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 domingo, 14 de enero de 2007  
Reflexiones
La guerra de los pañales

Carlos Duclós / La Capital

En tanto y en cuanto determinados sectores de la sociedad tengan un pasar económico más o menos aceptable y en la medida en que los ciudadanos observen que en las grandes ciudades argentinas se realizan algunas cositas, los índices de imagen de las figuras políticas establecidas hoy en el país, no habrán de variar significativamente. Poco influirá que una amplísima franja social siga en la pobreza, que otra amplia porción haga malabares para sobrevivir o que en las grandes ciudades no se proyecten planes serios con miras a un futuro mediato. Mucho menos importará que el nivel moral e intelectual medio argentino decaiga cada día más y, en consecuencia, que una degradación de todo tipo vaya carcomiendo los sustentos fundamentales de la sociedad. En una sociedad así, en donde primarios valores están al borde de la extinción o extinguidos, no puede llamar la atención la mendicidad infantil, el robo, el asesinato, la estafa, la burla, la hipocresía, el enojo y la violencia en la vía pública, o que unos 30 o 300 argentinos corten una calle, una ruta y le hagan la vida imposible no a quienes ellos suponen son los destinatarios de la protesta, sino a otros argentinos que están tan contrariados como ellos por tantas injusticias. En una sociedad por el estilo, no debe asombrar que unos peronistas le peguen afiches denigrantes a los afiches de otros peronistas, que un centenar de adolescentes quemen una comisaría y hagan justicia por mano propia, o destrocen decenas de vehículos policiales como ha ocurrido y seguirá ocurriendo. En una sociedad de tal perfil, un dirigente puede hacer pasar gato por liebre, achacar un secuestro a un adversario político y mucho más. En una sociedad así, unos magistrados que durante décadas se durmieron en los yuyos (porqu e sería mucho decir laureles) de la noche a la mañana, y después de 30 años, se transforman en paladines de la justicia y citan a declarar a una ex presidenta por supuestos crímenes. No es que la señora en cuestión -tristemente célebre- no tenga responsabilidad, es que jueces que se demoran en desempolvar expedientes no puede decirse que hayan honrado a la función debidamente.


Atentado con pañales
En una sociedad con tales características, no puede llamar la atención que el Hospital de Emergencias Municipal esté colapsado y que inusualmente, y contra todo lo que había sucedido históricamente en la ciudad en materia de Salud, deba derivarse enfermos a otras localidades. Tampoco puede asombrar que una maternidad municipal, sea la de Rosario o la de cualquier otra ciudad, se inunde con materia fecal. Lo cierto es que sería poco justo culpar al intendente Miguel Lifschitz por el triste episodio de la maternidad, tampoco es serio achacar el hecho a los funcionarios a cargo del área. Pero que estos hayan hablado de un atentado y sugerido que el autor intelectual fue el gobierno provincial o el peronismo, suena a un disparate tan inmenso que su sola mención, el mero hecho de apelar a tan desgraciada justificación, le hubiera significado al partido gobernante municipal, en una sociedad madura, una reprobación de la ciudadanía reflejada en encuestas y votos. Da la sensación de que los funcionarios que ha n hecho semejante denuncia han justificado y aprovechado una irregularidad, una negligencia de alguien, pensando en las elecciones y siendo más papistas que el Papa, queriendo congraciarse con el intendente y usufructuando una deformación y desinformación social preocupante. Por lo demás, esta denuncia del "atentado o complot de los pañales" más bien parece una venganza política, una respuesta al hecho que la provincia dijera que se hacía cargo del Hospital de Emergencias si la Municipalidad no podía. La realidad argentina es tal, porque los dirigentes políticos son tales. En lugar de estar unidos en causas comunes están desunidos y en causas propias que jamás son la causa del pueblo. El ejemplo triste, entre muchos otros y en todas partes, es el nuevo Hospital de Emergencias que sigue paralizado hace años en la avenida Pellegrini. Salvando las distancias y los marcos referenciales, esta denuncia socialista une a Obeid y a Reutemann, pone a los dos en los banquillos de los acusados. A Reutemann, de una manera reprochable e injusta, se lo acusó de "inundador". Se aprovechó y se sigue aprovechando un hecho trágico, un desastre natural, para hacer política de escaso nivel, apelándose a sutiles y no tan sutiles maniobras comunicacionales. Todo ello a pesar de que fue el mismo Reutemann quien no se ausentó, ni remotamente, del lugar de la desgracia, sino que con botas y campera le tendió literalmente la mano a cada uno de los afectados mientras sus denunciantes brillaban por la ausencia. En cierta medida a la gestión de Jorge Obeid viene a ocurrirle algo parecido: se la responsabiliza indirectamente de atentar contra mamás y bebés inundándolos con "popó" ¿No es demasiado? Pero a Reutemann y a Obeid (y más allá de los errores que seguramente han cometido) los unen otras cuestiones más satisfactorias, como el haber piloteado la provincia en circunstancias caóticas para el país y no permitir su derrumbe; tener las finanzas en inmejorables condiciones, como sucede actualmente, y realizar obras que están a la vista cada día. Obras que muchas de ellas han beneficiado a Rosario y que en gran medida se deben a la decisión política de Obeid y la planificación, desarrollo y trabaj o de su ministro de Obras Públicas, Alberto Hammerly quien, como se sabe, es un hombre allegado y leal al senador nacional Carlos Reutemann, aun cuando muchos pretendan, por mezquinas razones políticas, hacer ver que no es así.


Lealtad
De todos modos, es cierto lo que dice el ARI de Rosario a través de su presidente, Gustavo Gamboa, quien ha apoyado en este marco la gestión municipal en el área de Salud, poniendo de manifiesto nuevamente que es la única fuerza importante que demuestra coherencia y lealtad dentro del Frente. Dice el dirigente que el episodio de la maternidad "obliga a hacer memoria sobre la política de salud pública que el socialismo ha llevado adelante en la ciudad de Rosario, convirtiéndola en modelo para el resto de l país". La verdad sea dicha, y sin ánimo de polemizar con Gamboa, una persona inteligente y honesta, la salud pública rosarina fue buena (dentro de lo que se puede considerar bueno en este país) desde mucho antes. Lo fue con Usandizaga, con Cavallero (por entonces socialista), con Binner y las actuales dificultades que padece seguramente serán pasajeras. Sin embargo, justificativos como los sustentados para tapar lo que más se parece a una negligencia, no dejan de ser pobres y perjudiciales para la pobl ación. Dice Gamboa: "Es necesario recordar que hasta el momento, también la atención de media y alta complejidad, es sustentada por la contribución de los habitantes de esta ciudad, utilizándola el resto de la provincia, contrariamente a lo que los distintos gobiernos provinciales implementaron durante 23 años, adscribiendo prolijamente a las políticas neoliberales de privatizaciones de la época del menemismo". Es cierto, los rosarinos con su contribución participan en las obras. En cuanto a políticas neo liberales y privatizadoras, habría que recordar que el gobernador Obeid decidió que el Estado se hiciera cargo de un servicio tan importante como el agua, y decir para ser justo que la gestión de la empresa estatal, a cargo de Juan Carlos Venesia, ha sido inobjetable. En suma, que hay guerras hasta de pañales, pero paz, ideas y vocación de unidad...
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