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 domingo, 19 de septiembre de 2004

Panorama político
La UCR sigue en default

Mauricio Maronna / La Capital

Los argentinos empiezan a acostumbrarse a convivir con una situación que, paradójicamente, constituye una rareza para la politología moderna: el peronismo es oficialismo y oposición, lado A y lado B, gusano y mariposa. Anverso y reverso de las vueltas de una historia servida en bandeja por la vocación suicida de la Unión Cívica Radical (UCR), partido que mantiene una marca de fábrica poderosa pero casi sin clientela.

El 2% de los votos que cosechó el partido de Alem en la primera vuelta de las presidenciales del 2003 es un alerta rojo que sigue titilando pese al paso del tiempo, el éxodo de dirigentes y la demanda cada vez más exigente de parte de los que, aun sin haber cruzado el charco, preanuncian un futuro desolador.

El radicalismo juega hoy el rol de socio menor de partidos y dirigentes de casi todo el país. Sin peso específico propio a la hora de disputar espacios en la cúpula del poder, el peronismo, los socialistas y algunos partidos provinciales necesitan, sin embargo, de los retazos de una arquitectura que, como la Iglesia, tiene una capilla en cada pueblo.

La debacle de la gestión de Raúl Alfonsín (con hiperinflación y adelanto de la entrega del poder incluidos) pareció el cierre prematuro de la historia, pero la política argentina siempre entrega una segunda oportunidad. Los radicales la tuvieron en el 99, aunque el esperpéntico gobierno de Fernando de la Rúa se encargó de mandarlos al último lugar de la fila.

La partida de Elisa Carrió y Ricardo López Murphy, además del cisma reabierto a partir de los gestos de rebeldía de numerosos intendentes de la provincia de Buenos Aires, amenaza con hacer desaparecer lo que hoy está en un peligroso proceso de demolición.

"Para los radicales el acto de gobernar es un episodio menor que sucede entre dos internas", chicanean desde el PJ, mientras observan cómo los correligionarios arman convenciones, desarman construcciones. Y se desangran.

Cuando promediaba la década del 90, Alfonsín graficó con exactitud el virus irremediable del internismo que se aloja en el cuerpo enfermo de la UCR: "Vea lo que sucede en este bar. Están diez mesas ocupadas, y en cada una de ellas hay cinco o seis radicales. Pues bien, todos están peleados entre sí y quieren que yo les otorgue la bendición. ¿A usted le parece lógico?", dijo el ex presidente a La Capital al señalar el estado de las cosas en un hotel de calle San Lorenzo.

Como resultado de la crisis, la diáspora derivó en rupturas y, hoy por hoy, los que aparecen mejor posicionados para intentar un zafarrancho de combate con el omnipresente PJ son Carrió y López Murphy, munidos de anzuelos para captar lo que se llama el "voto radical".

El final de la película que se vivió el 27 de abril de 2003 no fue una sorpresa para ningún ucerreísta. "Estamos en serios problemas. Los radicales, en su gran mayoría van a votar por Lilita o el Bulldog. Te doy el título: estamos entre el Gordo y la Gorda", diagnosticó ante este diario Enrique Coti Nosiglia en las vísperas de las elecciones. Y no se equivocó.

La nomenklatura UCR se convirtió en socia menor del PJ bonaerense y en furgón de cola del socialismo santafesino, secuencias que desesperan a dirigentes que buscan evitar el desplome final. "Tenemos que superar el síndrome de pánico que nos genera volver a caminar solos y recuperar al menos la sigla para tener nuestras boletas en el cuarto oscuro. No podemos seguir siendo rehenes de los socialistas... La idea es ir solos a las elecciones legislativas, aunque sabemos que algunos pícaros van a querer continuar con sus quioscos. En realidad, siguen la teoría de la "doble P": plata y algo de poder", relató un integrante del Nuevo Espacio Radical (NER), que hizo su presentación en sociedad la semana pasada.

Otros dirigentes, raleados del flamante conglomerado interno, intentan desesperadamente acercar posiciones con Carrió y López Murphy: "El partido ya fue. Hay que hacer todos los esfuerzos para lograr que Lilita y el Gordo se unan", resume un ex diputado provincial.

Los medios nacionales lucubraron en las últimas horas que una alianza entre ambos no estaba lejana, pero una observación detallada de la composición del ARI y de Recrear vuelve insostenible esa pretensión.

"Bebé, esas son operaciones de prensa para instalar la idea de que, con tal de llegar al poder, no trepido en mezclar el agua con el aceite. Pero yo dejo que hablen y escriban lo que quieran. En el gobierno están desesperados porque en la Capital Federal les gano a todos", razonó hace pocas semanas Carrió, a quien los supuestos flirteos con López Murphy le permiten arrimar voluntades más cercanas a la centroderecha.

La composición preideológica del voto a Carrió (demostrada en Santa Fe en las últimas elecciones presidenciales) le hace pensar que con el líder de Recrear jugando en provincia de Buenos Aires el distrito porteño le queda a pedir de su boca.

Aunque el oficialismo no encuentre candidato que pueda hacerle sombra, Lilita deberá cuidar su estrategia política aún más que su silueta y seguir con rienda corta los vaivenes de su partido, un ámbito donde se mezclan las vertientes ideológicas que, a veces, lo convierten en una bolsa de gatos. Por ahora, la figura de la ex diputada chaqueña es un ícono que tapa cualquier desavenencia.

Más allá de la Capital Federal, provincia de Santa Fe y otros pocos distritos menores, el presidente Néstor Kirchner tendrá en las legislativas del 2005 un respaldo contundente.

El jefe del Estado comprendió que la transversalidad es una manta demasiado corta (apenas cubre algunos centros urbanos de clase media) y que el paraguas del PJ lo resguardará mejor que nadie a la hora de contar los votos de todo el país.

Al radicalismo le aguardan 450 convenciones antes de volver a convertirse en opción real de poder. De continuar con su devoción por las internas ombliguistas terminará por transformar en papel mojado uno de los axiomas preferidos de los cientistas: ese que asegura que en política nadie se suicida.

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