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 martes, 19 de septiembre de 2006  
Editorial
Violencia religiosa

Las palabras del Papa Benedicto XVI, quien recordó en una universidad de Alemania hace pocos días pensamientos del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, generó la reacción violenta de grupos musulmanes. La violencia religiosa es una contradicción y una realidad no querida de nuestros días.

En rigor de verdad, el Papa no parece haber cuestionado al islam, sino que se hizo eco de algunos métodos utilizados por ciertos seguidores de esta fe, citando en una casa de altos estudios al antiguo emperador bizantino. Sin embargo, las palabras del obispo de Roma y líder de la Iglesia Católica generaron una reacción excesivamente violenta en algunos exaltados, quienes no sólo incendiaron iglesias, sino que incluso asesinaron a una monja y su custodio.

  El hecho es grave para la humanidad. Podría decirse, acaso, que es excesivamente grave y retrotrae a la civilización a épocas que se creían superadas y en donde las disputas religiosas eran tan absurdas, interesadas y repudiables como tan lejos estaban las religiones del mismo Dios.

  No es del caso considerar aquí si las palabras del Papa fueron acertadas o desacertadas. En principio, y como se expresa anteriormente, Benedicto XVI no se refirió concretamente al islam, sino a métodos que en algunos casos son utilizados por esta fe, como la llamada “guerra santa”. Lo cierto es que mal podría haber el Papa criticado a una religión cuyo Dios es el mismo que la que él lidera, de manera que la crítica papal, si es que la hubo, bien puede decirse que estuvo dirigida a ciertos aspectos y no a los dogmas y mucho menos a los fieles. La reacción que se produjo, en algunos casos es preocupante.

  Desde luego que sería injusto también —y no se trata aquí de complacer a todas las partes— condenar a todos los seguidores del islam por estas reacciones y mucho menos aún al mundo árabe. La exaltación de unos pocos no puede llevar al cuestionamiento de todos.

  Estos hechos de violencia, que han comprendido incluso la muerte de una religiosa católica, no pueden ser justificados por nadie y deben llevar a aquellos que ven en las religiones no sólo un camino para la salvación del alma, sino el medio idóneo para brindar al ser humano una vida digna en este orden temporal, a una reflexión profunda. Esta reflexión en la que deben estar involucrados todos: judíos, musulmanes, católicos, evangélicos, cristianos en general, budistas y de otras religiones, debe girar en torno a la idea de que Dios no es una fuerza destructora, sino creadora. Dios no es hacedor de odios y violencia, sino de amor, porque es amor en sí mismo. Dios no es un guerrero que dignifica la muerte, sino que alienta la vida. Este Dios, que es el mismo y el único para judíos, musulmanes y cristianos, no puede sino estar absolutamente compungido por tanta injusticia, desorden, distanciamiento y odios que, a lo largo de la historia, han puesto algunas de sus criaturas en el planeta.

  Un pensador contemporáneo decía que “si las religiones se enfrentan, el hombre se perderá”. Es de aguardar que haya examen de conciencia de los líderes religiosos y que insten a sus fieles a comprender qué es Dios y qué el compromiso de seguirle.


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