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 domingo, 06 de junio de 2004

Coria, el hombre condenado al éxito

Guillermo Coria nació obligado al éxito, y eso puede explicar en parte su desbordante ambición por ser el mejor. Oscar Coria, un profesor de tenis que admiraba a Guillermo Vilas, sabía ya antes del 13 de enero de 1982 que su primer hijo se llamaría Guillermo.

Veintidós años y cuatro meses después, Guillermo Coria está a un partido de convertirse en Guillermo II, el segundo argentino en conquistar Roland Garros tras el éxito de hace 27 años logrado por Vilas.

Diminuto, sus 175 centímetros y 65 kilos de peso albergan un arma clave que no es su velocidad, su capacidad para el contragolpe o su ductilidad a la hora de jugar: el secreto está en su mente, que no concibe la derrota hasta que ésta se produce.

En su entorno es él quien manda. Es Coria quien decide si su padre viaja a París o se queda en Venado Tuerto. Es Coria el que contrata o despide a su entrenador, y el que decide casarse con 21 años haciendo oídos sordos a aquellos que aseguran que nunca un tenista casado llegó al número uno.

"Eso es una locura, mi cabeza no pasa sólo por una pelotita de tenis", asegura, mirando a los ojos del periodista con una profesionalidad y atención que ningún otro argentino muestra.

No es el jugador más querido del circuito. Limó aristas de su carácter, pero ciertas actitudes desafiantes y prepotentes del pasado aún están en el recuerdo de muchos colegas. Superó un caso de doping involuntario en 2001, y aún mantiene el enojo con la ATP: "No me trataron como lo hicieron luego con otros".

El Mago Coria cree con los ojos cerrados en las cábalas, pero sobre todo en sí mismo: "Quiero ganar Roland Garros y ser número uno del mundo, pero antes quiero conquistar el oro olímpico en Atenas, ya es hora de que Argentina vuelva a tener esa medalla tras más de 50 años".

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