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 domingo, 07 de octubre de 2007  
Política y soledad del ser

Por Carlos Duclos / La Capital
La Capital“En la soledad, no se encuentra más que aquello que a la soledad se lleva”. Este pensamiento del recordado escritor español Juan Ramón Jiménez es de una certeza absoluta, especialmente cuando el ser humano es impelido a la soledad contra su voluntad. Esta coerción impide a la persona tener vivencias que pueden ser ricas cuando la soledad se busca para la introspección, el ensimismamiento reflexivo sobre la vida y el cambio que podría, el pensante, atreverse a realizar para mejorar la calidad de su existencia. La soledad coercitiva está llena de dolor, porque se arroja al ser a un abismo en el que no desea estar, produciéndose entonces un peligroso vacío existencial.

Este tipo de soledad y dolor, mirando más allá del individuo para verlo como un tejido, como un órgano social, tiene verdugos espantosos: algunas veces es el Estado, construido sobre estructuras legales y costumbres que atentan contra la paz de la persona y la paz social; y a veces los verdugos son los funcionarios, que nadan como tiburones en la pecera de una nación devorando todo aquello que resulta al hombre provechoso para una vida feliz.

La célula de una comunidad organizada, con frecuencia y hasta históricamente, es llevada por la fuerza a la soledad con el dolor que ello supone. En nuestro país esto ha sido y sigue siendo una constante: muchísimas personas son abandonadas por el Estado y sus representantes y arrojadas al vacío de la existencia, en medio de un dolor crónico y una soledad apabullante.

Y a esa soledad a la que se arroja al ciudadano, éste no lleva más que el sinsabor que experimenta el ser desamparado. Al dolor que por su propia naturaleza subyace en la existencia humana y que tiene un sentido, los gobiernos y muchos líderes privados han cargado sobre las espaldas de millones de personas el “dolor-plus”. Este dolor es de gran envergadura y peso, tanto que si se le quitara a estas personas, que pisan un suelo fecundo, pródigo en diversidad y posibilidades y libre del monstruo de la guerra, alcanzarían un grado de calidad de vida tal que bien podría confundirse con el estado de felicidad al que han cantado los grandes pensadores y la filosofía.



Pero... Esta suerte de paraíso no es posible porque los hombres públicos y privados llamados a conducir a los grupos y las masas hacia un destino de serenidad existencial, han sido invadidos por el virus que transmite la codicia, la avaricia, la mezquindad, perdiendo de vista el verdadero propósito del poder. La definición de “poder” político u económico, podría resumirse en el siguiente pensamiento: el uso de la fuerza benigna para dirigir a cada persona, y en consecuencia al grupo, a un estado de vida en donde todos los derechos estén satisfechos. Es una falacia hablar de derechos primarios y complementarios. Para el ser humano hay sólo derechos que se fundamentan en su dignidad de “ser” imagen y semejanza de Dios.

De este modo, el líder argentino, el gobernante, como el poderoso hombre de negocios, muchas veces ha entrado en la infernal confusión de ejercer el poder para mantener el poder, sin que este tenga un sentido favorable a la necesidad del hombre común que es, por antonomasia, el verdadero hombre, el hombre de Dios.

No es posible, tampoco, no dejar de responsabilizar por las penurias de los millones de seres humanos, a aquellos líderes y corporaciones de países desarrollados que han hecho de estas poblaciones verdaderas colonias, explotadas vilmente, y entristecidas.

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret”, hace un comentario respecto del fracaso del marxismo y condena, asimismo, a los países occidentales y desarrollados. “Las ayuda de Occidente a los países en vías de desarrollo basadas en principio puramente técnicos-materiales que no sólo han dejado de lado a Dios, sino que además, han apartado al hombre de El, con el orgullo del sabelotodo, han hecho del Tercer Mundo el “Tercer Mundo” en sentido actual”. Y añade: “Creían haber transformado las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan”. Dice Ratzinger: “No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena”.

Basta echar una mirada por la escena argentina de hoy y de ayer, para advertir que si no hay demasiadas cosas buenas para el hombre común, es porque no ha habido suficientes corazones buenos en la dirigencia.

No es extraño, le bastará al lector recorrer los diarios para advertir las mentiras escandalosas que se lanzan al aire para cautivar al ciudadano; las pocas obras realizadas no por espíritu altruista, sino por necesidad de poder; la justicia ausente; la cultura del bien devastada; la cultura de la muerte en sus diversas formas en gran auge. Basta escuchar a los hombres y mujeres de la tercera edad, a los jóvenes profesionales recién recibidos, a los jóvenes que buscan trabajo y a muchos adultos para concluir en que, si bien es cierto que no todo es infierno, estamos muy lejos de estar siquiera en las puertas del paraíso.

Basta recorrer las calles y mirar al otro para advertir que hay mucha gente que ha sido arrojada a la soledad y a la tristeza por el Estado y sus hombres, por las corporaciones privadas.



¿Y quién se salva? La historia ha mostrado que en un contexto social de tal envergadura nadie se salva, porque mientras unos se asfixian por el sometimiento y en la desprotección, otros perecen por la reacción que más tarde o más temprano llega por una parte de los desamparados. Reacción que no sólo se manifiesta de una manera revolucionaria y por las armas, sino por otras formas de violencia que casi siempre tienen a los no tan postergados como centro del ataque de los absolutamente desamparados. ¿No es acaso la brutal ola de delincuencia y muerte que se va extendiendo por todo el país un claro ejemplo? ¿No es la droga otra forma de devastar a ricos y pobres?

Ello sin contar que también en la historia de los pueblos cobra vida el principio inevitable de la acción y la reacción.

Y para terminar, y tal vez lo más importante, lo que ha dado origen a esta reflexión de hoy, es menester decir que en vísperas de un acto eleccionario es también conveniente mirar lo que hace el ciudadano, ese que elige, que unge con su voto al que ha de regir su propia vida, porque... ¿Acaso los liderados no tienen responsabilidad en su propio destino?


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