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 miércoles, 25 de agosto de 2004

Editorial
En defensa de la Biblioteca Argentina

Si existe un sitio emblemático para definir la relación entre el libro y los rosarinos, ese es la Biblioteca Argentina. Creada por quien fuera una de las personalidades más representantivas de la cultura local, un gran historiador Juan

Alvarez -cuyo nombre justificadamente ostenta-, su tradicional edificio situado frente a la plaza Pringles ha sido refugio durante generaciones de cada habitante de la urbe que buscara en la lectura alimento para su espíritu o la adquisición de conocimientos concretos para el caso de los estudiantes que por allí han desfilado y desfilan. Por tal razón, y dado que lo perenne debe renovarse para permanecer lozano, es que generó preocupación la información que encabezó anteayer la sección Ciudad de este diario, de que en un año la Biblioteca ha perdido a un tercio de sus lectores.

Las razones para que tal fenómeno se haya producido deben buscarse en factores diversos, pero que concurren en una misma dirección negativa: la cantidad de volúmenes consultados descendió abruptamente en el lapso de un año, al punto de haberse convertido nada menos que en la mitad. La desactualización del material bibliográfico, como consecuencia de políticas presupuestarias municipales que eligieron erróneamente priorizar otras áreas, ha repercutido de manera nefasta. En tal sentido, el actual subsecretario de Cultura ya confirmó a La Capital que se destinará una partida de doce mil pesos para renovar materiales clave, tanto de la Biblioteca Argentina como de la Estrada, situada en Servando Bayo y Eva Perón y que depende de la primera. Aunque se trata de un buen primer paso, la suma resulta obviamente insuficiente si lo que se procura es un "aggiornamento" en toda la línea. Bastará, a modo de ejemplo, con buscar entre el material ofrecido títulos de las últimas generaciones de novelistas europeos, estadounidenses e hispanoamericanos para verificar que las ausencias superan con creces a las presencias. Urge, entonces, modificar criterios y comprender que comprar libros no es un gasto, sino una inversión con vistas al futuro.

Al respecto, corresponde agregar también que el nivel de las donaciones a la biblioteca dista de brillar por su generosidad: entre los sellos editores que sencillamente la ignoran y no pocas bibliotecas particulares que duermen el sueño de los justos cuando podrían ser disfrutadas por toda la comunidad se forma una conjunción que no puede calificarse sino de lamentable.

Otro elemento que contribuye a la crisis de lectores es la creciente influencia de Internet, que se ha convertido en la "biblioteca" de muchos. Se trata, en este caso, de una mera cuestión de soporte: el papel le cede terreno a la pantalla. Pero una biblioteca bien provista y ágil, con un edificio adecuadamente cuidado y mantenido, estará en perfectas condiciones de enfrentar sin temores el gran desafío que viene planteando la informática.

La ciudad que dentro de poco tiempo se convertirá en la sede del trascendental Congreso de la Lengua Española no puede cometer el pecado de negligencia en la defensa de su patrimonio cultural más auténtico, que es, simplemente, cada uno de sus lectores.

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