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 jueves, 18 de mayo de 2006  
EDITORIAL
El acierto de controlar la noche

Hace ya mucho tiempo que la noche rosarina, sobre todo durante ciertas jornadas clave como los viernes o sábados, se ha convertido en territorio de tránsito tan complejo como riesgoso. Para ello concurren factores múltiples y muchos son de índole ciertamente cultural, pero en numerosas ocasiones desembocan en un obvio perjuicio para el conjunto de la comunidad, que necesita ser protegida. De allí que resulte valiosa -aunque para muchos se presente como antipática- la decisión adoptada por el municipio de reforzar controles e incrementar en ciento cincuenta el número de inspectores que recorrerán la geografía urbana en el crucial horario que va desde las veintitrés a las siete de la mañana.

La flamante cuadrilla tendrá a su cargo la dura misión de controlar una franja horaria en la cual, sobre todo durante la madrugada, determinados sectores de Rosario se convierten virtualmente en tierra de nadie. Y para que ello ocurra se verifica la nefasta incidencia de una droga legal, cuyo consumo en exceso provoca estragos: el alcohol. Mal ingerido -es decir, en cantidades elevadas y sin haber en muchos casos comido de manera adecuada-, los efectos que provoca son funestos, con incidencia directa en la violencia callejera y los accidentes de tránsito. De allí que controlar su venta y consumo sea factor fundamental y uno de los objetivos prioritarios de los inspectores. Para ello, se deberán vigilar aquellos negocios donde su expendio se halla prohibido- quioscos y salones de ventas-, pero también se tendrá que poner especial cuidado en impedir que se lo venda fuera de horario en los lugares donde hacerlo está permitido, como granjas, almacenes y minimercados. Tarea ardua si se piensa que la transgresión y el disimulo -se vende cerveza de modo encubierto, en envases de gaseosa -constituyen pautas de indudable arraigo en la sociedad.

Pero por más que el control absoluto se presente como una utopía de imposible cumplimiento, se deben valorar los porcentajes. El caso es similar al de la ley que impide fumar en lugares públicos, que en ocasiones no se cumple: es cierto que las violaciones se producen, pero también lo es que se registran progresos fácilmente verificables.

La "cultura de la fiesta" es un hecho concreto: cada vez son más las noches en que los jóvenes salen y retornan, en muchos casos, en horarios matinales. Porque no sólo se sale, sino que se lo hace cada vez más tarde: si dos décadas atrás "la noche" arrancaba a la cero hora, en el presente el momento en que se ingresa a los boliches ronda las tres de la madrugada.

En ese marco multitudinario y propenso al desborde, no es sencillo prometer que no se van a cometer desmanes ni se van a generar desbordes: pero sí corresponde supervisar y hacerlo con rigor en ciertas cuestiones clave. Estas son: presencia de menores en los lugares nocturnos, consumo de alcohol, venta de drogas prohibidas, cumplimiento de los horarios de cierre de los locales y verificación de las condiciones de funcionamiento de los mismos. Si estos puntos básicos son controlados de modo eficiente, se habrá dado un gran paso adelante.
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