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 domingo, 22 de abril de 2007  
La revelación de un mundo sublime

Javier Cófreces

La literatura me brindó muchas satisfacciones como editor; no me cuesta determinar que entre las más gratas y fascinantes figuran los encuentros, la relación y el trato con la entrañable Beatriz Vallejos. Recuerdo que me la presentó Concepción Bertone hace muchos años, en el primer Festival Internacional de Poesía de Rosario. A partir de entonces comencé a leerla, disfrutarla, tratarla y publicarla. Primero en la revista que edité durante 20 años, La Danza del Ratón, y luego en el sello editorial que dirijo, Ediciones en Danza.

Los procesos de edición transcurrieron con la fluidez y transparencia de “aquellos arroyos soñados” (como diría el entrañable rosarino Sergio Kern). Al principio recurríamos a las cartas, encomiendas y llamados telefónicos. Luego llegaron mis viajes a Rincón, donde participé de su mundo (gracias al negro Aguirre Molina y Enrique Butti) y de la realidad que transporta su obra. Desde ese sitio entendí todo. Conocí su perra, sus árboles, sus lacas (la que me obsequió está situada precisamente ante mí, mientras escribo estas líneas), sus hábitos, sus vecinos. El mundo de Beatriz no me sorprendió en absoluto, era su poesía misma. En verdad, ya había recorrido ese territorio leyendo sus textos. Observar su entorno cotidiano me resultó como ver una película luego de haber leído el libro. En este caso, las dos versiones se daban la mano, se acompañaban y correspondían; ambos caminos me instalaban ante una fuente de la que quisiera beber siempre.

Los especialistas hablarán de la poesía de Beatriz, de la cual, sin dudas, habrá mucho por decir. No quiero desaprovechar esta oportunidad para transmitir la inmensa dicha que me significó haber participado de su mundo íntimo, precioso, como la más bella piedra que Vallejos es capaz de transformar en versos, como a esas desconchadas maderas que flotan en el río y transforma en lacas.

Beatriz, delicada y sublime poeta, me inclino ante tu palabra. Me rindo ante tu naturaleza que no pertenece a los ríos, a los colibríes, o a los bosques, aunque te empeñes en demostrar lo contrario. Tu naturaleza pertenece a un sitio que está más allá de Rincón, de Rosario y de todo lo que evocás con “gracia plena” como una “Madonna”. Tu naturaleza se sostiene desde otro mundo que genera una fascinación que a los rústicos nos deja sin palabras. No escribo más y te leo.



Javier Cófreces dirige Ediciones en Danza, sello que publicó

la antología “El cántaro”,

de Beatriz Vallejos.
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