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 domingo, 22 de abril de 2007  
[Primera persona]
Una historia sin héroes
En "Traiciones", Ana longoni propone una reflexión sobre los sobrevivientes de la represión con una fuerte crítica a los estereotipos acuñados por la literatura

Tres relatos escritos entre la ficción y el testimonio constituyen el eje del análisis de “Traiciones”, un libro de Ana Longoni que se propone reflexionar sobre “la figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión”. Los textos en cuestión son “Recuerdos de la muerte”, de Miguel Bonasso, “El fin de la historia”, de Liliana Heker y “Los compañeros”, de Rolo Diez y el punto de partida del ensayo es investigar cómo funcionaron en relación a la estigmatización social que, dice, pesa sobre los sobrevivientes.

   Esos textos, destaca Longoni, comparten “un estatuto semejante, del que se desprende un pacto de lectura ambiguo”, relacionado “con la mediación que el autor o la autora proponen sobre las voces de sobrevivientes de los campos de concentración argentinos”. Es probable que “Traiciones” resulte un libro incómodo; pero precisamente su valor se mide por la misma incomodidad que genera, y que significa ante todo volver visibles una serie de opiniones que parecían cristalizadas como evidencias y descubrir, en su revés, la persistencia de representaciones autoritarias.

   —En las primeras páginas te preguntás en qué medida la literatura difundió la condena a los sobrevivientes. Por lo que muestra tu libro, tiene mucha responsabilidad al respecto.

   —Creo que la responsabilidad ética de la literatura es una consideración que nunca deberíamos eludir, más aún en el tratamiento de experiencias tan extremas. Una respuesta que exploro en el libro es que en esa zona de la literatura se ponen en texto las dificultades colectivas para procesar la derrota que infligió el terrorismo de Estado a los proyectos políticos revolucionarios de los años 60 y 70. El punto es que estos textos ponen en circulación masiva determinados relatos y juicios de valor implícitos o explícitos acerca de lo ocurrido dentro de los campos de concentración y exterminio que a veces refuerzan el estigma de traición que pesa sobre los sobrevivientes por el hecho mismo de haber sobrevivido cuando la inmensa mayoría de los secuestrados fueron exterminados. Esto es particularmente relevante en el caso de “Recuerdo de la muerte”, de Bonasso, que apareció en 1984 anticipándose al “Diario del Juicio a las Juntas” y al “Nunca Más”, y fue un best seller con miles de ejemplares agotados en pocos días. Es indiscutible que tuvo más impacto en el relato colectivo sobre lo ocurrido en la Esma que los testimonios de las decenas de sobrevivientes de ese mismo campo.

   —¿Cómo describirías la “zona gris” de los centros clandestinos que oculta la oposición de héroes y traidores?

   —El italiano Primo Levi, sobreviviente de un campo de concentración nazi, habla de “zona gris” para referirse al espacio que separa y a la vez reúne a víctimas y perseguidores. Me provoca sobresalto que tanto Heker como Bonasso dejen en suspenso la consideración de la desigualdad en los vínculos entre víctimas y victimarios, prisioneros y captores, y no tengan en cuenta la evidente posición de sometimiento de las víctimas. Aún cuando la zona gris los encuentre conviviendo y reconociéndose unos a otros como humanos, estas relaciones nunca son simétricas. La decisión de qué prisionero moría y cuál no era fundamentalmente de los represores. Ello no quita que existieran algunas restringidas estrategias que los prisioneros ideaban para tratar de sobrevivir. Esas estrategias van desde la excepcional fuga o engaño hasta la abierta (a veces, momentánea; otras veces, permanente) colaboración con la represión, pasando por hacerse cargo de tareas que no implicasen mayores riesgos para los militantes libres ni para los prisioneros. También fue posible la simulación de la colaboración, que incluso entorpeció la actividad represiva. Para los sobrevivientes la simulación, a diferencia de cómo la lee Bonasso, no equivale a traición: se vivía justamente como un acto de resistencia, un engaño a los captores, aún sabiendo que se caminaba en una cornisa resbaladiza, entre límites imprecisos que podían llevar a una involuntaria o incontrolable colaboración de hecho.

   —Los relatos de los sobrevivientes sirven como prueba judicial. Y a la vez, plantea el libro, provocan desconfianza. ¿Cómo se explica esa contradicción?

   —Los sobrevivientes son testigos imprescindibles. Sólo a través de su memoria, podemos asomarnos a la experiencia límite del campo de concentración: guarda (diga o calle) el recuerdo del terror, sus sitios, sus detalles, las caras de los represores y de los detenidos, los muertos vistos o sabidos. Son los únicos que pueden testificar ante la Justicia y ante la historia, transmitir un relato no sólo de la operatoria represiva, sino también de la experiencia militante de aquellos años. A pesar de esta doble valía (testigo del terror/ sujeto de la militancia política de los 70), o quizá justamente a causa de ella, la audibilidad social del sobreviviente ha sido significativamente baja en las últimas tres décadas. En el libro desarrollo cinco hipótesis que se proponen explicarlo. La primera es que ellos enuncian algo tremendo y doloroso que muchos familiares de desaparecidos y algunos organismos de derechos humanos preferían no escuchar: casi todos los desaparecidos habían sido cruentamente asesinados. La segunda, los relatos de los sobrevivientes estorban en ámbitos militantes la construcción del mito incólume del desaparecido como mártir y héroe, frente al que no parece tener cabida ninguna critica de las formas de los 70 sin poner en cuestión la dimensión del sacrificio de los ausentes. La tercera hipótesis: no resultan audibles (o admitibles) las estrategias que desplegaron algunos secuestrados para intentar sobrevivir dentro del campo, recursos que los distancia del mito del héroe-mártir y a partir de las cuales, a pesar de la tragedia padecida, pudieron recomponer su condición humana y reafirmaron su voluntad de vivir. Cuarta hipótesis: los sobrevivientes enuncian un balance (personal y colectivo) de la experiencia política setentista, que muchas veces no coincide con versiones mitificadoras o simplificadas de lo ocurrido. La quinta y última hipótesis: los sobrevivientes aparecen como portavoces de que el proyecto revolucionario del que fueron parte sufrió una derrota categórica en esas miles de vidas y en el terror que la represión impuso en el conjunto de la sociedad.

   —En el libro se plantea dejar de ver al traidor como un otro “que no roza nuestra experiencia”. ¿Qué debates surgen a partir de este punto?

   —Pareciera que, en algunos de los textos que analizo, al insistir en la vieja oposición binaria y simplista entre héroe/ traidor para dar cuenta de las historias de los sobrevivientes, al negarles su condición de víctimas, al separarlos del “nosotros” (que incluye en complicidad al propio lector), se preservara al enunciador de un contacto contaminante con aquellos que han quedado definitivamente ensuciados por su contacto con los “otros” (los enemigos, el Mal). Otros que, sin embargo, son las voces autorizadas o no autorizadas sobre las que se construye la escritura. Una respuesta parcial a esta cuestión es pensar la persistencia de los códigos de la militancia armada extrapolados más allá de ella, en tanto siguen vigentes aún hoy como pautas morales para juzgar a los sobrevivientes. El extendido, casi diría naturalizado, halo de sospecha sobre los sobrevivientes, por el cual un desaparecido que reaparece se transforma automáticamente en un traidor, no se restringe a esa zona de la literatura. Cuando hace pocos meses, Hebe de Bonafini declaró que Jorge Julio López, desaparecido por segunda vez luego de testimoniar contra el represor Miguel Etchecolatz, no era “un desaparecido típico”, y esparció su mirada de sospecha escudada en supuestos lazos familiares o improbables circunstancias barriales que asociarían a López con la policía, se volvió a mostrar con toda crudeza la persistencia de este estigma.
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Marca. "Hay un extendido manto de sospecha sobre los sobrevivientes, dice Longoni.

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