: no estudié porque no tuve ganas", señala a modo de descripción de la experiencia diaria tanto de ella como de sus compañeras.

En algunas escuelas, por pedido de las tutoras, se aprobó entre los chicos un "código de convivencia", donde se especifican las faltas más graves y las sanciones que les correspondía a cada una de ellas. El afiche se pega en el aula, pero a los pocos días es arrancado por los propios chicos.


Conspiración
El padre Edgardo Montaldo vio pasar muchas generaciones en la escuela Luisa Olguín, en el barrio Ludueña. En el colegio, la parroquia y el comedor, a veces, roban. La última vez fue hace una semana. "Más que las latas de tomate que perdimos, y un grabador, siento que hemos perdido otro chico por la impunidad de los grandes del barrio, que lucran con el espíritu y el futuro de estos pibes", dijo el religioso.

Montaldo ve a la violencia que involucra a los adolescentes como algo impuesto de afuera de la casa o la escuela. "Los grandes (del barrio), están en conspiración con políticos y gente de poder para hacer su negocio. Y no hay respuesta por parte del Estado, no se cuestiona el hecho de que no se ataque a la prostitución y tráfico de droga", sostiene.

En ese sentido, asegura que su comunidad educativa tiene muchos proyectos para contener y sostener a los adolescentes para ayudarlos a salir de un sino trágico. "No los podemos desarrollar por falta de presupuesto. Tenemos un voluntariado excepcional, que hasta arriesga la vida a veces para venir y ayudar en la obra que desarrollamos. Pero nada más, el Estado no aparece", afirma Montaldo.

Montaldo critica que, al abordar la problemática de la juventud, "siempre se trata de culpabilizar a los chicos. Se busca seguridad pero para los mafiosos de «arriba», no para salvar a los chicos".

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