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 domingo, 19 de septiembre de 2004

Para beber: Panorama sueco

Por Gabriela Gasparini

Recuerdo que hace ya bastantes años charlaba en Suecia con una amiga argentina que vivía allá, y ella me decía: "¿Te acordás cuando después de ver una película de Bergman uno se sentaba en un bar y comentaba cosas como qué maravilla, cómo consigue esa atmósfera tan densa, que se vuelve peor porque elige esos días nublados para que las escenas sean más agobiantes?" Yo no me acordaba de tales afirmaciones, pero me parecía que bien podían haber sido hechas a la salida del cine todavía embriagadas por la magia de uno de los directores más admirados de todos los tiempos.

Entonces, mi amiga acotó: "Después de unos años acá dudo que lo gris del paisaje tuviera algo que ver con la necesidad de darle más profundidad a los personajes, simplemente es que si hubiera esperado días soleados para filmar cada película habría tardado años y años en terminarse". Y en ese instante me vino a la memoria el maravilloso personaje que interpretaba un uruguayo, de quien no recuerdo el nombre, en uno de esos programas cómicos que hicieron historia y que se trataba justamente de un director que tiraba abajo todas las teorías de los críticos sobre la genialidad de sus obras explicando que las escenas en realidad habían sido producto de accidentes diversos, y que estaban muy lejos del intrincado laberinto de pensamientos que los expertos cinéfilos suponían. Era un sketch muy bueno.

Es que no siempre de lejos se ve más claro, lo que sí suele pasar es que la realidad sea muy distinta a nuestra percepción. Y así de diferente es el panorama sueco en cuanto al vino, distinto a ellos mismos hace unos años, y distinto al nuestro.

Los nórdicos en general tienen un problema con el alcoholismo sobre el que no voy a teorizar, sólo diré porque lo he visto en Suecia, que han probado varios métodos para aminorar su impacto en la vida cotidiana.

Cambios en las costumbres

El gobierno sueco, que maneja la venta de alcohol a través del Systembolaget, impulsó una transformación en las costumbres de los habitantes tratando de que se vuelquen al vino dejando atrás, por ejemplo, la cerveza y el vodka que eran los preferidos. Estrategia que dio comienzo el 1 de octubre de 1955.

Y resulta interesante apreciar el cambio en la modalidad de consumo que se registra desde hace un tiempo en países que, históricamente, tuvieron una tendencia a privilegiar las comúnmente llamadas bebidas fuertes.

En una nota que leí hace poco resaltaban que Suecia tiene, en lo últimos treinta años, una de las curvas ascendentes más pronunciadas en cuanto al incremento en la ingesta de vino entre los países europeos. Y daba estos datos llamativos: en 1910 el establecimiento más importante de venta de vinos y bebidas de Estocolmo vendió 4 millones de litros de alcoholes diversos contra sólo 64 litros de vino. En el 2002, se comercializaron 136,5 millones de litros de vino contra 23,3 millones de litros de otras bebidas alcohólicas. El cambio en las preferencias es indudable.

Lo que a nosotros nos da pena resaltar es que en toda esta movida de llevar el noble jugo a las mesas escandinavas nuestros caldos no figuren en las estadísticas de ventas. El primer puesto lo tiene España, seguida de cerca por Italia. Quizás habría que apuntar con nuestras botellas un poco más hacia ese norte.



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