| miércoles, 25 de agosto de 2004 | Disparidad de merecimientos En el valioso despliegue del arte de los hijos dilectos de la ciudad, Rosario no ha perdido el hábito de que tanto los medios de difusión oral o escrita tengan de los mismos una visión ligera y trivial, casi despectiva, soslayando aquellas expresiones musicales y literarias cuya misión es la de enriquecer el espíritu. Lo que debería ser motivo de orgullo ante una gama de aptitudes artísticas fermentadas en el esfuerzo de un nivel accesible al virtuosismo de unos pocos, encuentra en la indiferencia un gesto que no pasa desapercibido. Es por todos reconocido que desde hace años, lo burdo, pernicioso y chabacano domina los espacios mercantilistas y cuenta con una amplia adhesión de público consustanciado de la mediocridad. No es la mía una actitud de rechazo hacia la diversidad de expresiones, sino de diferenciación cualitativa; no es lo mismo escuchar a Brahms, Mozart o Beethoven, que a esa proliferación de pseudas tendencias musicales o solistas que deambulan de un lado al otro del escenario con el torso desnudo blandiendo los trozos de lo que alguna vez fue una guitarra. Cuando esos grupos llegan -de Buenos Aires por ejemplo- se monta un amplio operativo de difusión, incluidas entrevistas que, lógicamente, provoca escozor entre los excelsos referentes del arte de nuestra ciudad. A la par de todo lo que circunda el solapado mercado de intereses, es llegado el momento de que el pudor, el respeto y la capacidad de discernimiento sensibilicen a las autoridades y a los medios con el afán de defender lo nuestro que, en reiteradas oportunidades, ha merecido distinguidos elogios fuera de la ciudad.
Olga Ponce
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