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 domingo, 19 de septiembre de 2004

[Anticipo] "El partido radical"
La gesta de una reunión cívica
Una historiadora reconstruye Los origenes del radicalismo. Aquí se ofrece un fragmento de la introducción

Ana Virginia Persello

La Unión Cívica surge en el año 90 reuniendo fuerzas políticas heterogéneas, "católicos y masones, militares y clérigos, seguidores de Irigoyen y del Valle, autonomistas y nacionalistas". Mitre la define como asociación de voluntades agrupadas por las circunstancias, ni partido ni coalición de partidos. Sólo Alem planteará la necesidad de constituir partidos orgánicos, y esta apelación tendrá su traducción antes en la norma que en la práctica, cuando la Unión Cívica dicte su carta orgánica en 1892, y se presente como partido de principios, impersonal y nacional.

Las necesidades de superar la crisis económica y de regenerar el sistema político surgen en ese momento como aglutinantes; pero el modo de dar respuesta a tales cuestiones opera como elemento de tensión que después del fracaso de la Revolución del Parque, divide a los cívicos, puestos en la necesidad de participar en la lucha por la futura presidencia. Es la percepción de un hiato lo que aglutina a la oposición, y será la evaluación del modo de clausurarlo lo que progresivamente irá desmembrándola y delimitando la identidad de las nuevas fuerzas políticas emergentes de ese proceso. Recordemos que Juan B. Justo, organizador del Partido Socialista, y Lisandro de la Torre, de la Liga del Sur primero y del Partido Demócrata Progresista después, están en el Parque, y que no todos los que participan de la escisión de 1891 que da nacimiento a la UCR seguirán sosteniendo en el futuro la necesidad de la revolución para restaurar el orden político.

La UCR es, entonces, el producto de una división. Quienes constituyen la nueva agrupación se niegan a aceptar la reedición de políticas acuerdistas, se reafirman en los principios que en 1889 dieron origen a la Unión Cívica y en la legitimidad de la revolución. La defensa del sufragio libre, de la Constitución, de la moral administrativa, de la depuración de las prácticas políticas y del proceso a los gobiernos "sin moral" configuran su bagaje doctrinario.

La identidad radical se constituye por oposición, aunque esto no implique una ruptura. Su intervención en el clima de ideas de la época no presenta novedades. Su demanda de poner en acto la república verdadera está inscripta en la propia legalidad oligárquica. Su intención no es innovar, sino producir un retorno a condiciones que suponen un mayor acercamiento entre los preceptos constitucionales y las prácticas políticas. La superación del gobierno personal y arbitrario no implica una propuesta de cambios en el régimen político. La alternativa parlamentarista o la instauración de una república unitaria -cuestiones presentes en la perspectiva de políticos y publicistas- no cuentan a los radicales entre sus propiciadores. Ahora bien, más que la novedad que el discurso radical implicó, importa el modo en que ese lenguaje ofreció expresión y representación a un movimiento político destinado a perdurar como identidad colectiva fuerte, a pesar de su escasa densidad y por ella. La oposición al acuerdo y a la revolución como maneras de devolver al pueblo los derechos conculcados por los gobiernos electores son las primeras ideas inscriptas en el momento de la constitución del partido, y explican la división de 1897 y los alejamientos de 1907 y 1909. (...)

Frente a las fuerzas políticas "sensualistas", el radicalismo se propone como la fuerza política "idealista", oponiendo materialismo a espiritualismo; frente a la degradación de las costumbres sustenta la idea moral. Las revoluciones producen mártires, y la oposición al acuerdo como práctica deslegitimadora los sustrae de negociaciones y componendas. Cuando en 1898 el partido decida la abstención, el alejamiento de las posiciones públicas, de los beneficios del poder, le permitirá, en el futuro, identificarse con las integridades, probidades, desprendimientos, abnegaciones y sacrificios (incorporando el plural cultivado por Yrigoyen).

La posición que el partido adopta en cada coyuntura separa o acerca dirigentes, y los recambios de liderazgo redefinen su doctrina, aunque los referentes simbólicos iniciales se mantengan. Por otro lado, la organización -de cuadros, al principio- se expande territorial y numéricamente para dar paso, una vez sancionada la Ley electoral de 1912, a un partido de masas cuya preocupación central cambia. La clandestinidad, la conspiración, la actitud revolucionaria son reemplazadas por la necesidad de reclutar y encuadrar electores con vistas a librar exitosamente futuras contiendas electorales. Y si bien la experiencia de participación en las elecciones y de práctica parlamentaria se había consolidado entre 1895 y 1898, las condiciones bajo las cuales se dio distaban mucho de ser las de la segunda década del siglo XX.

Este primer período está atravesado por el pensamiento y las decisiones adoptadas por sus conductores. Está claro que el discurso y el accionar de los líderes de una organización no resumen al partido; que la identidad radical y las decisiones organizativas que le dieron su particular fisonomía no pueden ser explicadas sólo a partir de un análisis de lo que dijeron e hicieron Alem o Yrigoyen. Sin embargo, funcionaron como fuertes referentes simbólicos, aun para quienes en el interior del partido los combatieron; las expresiones públicas del radicalismo repitieron, glosaron, ampliaron o simplificaron -si esto fuera posible- los tópicos enunciados por sus líderes, y sólo en esa operación encontraron su legitimidad. Los personajes citados marcan dos momentos de signo diferente en la vida del radicalismo; pero esto no implica que la impronta de la matriz liberal del pensamiento de Alem desaparezca a partir de su muerte y de la consolidación del liderazgo yrigoyenista. Más bien lo que se produce es una particular imbricación de tradiciones y discursos que opera como aglutinante en algunos momentos, y como factor de conflicto interno en otros. Es decir, Alem e Yrigoyen conviven y coexisten en el radicalismo, y esa coexistencia lo fortalece, pero también provoca su división.

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