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 sábado, 27 de octubre de 2007  
Lo que esconde el ballottage y el voto en blanco en la Argentina

Walter Palena / La Capital

El ballottage en la Argentina tiene particularidades que la distinguen del resto de los países que aplican este sistema electoral. No es necesario sacar el 50 por ciento más uno de los votos para evitar una segunda vuelta. Si un candidato logra el 45 por ciento se consagra presidente. También tiene otro atajo: sacar el 40 por ciento de los votos y aventajar por diez puntos al segundo.

   El “ballottage a la argentina” —como se la denomina en los ámbitos académicos— fue urdido por el entonces presidente Carlos Menem y el caudillo radical Raúl Alfonsín en lo que se conoció como el Pacto de Olivos.

   Este sistema electoral, además de la reelección presidencial, estaba incluido en el famoso “núcleo de coincidencias básicas”, un paquete de medidas acordadas por el peronismo y el radicalismo para reformar la Constitución nacional.

   Los artículos 97 y 98 de la Constitución establecen dos condiciones para proclamar presidente y vicepresidente a la fórmula ganadora en la primera vuelta:

   u Si obtiene más del 45% de los votos afirmativos válidamente emitidos; es decir, sin contar blancos e impugnados.

   u Si logra más del 40% y, además, aventaja por una diferencia mayor de diez puntos porcentuales a la fórmula que resulte segunda.



En blanco. El voto en blanco, en esta instancia, adquiere una relevancia crucial porque achica la base del total a contabilizar. Así, el sufragio en blanco y el abstencionismo favorecen al candidato que sale primero, por cuanto necesita menos votos para llegar al porcentaje requerido por la ley.

   El constitucionalista rosarino Iván José María Cullen, convencional constituyente por la democracia progresista en la reforma de 1994, explicó a La Capital algunos detalles del debate que rodeó la nueva ley electoral.

   “Hubo una discusión doctrinaria sobre si el voto en blanco era válido o nulo. No hay que olvidar que para el peronismo el voto en blanco tuvo su significancia en la época que estaba proscripto”, recordó.

   La discusión al final se zanjó encuadrando legalmente al sufragio en blanco en los artículos 97 y 98 de la Constitución: es un voto válido pero no afirmativo y por lo tanto no se computa.



Nunca se usó. A pesar de que la Constitución incluye la posibilidad de dirimir una elección en segunda vuelta, esta instancia nunca se usó para elegir presidente.

   Cuando más cerca estuvo de implementarse fue en la elección nacional de 2003 entre Carlos Menem y Néstor Kirchner, pero quedó de lado porque el riojano renunció a la segunda vuelta.

   Menem se había ubicado primero, apenas con el 24% de los votos sobre el 22% logrado por Kirchner, pero una semana antes de la nueva contienda renunció a la elección.

   En las elecciones de 1995, cuando fue reelecto Carlos Menem, y en 1999, al ser elegido Fernando de la Rúa, este instrumento no hizo falta ya que ambos superaron el 45% de los votos.

   El ballottage tiene un origen francés en el siglo XIX, fecha de nacimiento de casi todos los sistemas electorales modernos, y alcanzó mayor desarrollo a través de décadas de aplicación y depuración.

   Según la nueva Carta Magna argentina, entre la reformas que introdujo en el sistema electivo a presidente (períodos de gobierno de cuatro años y una sola reelección consecutiva), el ballottage toma vigencia desde 1995.

   La modalidad anterior, que se utilizó en 1983 y 1989, establecía el sistema de colegio electoral donde cada partido elegía representantes que luego por mayoría simple o acuerdos determinaban quién era el presidente.

   Ni en los comicios de 1983 ni en los de 1989 hubo que esperar sorpresas en ese tramo de la elección ya que tanto Raúl Alfonsín como Carlos Menem tuvieron mayoría de electores para lograr la consagración automática. l
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