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 sábado, 01 de noviembre de 2003

Un caso testigo de que ser docente no siempre implica dar clases
De la enseñanza a la asistencia diaria
Sin teléfono y con caminos intransitables los días de lluvia, la Escuela Nº6.379, de Uriburu al 7.500, pelea para no quedar aislada

Berta Reyes es la directora de la Escuela Nº 6.379 Domingo Silva, de Rosario. El establecimiento funciona en Uriburu al 7.500, una zona rodeada de quintas y conocida como Bajo Hondo. Diariamente concurren unos 100 chicos (entre el nivel inicial y el 9º año de la EGB), que en su mayoría llega a pie por un largo tramo de camino de tierra; casi todos son hijos de peones de las quintas, para quienes desde hace tiempo escasea el trabajo o están desocupados. A pesar de estar ubicada a pocos minutos de la zona urbana, se podría afirmar que la escuela trabaja aislada: no tiene teléfono y llegar a ella depende del buen tiempo. La realidad de esta escuela exige un trabajo distinto para la enseñanza, que no es muy diferente al que se repite -con distintas variantes- en la mayoría de las escuelas argentinas, y que se destaca por un marcado carácter asistencialista.

"Además de estudiar para maestra también me preparé para ser profesora de ciencias de la educación", cuenta Berta en un reportaje que le hicieron sus alumnos para el periódico escolar. Los chicos querían saber qué se estudia para ser directora, pero -tal como les explicó- lo que sucede en la realidad no está en los libros ni en los planes de estudio: "De golpe te encontrás con que tenés que hacer muchos papeles, atender a los vendedores del comedor, y todo eso no se estudia en ningún lado".

Berta lleva doce años como directora y su testimonio podría recogerse de cualquier otra docente de estos días. Es que el desplazamiento de la función de enseñar hacia otras tareas no pedagógicas es una constante de los últimos años, originado con la crisis económica del país y el abandono permanente del Estado hacia las atenciones básicas de la población.

En el libro "Qué pasó en la educación argentina" (Galerna), su autora, Adriana Puiggrós, recuerda las consecuencias que trajeron para la educación la desindustrialización producida por las políticas librecambistas de la dictadura y el plan de convertibilidad del ex ministro Domingo Cavallo. "Las escuelas primarias y secundarias veían fuertemente deteriorada su función pedagógica, especialmente en las zonas pobres, donde se extendía aceleradamente la miseria", dice en su libro.

La consecuencia inmediata -explica la historiadora- fue la obligación que recayó en los docentes a atender "problemas de alimentación diaria, salud relaciones familiares, documentación, drogadicción, etcétera viendo recortadas sus posibilidades de desarrollar la enseñanza curricular".

Además, menciona otro efecto evidente que hoy se palpa en las aulas: muchos chicos ingresaron al sistema educativo, pero una gran mayoría sólo lo hizo porque éste le ofrecía el "único espacio social donde podían permanecer y recibir alguna atención a sus necesidades básicas".

La escuela Silva es tranquila, se respira un clima diferente a otras instituciones en que la marginalidad golpea de lleno. Pero ese mismo paisaje de tranquilidad se vuelve en contra los días de lluvia. "El camino de tierra para llegar a la escuela -Circunvalación y Uriburu es el último tramo asfaltado- es intransitable, los chicos se ausentan y perdemos días de clases", comenta la directora.

Los reclamos para hallar una solución -asfaltar o hacer un mejorado en el camino- sólo encontraron hasta ahora un sinnúmero de promesas. "Ya no recuerdo con cuántos concejales y funcionarios hablé; y cuántas notas y pedidos hice a distintos organismos del Estado", agrega la directora que no se resigna a que su escuela quede olvidada. La insistencia tiene una razón clara: garantizar la concurrencia de los chicos a clases y que la escuela no permanezca aislada.

Ese aislamiento lo sufren por varios costados. La escuela no tiene teléfono, sólo cuentan con el celular de la directora (que paga de su bolsillo). Por lo pronto, ruegan que ninguno de los alumnos se accidente o se enferme repentinamente. En realidad, la situación que vive la escuela Silva es una variante de las que atraviesan las instituciones educativas argentinas.

Al respecto, y según una consulta encarada por la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera) ("La educación argentina, ¿qué dicen los maestros?"), la ausencia de teléfonos no es la única carencia: el 60% de las escuelas no tiene computadoras y más del 90% no cuenta con email ni Internet. Y aunque hay un incremento de computadoras en las escuelas, la mayoría no está disponible. La consulta también reveló que el 42% de los maestros trabaja en escuelas sin bibliotecas, el 66% sin laboratorios y el 88% sin un gimnasio.

A estos datos, que hablan de carencias materiales que inciden directamente en la tarea del aula, se suma otro preocupante y es que casi el 47% de los maestros ejerce en escuelas no recomendadas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ni la Unesco por las condiciones y medio ambiente de trabajo para ellos y sus alumnos.

M.I.



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Unos 100 chicos asisten a la Escuela Silva.

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