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 domingo, 16 de septiembre de 2007  
Interiores: convivencia

Jorge Besso

El amor y la convivencia no siempre van de la mano como se puede constatar en los múltiples conflictos entre los convivientes, que sin datos demasiados precisos o actualizados, se tiene la convicción de una conflictividad en crecimiento. Es curioso que el término convivencia y el verbo en el cual se enmarca no tengan ninguna polisemia. Es decir que tiene un significado único que se refiere a la acción de convivir como la forma de vivir junto a otro u otros, que si bien se puede aplicar en distintos contextos, el sentido inicial de “vivir junto a” se amplía sin variar demasiado.

Aun así, la convivencia aparece directamente asociada al amor en uno de sus momentos cruciales cuando se toma la decisión de vivir juntos, lo que implica un mayor involucramiento entre dos que por lo general terminará por aumentar el número de los convivientes. Hasta los años 60 y 70 la convivencia en el amor estaba directamente asociada al matrimonio que en los casos de la gente más prolija implicaba un compromiso doble: civil y religioso. Resultaba muy claro que la palabra y el concepto decisivo que se ponía en juego era el compromiso que incluía una ceremonia previa al casamiento donde las familias que se aproximaban a intercambiar genes, valores y significaciones sociales varias organizaban una fiesta de compromiso que debía conducir a los novios (un poco de tiempo después) directamente al casamiento. Es decir al compromiso más fuerte, en principio hasta la muerte. Toda una época con una serie de etapas bien establecidas hasta alcanzar el estado matrimonial por lo general definitivo, ya que los divorcios eran una frívola enfermedad de las estrellas de Hollywood.

A medida que el siglo XX consumía su tiempo histórico, los rituales del amor fueron cambiando y la convivencia empezó a encontrar nuevas formas donde los compromisos alcanzaban una novedad: uniones sin firma y por lo tanto sin papeles. Todo esto trajo más novedades que soluciones. Mientras tanto las nuevas convivencias legalizaron, por así decir, la diversidad sexual de los humanos donde la anatomía y la fisiología de la sexualidad en ningún sentido promueven, ni mucho menos garantizan la heterosexualidad. Tampoco la reproducción de la especie como lo prueba la gran preocupación de varios países europeos que ven peligrar sus sistemas jubilatorios ante el descenso progresivos de los nacimientos. La sexualidad humana no tiene períodos de celo, y más allá de los remanidos cantos a la primavera, lo cierto es que el sexo entre los humanos está abierto las 24 horas todo el año, y sin embargo esa intensa actividad muy poco tiene que ver con tener hijos a la vista de la proliferación de los sistemas destinados a evitar los embarazos.

Todo lo cual lleva directamente a la cuestión más de fondo con respecto a la convivencia, esto es, toda la problemática con relación al involucrarse que es donde los humanos juegan los partidos más clásicos y clave de su existencia. Cada uno en su turno debe dar una respuesta a cuánto involucrarse en el amor, el trabajo, la familia, la política, la amistad, el dinero, el estudio, en fin, en los placeres y en todos los terrenos posibles no incluidos en este listado. Muchos de estos campos están entrelazados y de algún modo tienen un orden determinado de prioridades en cada ser humano: el dinero, la familia, el trabajo, el amor o la salud o lo que sea que le de el sentido primordial de su vida. En cualquier caso y en cada caso, cada cual tendrá que decidir cuánto meterse y cuánto resguardarse en la realización de su existencia respecto de tres ámbitos principales:

  • El amor.

  • El trabajo.

  • La política.

    La fobia es una sintomatología que tiene la particularidad y la función de albergar los miedos que circulan y traman la subjetividad humana ya que de una
  • otra manera, explícita o implícitamente, el miedo es consubstancial a la condición humana.

    De esta forma la fobia cumple la función de regular el involucramiento en esos tres terrenos fundamentales que son el amor, el trabajo y la política. En el trabajo en muchos aspectos las condiciones objetivas de cada sociedad son las que regulan la vida social que, aun con diferencias, en un mundo con capitalismo generalizado y tan campante distribuye la pobreza en lugar de la riqueza. En cuanto al amor y la convivencia conforman una pareja más o menos inestable, según los casos, dependiendo de la lucidez, de la generosidad de los amantes y de que la pasión no se trastoque en cualquiera de las formas del aburrimiento.

    En la política es donde se encuentra el mayor déficit de convivencia entre los humanos, y los mayores niveles de egoísmo arrojando como resultado un involucramiento cero en muchas ocasiones. Entre el egoísmo activo de los gobernantes y el egoísmo pasivo de los gobernados, el progreso humano se reduce a la redundancia del progreso técnico.
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