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 sábado, 27 de octubre de 2007  
“Quiero abrir ventanas a la esperanza por esa certeza de un mundo mejor”

A Ismael Serrano no le gusta hablar livianamente. Sus palabras calan hondo, tanto que a veces se pone demasiado serio en sus canciones, aunque ellas giren sobre sus más maravillosos sueños. “Sueños de un hombre despierto” es el título del último material del intérprete y compositor español, quien abre un abanico que va desde la mitología griega hasta la cultura indígena para cantarle a “esos sueños que tratan de abrir ventanas a la esperanza, pero la esperanza como certeza y no como posibilidad lejana de un mundo mejor”.

   —¿Por qué hiciste un disco temático sobre los sueños?

   —No es que decidiera plasmar esta idea a priori sino que me encontré con ella a posteriori. Por lo general suelo buscar una idea de forma inconsciente. Creo en el disco como algo conceptual. Siempre trato de buscar, una vez terminado el disco, una idea que de forma transversal recorra las canciones. Y aquí eran los sueños, sobre todo esos sueños que te obligan a ser perseguidos, esos que tratan de abrir ventanas a la esperanza, pero la esperanza como certeza y no como posibilidad lejana de un mundo mejor.

   —Por momentos se nota que cada canción de este trabajo son poemas musicalizados, o sea que cada vez tiene más fuerza la palabra por sobre la música.

   —Bueno, lo que define al cantautor es el equilibrio entre lo que se dice y cómo se dice. Es importante atender a los textos, uno trata de dar un vuelo poético, pero la música también es importante. Hay un reto que es así: primero construir la armonía y la melodía y después situarla en un universo musical y de sonido que potencie lo que uno trata de decir.

   —Hay una permanente alusión a personajes como Aristóteles, Casandra y Sísifo, entre otros. ¿Estás leyendo textos de la mitología o los adaptaste para estas nuevas canciones?

   —No, haciendo un repaso de los textos me di cuenta que aparecían de forma recurrente los mitos griegos, que por lo general aparecen siempre para ser redimidos. Hay un destino marcado por los dioses que los condena a repetir la historia. Yo salvo a Casandra de la maldición de que nadie escucha sus pronósticos haciendo que alguien crea en ella, rescato a Sísifo y consigo que abandone su piedra en la cima, Icaro escapa de una isla,...

   —Bien, pero ¿qué idea querés plasmar con estos casos?

   —Creo que hay una idea que está en el disco que es la de retar al destino, entender que nada está escrito, que nada está predeterminado, saber entender, como dice el verso de una canción, que la excusa más cobarde es culpar al destino. Esa dejadez, esa resignación no forma parte de la naturaleza humana. Prometeo da el ejemplo al revelarse contra los dioses y robarles la llama, eso define al ser humano, esa capacidad para revelarse ante el destino impuesto.

   —¿Cómo hiciste para combinar este mundo con cuestiones mucho más cercanas, como la cultura indígena, por ejemplo?

   —Bueno, con la “Nana para un niño indígena” quería saldar una deuda con los pueblos originarios y hacer una mirada hacia Latinoamérica de una forma más explícita. Siempre que se habla de los pueblos indígenas desde Europa se cita a la lucha zapatista o se piensa en el Amazonas o en el Altiplano, pero nos olvidamos que en el cono sur hay poblaciones indígenas que son las más desprotegidas. Y el valor indígena se usa en estos tiempos en la política como un valor en alza, pero siempre de una forma muy demagógica.

   —¿No creés que actualmente también hay otra historia que escriben los que pierden, fiel a una frase de Litto Nebbia y a una cita tuya en este disco?

   —Efectivamente, la historia siempre la cuentan los vencedores y pasa por la historia del mundo. Ahora, creo que la función del músico y del trovador es hacer la crónica de los vencidos, la no oficial, y no como una opción estética de cantarle al fracaso sino que, como decía Mario Benedetti, “en los vencidos hay una dignidad que el vencedor nunca podrá conocer”.
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