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 miércoles, 22 de septiembre de 2004

De crucifixiones y silencios

Carlos Duclos

Imperceptibles lágrimas del alma son las súplicas que se elevan al cielo y si le fuera posible al ojo humano observar las plegarias que salen de tantos corazones compungidos, vería el espacio, cada día, cada noche, saturado de amargas gotas ascendientes como una precipitación invertida. ¿Hacia dónde corre desesperada la desesperación cuando ya no encuentra alivio, cuando no obtiene refugio en los mortales? A las postas del cielo en este mundo. Más de cien mil personas en San Nicolás, más de cien mil personas en el santuario de Itatí. ¿Dónde van los pobres y desamparados cada noche cuando el desprecio de los líderes y gobernantes y la insensibilidad de los jueces llevan a esa suerte de apraxia a la justicia? A la oración. Dicen que en el cielo hay una especie de santo postillón que precede a muchas súplicas argentinas que llegan a cada instante. Y dice que esta buen alma, apaciblemente, las guía hacia la señora del amor y la misericordia mientras canta: "Virgen de los desolados, Virgen de los pobres y postrados, eh aquí que llueven sobre ti lamentaciones que vienen de corazones olvidados".

Sí, más de cien mil personas en San Nicolás, más de cien mil personas en Itatí y una frase que fue un cachetazo en ciertos rostros de mármol y bálsamo para tantas miradas sufrientes: "No se puede tapar con limosnas lo que se debe por justicia", bramó el obispo de Iguazú, Joaquín Piña. Y el arzobispo de Corrientes no se quedó atrás a la hora de referirse a la situación social: "En vez de hacer desaparecer la pobreza, en vez de luchar contra la pobreza, la emprendieron contra los pobres". Es bueno que los religiosos de todos los credos se jueguen a favor de los débiles y desamparados; es bueno que los sacerdotes, pastores y religiosos en vez de estar perdidos y enredados en desencajados palabreríos se entreveren un poco más con los hombres, se mezclen con sus desdichas (que al fin y al cabo son las tribulaciones de Dios) y emerjan de entre las multitudes para denunciar tanto atropello y hacer escuchar a quien lo quiera oír que aquí a Aquel que llegó un día no sólo para redimir a la humanidad y salvarla del pecado, sino para rescatarla del holocausto a la que la sometieron y siguen sometiendo cierta clase de hombres, se lo sigue crucificando. Sí, una y otra vez se lo incrusta en el madero y se lo clava. Una y otra vez se lo escucha decir aterrado ante tanta injusticia y tan tremenda soledad: "Eloí, Eloí, lamá sabactani" (Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado).

No hay dudas, el martirio de la crucifixión se lleva a efecto en cada momento en esta argentina descalabrada y son los pobres, los débiles, pero honestos, los que sin piedad son colgados del patíbulo. Pero... ¿quiénes son estos pobres? ¿Quiénes son estos moribundos argentinos que tienen sed de justicia y se les empapa la boca con el vinagre de la desolación y la humillación. ¿Son acaso sólo estas chicas que desde la Villa La Lata se llegaron hasta el santuario de San Nicolás "cansadas, pero felices" de poder rogarle y pedirle a esa Virgen de las lamentaciones que les conceda el milagro de obtener trabajo? No, los pobres en argentina son todos aquellos que cotidianamente observan estupefactos e indignados cómo se avasallan los derechos del cuerpo y el espíritu. Los pobres son aquellos que no tienen pan para su boca ni techo para su cobijo; los pobres son aquellos que aún teniendo hoy estas necesidades satisfechas no saben si las tendrán mañana, porque en este país campea ufano el espectro de la inseguridad jurídica, económica y social. Los pobres son aquellos que no tienen acceso a la Justicia, a la educación, a la salud, porque el Estado está poblado de un medio pelo o una insensatez paradigmáticos y poco y nada le interesa enaltecer estos valores y resguardos. Los pobres son aquellos ciudadanos de la clase media que, como una naranja enflaquecida, aún sigue siendo aprisionada con fuerza bestial contra el exprimidor para sacarle la última gota de mil formas distintas. Los pobres son los más pudientes que no tienen derecho a la paz sólo por ser un poco más pudientes. Pudientes hoy, porque en un país inestable lo que el presente tiene de fortuna el futuro puede colmarlo de desgracias. Pobres, en fin, son muchos y de distintas capas sociales en un país en donde todo se ha trastrocado porque si se repara en quiénes son los ricos (y puede intentarlo el lector) se caerá en la cuenta de que éste, ciertamente, es el mundo del revés.

No es del caso -mientras todo esto ocurre- de cargar sobre las espaldas del Estado nacional todas las culpas, también los pretorios provinciales y municipales hacen de las suyas, colaborando en la macabra tarea de la crucifixión cotidiana. ¿Para qué abundar en ejemplos que el lector conoce sobradamente? Pero hagamos un repaso rápido de víctimas, clavos y maderos: la energía más cara del país a punto de ser incrementado su valor nuevamente, sueldos ignominiosos para educadores, personal de la salud, y otras reparticiones. Escuelas y hospitales desmantelados y ausencia absoluta de planes de gobierno. En el orden municipal: centro embellecido con motivo del paso de su majestad cuando se haga presente en el Congreso de la Lengua, (lo que no es criticable) pero barrios olvidados. Una burocracia excesiva que no se ha quebrado y que impide el desarrollo de más fuentes de trabajo y un monumento a la ineficacia y la inequidad (como lo ponen de manifiesto cartas de los lectores y protestas cotidianas), que son las reparticiones de Inspección donde parecen estar más ocupadas en labrar actas de infracción a granel (inaugurando un nuevo orden de publicanismo) que en preocuparse por la prevención.

Emilia Pardo Bazán decía que "Es absurdo que un pueblo cifre sus esperanzas de redención y ventura en formas de gobierno que desconoce". Esto es muy cierto y es quizá el gran problema argentino, porque desde hace tiempo el pueblo desconoce no sólo la forma de gobierno, sino quienes gobiernan. Esto ha llevado muchas veces a creer lo que jamás podría haber sido creíble. No es extraño entonces que los templos y santuarios se conviertan hoy en refugios donde los crucificados le dicen al creador: "En tus manos encomiendo mi espíritu" y en donde el velo del templo, rasgado felizmente a veces, muestre a un religioso alzando su voz por tantas injusticias. Sin embargo, sería tonificante para los que cuelgan de la cruz que el silencio fuera roto con mayor énfasis, con mayor enojo respetuoso por más prelados, por más sacerdotes, por más pastores y rabinos, porque la religión no sólo es un compromiso con el cielo, sino una actitud frente a la tierra. Por eso aquel maravilloso y recordado baptista y defensor de los derechos de los hombres, Martin Luther King lanzó para que retumbara en el corazón de todos los justos aquellas recordadas palabras: "Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos".

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