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 domingo, 04 de marzo de 2007  
La ciencia con rimel
Un repaso por la trayectoria de mujeres descollantes en el mundo de la investigación científica

Un breve recorrido por la historia occidental muestra que, pese a las múltiples barreras que debió sortear, el sexo femenino pudo abrirse paso en cada época y aportó decididamente a la producción del conocimiento científico. A contramano de las concepciones que ubican a la ciencia como un espacio abstraído de la discriminación sexual, la historia demuestra que en su transcurso las mujeres científicas debieron afrontar un sinnúmero de obstáculos para que su trabajo intelectual sea reconocido.

Para Juana Gervasoni, doctora en Física e investigadora en el Centro Atómico de Bariloche, en las religiones monoteístas, el rol de la mujer siempre estuvo relegado, y se ha confundido la voz de Dios con la del hombre. En este sentido, recordó que Tomás de Aquino se preguntaba en la “Suma contra gentiles” si el sexo femenino debió ser hecho en la etapa inicial de producción de las cosas. El filósofo dice que la mujer es un varón frustrado, pero como en la primera creación no convenía que hubiera nada frustrado o imperfecto, entonces se concluye que no debió ser producida en ella, sino posteriormente y para ayudar al varón. Esto es lo que marcó a la Iglesia Católica y al Cristianismo.

En el mundo del arte y la literatura, aunque las mujeres tuvieron una intensa actividad, su obra siempre estuvo invisibilizada, no sólo por la sociedad, sino por ellas mismas. Para poder producir y expresarse, usaban seudónimos masculinos. Hubo infinidad de artistas que se destacaron en la historia, pero que quedaron en el olvido por no tener la identidad correcta.

En los diálogos que Platón incluye en La República, puede leerse: “Acabas, Sócrates, de fabricar, como un hábil escultor, perfectos hombres de Estado (...) Y Sócrates le contesta: “Di también mujeres, mi querido Glaucón, porque no creas que haya hablado yo más bien de hombres que de mujeres, siempre que estén dotadas de una actitud conveniente. Así debe ser, puesto que en nuestro sistema es preciso que todo sea común entre los dos sexos”.

En opinión de Gervasoni, el pasaje sirve para corroborar que el reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres, a nivel de sus derechos, es un terreno sujeto a vaivenes. Cuando las religiones se hicieron monoteístas hubo un quiebre en la división entre hombres y mujeres, más allá de lo sexual. Y, particularmente, cuando la religión católica comenzó a cobrar poder esa discriminación se acentuó más.

Entre las referencias más llamativas respecto a la situación de las mujeres se inscriben el determinismo biológico de Charles Darwin, quien supo sostener que el hombre se diferencia de ellas en estatura, fuerza corporal, vellosidad y, además, en inteligencia.

El sociólogo francés Gustave Le Bon fue mucho más ofensivo. Afirmó que en las razas más inteligentes, como es el caso de los parisienses, hay gran cantidad de mujeres cuyo cerebro presenta un tamaño más parecido al de un gorila que al del hombre, que está más desarrollado.

Ambos casos, le permitieron a Gervasoni afirmar que en la época de la revolución científica, las conclusiones de prácticamente todos los que estudiaron la fisiología humana fueron demoledoras para las mujeres, porque representaron un atraso respecto a la Edad Antigua y Medieval.

A pesar de todos esto, ellas pudieron hacer su aporte. En Egipto, en la antigüedad, había más mujeres médicas que hombres. Merit Ptah es un ejemplo; tenía en su casa una chapa que la acreditaba como tal y era muy respetada en la sociedad. Posteriormente, en la época medieval, se crearon las primeras universidades y la población femenina pudo ingresar a estas instituciones.
Con el paso del tiempo
Durante la revolución científica, en los siglos 16 y 17, en Italia y Francia se les permitían a las mujeres dedicarse a la ciencia como hobby o asistir a reuniones informales acompañadas con el padre, hermano o esposo. Por caso, Gervasoni recordó a Margaret Cavendish, en Inglaterra, quien escribió “Observaciones sobre filosofía experimental” y “Bases de la filosofía natural”, pero no se le permitió exponer sus trabajos en la Academia Real, ni pertenecer a ella.

   Ya en el siglo 18 todavía permanecía en el imaginario la idea de que el hábitat natural de las mujeres era la casa. En este contexto, ellas comenzaron a realizar en los salones de sus viviendas reuniones a las que invitaban a filósofos, científicos y artistas. Esa fue una forma de mantenerse en contacto con la ciencia y el arte.

   En ese período, Carolina Herschel descubrió un cometa, y luego otros siete más; escribió un index de las estrellas fijas para la Real Sociedad de Astronomía y obtuvo por ese trabajo un pequeño salario. Sin embargo, no le dieron la cátedra, porque decían que eso podía sentar precedentes y ser un mal ejemplo. Finalmente, en 1835, Herschel y Mary Fairfax Greig Somerville fueron las primeras mujeres admitidas en la selecta sociedad astronómica.

   La Segunda Guerra Mundial demostró que las mujeres podían trabajar a la par de los hombres. En medio del conflicto, lo positivo fue que el sexo femenino comenzó a ocupar su lugar sin culpas, porque tenía que salir de su casa.

   Los premios Nobel recibidos por Marie Curie (el de Física en 1903, compartido con Pierre Curie y Henri Becquerel; y el de Química en 1911) marcaron una inflexión en la incursión femenina en la ciencia. La historia cuenta que la investigadora había tenido un affaire luego de la muerte de su esposo. Pese a que era muy reconocida en Francia, eso sirvió para que la xenofobia se encarnizara con ella: era polaca y mujer, de eso se valieron sus colegas para no permitirle ingresar a la Academia de Ciencias de Francia. El mismo año que se le negaba el acceso, obtenía su segundo Nobel. Al recibirlo, subrayó que las personas deben ser reconocidas exactamente por su trabajo, dejando de lado su vida privada.

   Emmy Noether fue quizá uno de los ejemplos más claros de la capacidad de las mujeres en la producción del conocimiento. Noether nació el 23 de marzo de 1882 en Alemania, en una familia que contó con 10 matemáticos en tres generaciones. En 1907 escribió sus tesis doctoral y sustituía a su padre frente a la clase cuando éste se enfermaba.

Posteriormente, su progenitor se retiró, su madre falleció y su hermano se unió al Ejército. Ella se mudó junto a otro hermano y trabajó en la Teoría General de la Relatividad, de la cual ofreció la fórmula matemática genuina y universal.

   En 1922 la nombraron profesora, pero sin percibir salario. Con el trabajo de su padre, la científica formuló su Teorema General de Ideales en Anillos Arbitrarios, ayudando a establecer las tendencias axiomáticas e integrales del álgebra abstracta.

En la Universidad de Gottingen fue reconocida por su particular modalidad en el dictado de clases, menos formal y más original en la exposición de los temas. Se caracterizaba por su facilidad para clarificar conceptos difíciles.

   Su nombre aparece en unos 37 ensayos escritos por estudiantes o colaboradores. En 1918, durante la revolución alemana, se inclinó por la política y los problemas sociales. Murió el 14 de abril de 1935.

Albert Einstein la catalogó como la más grande, significativa y creativa genia-matemática, de todos los tiempos.
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