Año CXXXVII Nº 49102
La Ciudad
Política
Economía
Información Gral
El Mundo
La Región
Opinión
Escenario
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Educación


suplementos
ediciones anteriores
Salud 03/05
Página Solidaria 03/05
Turismo 30/04
Mujer 30/04
Economía 30/04
Señales 30/04
Educación 29/04
Estilo 29/04
Autos 27/04

contacto

servicios
Institucional

 sábado, 06 de mayo de 2006  
Informe especial de Viajeros del Tiempo. La historia de María Luisa "Laspiur" Cañete
El caso de la mujer degollada en la sección 4ª
El asesinato de una muchacha "de vida alegre" fue capitalizado por distintos sectores para demonizar a las trabajadoras sexuales y su entorno social. No sería la primera ni la última vez

Guillermo Zinni / La Capital

Estamos en el lunes 4 de marzo de 1901, donde a las dos de la madrugada ha ocurrido en jurisdicción de la sección cuarta un crimen cuyos detalles horrorizan y que mantendrán en vilo a los rosarinos durante más de una semana. Este caso fue el comentario obligado en todos los círculos de la ciudad y los diarios locales lo siguieron por varios días como si se tratara de una novela por entregas, aprovechando de paso para vertir sus venenosas opiniones respecto a las mujeres "de vida alegre" y a los habitantes de esa sección, "esa gente que ora debe penetrar en tugurios infames, ora en covachas inmundas, ora en casas habitadas por las diosas de la inmoralidad y la indecencia, causando profundas náuseas y extrema repugnancia en los que no están acostumbrados a contemplar esos cuadros de seres humanos que penosamente se arrastran por el lodo y el vicio".

Para la prensa, en la 4a "se congrega toda clase de gente y abunda la de mal vivir". Allí se reúne "la escoria de la sociedad", por lo que es designada en el típico caló policial como "el W. C. (inodoro) del Rosario". Dentro de la misma, en el número 22 de la calle Balcarce, existe un pequeño cafetín del que ya se han ocupado varias veces los diarios por los hechos sangrientos que frecuentemente allí ocurren, y donde se dan cita todos los cafténs y compadritos que matan su tiempo jugando y bebiendo.

En los altos de esa casa hay tres habitaciones alquiladas a las que se accede por una estrecha y casi recta escalera de madera, y en una de ellas vivía hasta ayer María Luisa "Laspiur" Cañete, una bella mujer que no pudo prever el trágico final que le aguardaba.

EL "PANZON" ALZUGARAY
La noche anterior Apolinario Alzugaray, uno de los "novios" de la Laspiur que también le oficiaba de caftén o "panzón", había estado preso en la misma comisaría 4a por un hecho de sangre, y María Luisa tenía que presentarse en tribunales a las diez de la mañana para declarar por ese suceso, pero por alguna extraña casualidad la muerte la encontró antes.

A pesar de hallarse supuestamente entre rejas, luego se supo que Alzugaray había sido visto por varios vecinos deambulando por la zona del cafetín a la hora del crimen, lo que debería haberlo puesto en la primera línea de los sospechosos pero, también extrañamente y hasta donde la información permite seguir el caso, el panzón nunca se encontró en esa categoría.

La crónica periodística de este caso muestra una infinidad de contradicciones entre los sucesivos partes policiales. En una primera instancia los uniformados sostuvieron, por ejemplo, que a las nueve de la mañana de ese día 4 de marzo Alzugaray había recuperado la libertad y se había dirigido a la pieza de su amante, y que momentos después volvió a esa seccional "azorado, pálido y sin atinar a pronunciar las palabras con coherencia". Allí el caftén habría denunciado que al llegar al cuarto de María Luisa abrió la puerta y retrocedió lleno de espanto ante el horroroso cuadro que se presentaba ante su vista: su querida yacía muerta en medio de un enorme charco de sangre y con la cabeza casi separada del tronco.

Sin embargo, por una declaración posterior se supo que en realidad el crimen fue denunciado por una mujer de nombre Rosario, la que tenía el encargo de ir a despertar a la Laspiur esa mañana para acompañarla a declarar a los tribunales.

EL ESCENARIO DEL CRIMEN
De todos modos, una vez denunciado el delito, de inmediato la policía se dirigió al lugar del hecho. La habitación de la Laspiur era toda de madera, baja, pequeña y estrecha, y se encontraba separada de la pieza vecina por un tabique. Estaba amoblada austeramente: tenía una cama de madera de plaza y media, un velador, un lavatorio, sillas y una pequeña mesa de pino sobre la que había restos de comida y dos copas con un poco de vino tinto.

El cadáver de María Luisa estaba de cúbito dorsal, con los pies del lado de la cabecera, y sólo tenía puesto una camisa. La otra ropa se encontraba perfectamente doblada sobre una silla de pino. La sangre que manaba de la herida había traspasado un colchón de lana y el elástico de la cama, y se había coagulado en el piso.

Todo indicaba que el crimen había ocurrido del siguiente modo: el asesino estaba armado con un cuchillo poco filoso, tal vez mellado. Agarró a la víctima por detrás y le sujetó los brazos. Un primer tajo sólo le produjo una raspadura en la garganta, y habiendo hecho la mujer un esfuerzo por liberarse recibió otro roce con el arma en el brazo derecho. La segunda herida en el cuello, aunque más profunda, era también leve, pero la tercera fue mortal y horrorosa: el criminal le echó la cabeza para atrás y le infirió un profundo corte que le seccionó la aorta, produciéndole una muerte inmediata.

Interrogados los vecinos, dijeron que no habían escuchado absolutamente nada, ni siquiera un rumor de lucha, lo que pareció significar que el homicida era conocido por la Laspiur y que actuó con todo cinismo. Por otro lado, la policía sostuvo que el criminal no había dejado ningún rastro, y que nadie lo vio entrar en la habitación porque todos estaban tan acostumbrados a ver entrar y salir gente de ese cuarto que ya no le prestaban atención.

EL CUENTO DEL AMANTE DESPECHADO
Meses atrás, la Laspiur había ido a trabajar a El Trébol y a Melincué, de donde regresó con unos 400 pesos, los que nunca fueron hallados, y de las escasas alhajas que poseía habían desaparecido dos anillos. De lo poco que se pudo reconstruir de la última noche de su vida, se supo que había recibido a varios clientes y que a eso de las doce había ido al almacén de la esquina para comprar una caja de sardinas y medio litro de vino tinto.

El médico Ferrer, que examinó el cadáver, informó que el crimen se había producido a las dos de la madrugada, y un vecino aseguró que a las tres de la mañana aún había luz en ese cuarto.

Debido al hallazgo de una cabouta(1), los investigadores se inclinaron por la hipótesis de una venganza de algún amante despedido, y febrilmente dedujeron entonces que el dueño del pañuelo habría sabido que María Luisa lo conservaba y que le propuso reanudar la vida marital, a lo que ella se negó y de allí el crimen.

Por este hecho fueron detenidas 22 personas, y un testigo dijo que a las once de la noche de ese domingo María Luisa estaba en la puerta de calle conversando con un sujeto apodado el "Paraguayito" cuando apareció un tercero, un panadero llamado José Barcos o Puig, de unos treinta años de edad, antiguo amante de la Laspiur en San Nicolás, y que subió con ella al cuarto.

Este fue un testimonio muy conveniente ya que desvió la atención de la persona de Alzugaray y, al mismo tiempo, cerraba con la hipótesis de los pesquisas, quienes encontraron por fin al supuesto amante despechado que necesitaban.

HABEAS CORPUS
Un empleado policial, el auxiliar Lucero, fue despachado entonces a San Nicolás, donde la Laspiur era bien conocida, para seguir la pista del panadero. Lucero dio con el tal Barcos en Villa San Benito, un lugar de la provincia de Entre Ríos, cerca de Paraná. Sin embargo el hombre no era ningún caído del catre, y apenas fue anoticiado de su suerte presentó un recurso de hábeas corpus por el cual no podía ser traído ante las autoridades del Rosario sin que antes presentaran pruebas de la presunta culpa de lo que se le acusaba.

A partir del día 12 de marzo de 1901 la crónica se va interrumpiendo. No sabemos cómo terminó la cosa, pero a juzgar por las increíbles contradicciones en que incurrieron los testigos, y hasta la propia policía, no es difícil adivinar que quizá nunca se pudieron reunir las irrefutables pruebas que el "avance de la investigación" requería.

El final de esta historia fue discreto y silencioso: el cadáver de María Luisa fue inhumado en un modesto servicio fúnebre costeado por sus amigas y algunos vecinos y ya nadie, hasta hoy, se acordó jamás del asunto.

(1) "Cabouta" se llamaba en el pintoresco caló de la calle Güemes a cualquier objeto o prenda que se suponía que traía suerte, como un amuleto o talismán. Una de las caboutas más comunes era un pañuelo usado por la persona amada al que se le hacían cuatro nudos en las puntas, y se creía que conservarlo indicaba que los amantes mantenían su promesa de amor a pesar del tiempo o la distancia.


enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto


Notas Relacionadas
Un espíritu independiente

Marco ideológico de la noticia policial de principios del siglo XX


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados