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 domingo, 30 de abril de 2006  
El 33 por ciento es de otras localidades santafesinas, el 11 de Buenos Aires y el 5 de Entre Ríos
El 53% de los alumnos de la UNR no es de Rosario
Representan el 53por ciento del total, en una tendencia que parece aumentar. Estrategias de supervivencia

Silvina Dezorzi / La Capital

La Universidad Nacional de Rosario (UNR) tiene cada vez más alumnos que llegan desde lejos a estudiar en la ciudad. El año pasado, por ejemplo, superaron la mitad de la matrícula: el 53 por ciento del alumnado vino de ciudades y pueblos de la provincia de Santa Fe (33,1 por ciento), del norte de Buenos Aires (10,4 por ciento), Entre Ríos (4,3 por ciento), este de Córdoba (2,1 por ciento) y otras provincias (3 por ciento). Las carreras más elegidas por estos chicos fueron Ciencias Agrarias, donde el 77 por ciento no era de Rosario; Ciencias Médicas y Odontología, con 7 de cada 10 alumnos de afuera, y Veterinarias. En cambio, Arquitectura, Ciencia Política, Humanidades y Económicas muestran una mayoría local. Para los jóvenes que llegan desde otras localidades no siempre es fácil insertarse y permanecer en Rosario; a veces por contrastes con la forma de vida de sus pueblos de origen, otras por lo que les cuesta mantenerse, pese a que muchos viven con ayuda comunal en las 43 residencias estudiantiles que ya existen en la ciudad.

Desde el 2001, la proporción entre rosarinos y no rosarinos que estudian en la UNR se mantuvo relativamente pareja: ambas poblaciones rondaron el 50 por ciento (ver infografía). Sin embargo, durante los dos años más duros de la crisis (2002 y 2003) cayó el porcentaje de quienes venían de afuera y ese guarismo se recuperó, sin antecedentes, el año pasado. Durante el 2005, los estudiantes con residencia en Rosario representaron el 47 por ciento del total.

Una primera lectura hace suponer que la actual bonanza económica de la Pampa Gringa debe incidir en que más adolescentes oriundos del interior provincial puedan incorporar a la universidad (pública y privada) como horizonte de su futuro. Por eso es significativo el recuerdo de la actual titular de Extensión Universitaria de la UNR, Norma Abrahan, quien en el 2001 estaba al frente de la Secretaría Estudiantil. "La crisis del 2001 pegó duro se sintió fuerte entre los estudiantes de afuera", dice.

Para afrontar la emergencia, muchas comunas y municipios se trazaron estrategias de retención universitaria, como alquilar casas para convertirlas en residencias estudiantiles (donde las familias de los alumnos sólo pagan el prorrateo de tasas e impuestos) y otorgar becas totales o parciales. Dentro de esos albergues, además, hay chicos que estudian en otros institutos de educación terciaria o incluso que sólo trabajan.

En otros casos, el alquiler de esas residencias colectivas corre por cuenta de los propios alumnos o sus familias, pero así y todo resulta mucho más barato que hacerlo de manera individual. Por ejemplo, en la de Villa Eloísa cada joven paga unos 100 pesos por mes, en la de Ramallo 70 y en la de Salto Grande, si se está asociado a la Mutual Italiana, sólo 30.

Claro que no es eso lo que le cuesta realmente a cada hogar mandar a sus chicos a Rosario. Según los alumnos consultados por La Capital, los montos mínimos que desembolsan sus familias oscilan entre 250 y 500 pesos por mes. "Por más que con cada cosa que uno paga no se dé cuenta, para nuestras familias representa un esfuerzo enorme", reflexiona Aldana Díaz, de 19 años, oriunda de Ramallo y alumna de Comunicación Social.

En esas cifras quedan incluidos los gastos de residencia, comida, transporte urbano e interurbano (sobre todo, el del irrenunciable regreso al pueblo o ciudad de origen todos los fines de semana), material de estudio (libros o fotocopias) y poca cosa más. Gimnasio, médicos, psicólogo, cursos libres y otras necesidades o gustos se cuentan aparte.

Confirmando la tendencia mencionada, este año están abiertas en Rosario 43 residencias y ya existen 22 convenios firmados por comunas con la UNR (algunas tienen dos, tres y hasta más casas con estudiantes, de allí la diferencia de cifras). Esos acuerdos obligan a la universidad, por ejemplo, a prestarles mantenimiento o mediar en situaciones de conflicto. Por lo demás, los beneficios otorgados a los alumnos que vienen a estudiar de afuera son más o menos los mismos que los que tienen los rosarinos.

El secretario de Relaciones Estudiantiles, Mario Romano, enumera algunas de esas ayudas: becas de transporte, de comedor, para discapacitados visuales y para ayudantes alumnos, gimnasio, pasantías, y servicio de orientación y reorientación vocacional.


Llegar a la ciudad
Pero, ¿cómo transitan estos chicos, la mayoría de sólo 18 años, el desembarco en una ciudad cuyos parámetros de vecindad son diametralmente distintos a los que manejan sus comunidades de origen? Las respuestas de los pibes son muy variables. Dependen, entre otras cosas, de dónde llegan, de cuál es su experiencia previa con la ciudad, del nivel socioeconómico y el bagaje cultural que traen.

Para Elizabeth Genovart, de 18 años, que va por su segundo año cursando Trabajo Social, el choque fue duro pese a que ya tenía a su hermana estudiando en la ciudad. "Imaginate, soy de Lucio V. López, un pueblito rechiquito de población rural que tendrá 400 ó 500 habitantes", afirma. Aun así, y cuando ni loca deja de viajar a su pueblo todos los viernes, ya piensa en quedarse a vivir en Rosario. "Sobre todo si puedo traerme algo más de lo mío", dice. Por ejemplo, el novio.

En cambio, a Aldana Díaz no le costó "para nada" pasar de Ramallo a Rosario. "De lunes a viernes está todo bien y no extrañás". Eso sí, "ni a palos" se queda el sábado, aunque también piensa que podría vivir en la ciudad o en Buenos Aires, "donde encuentre trabajo".

Pablo Cabrera, de 21 años, ya está acostumbrado porque lleva cuatro años fuera de su Cañada de Gómez natal para estudiar Ingeniería Química. Los primeros tiempos, recuerda, "fueron raros: mucho ruido, mucho tránsito, demasiados colectivos"; después, se acostumbró. Y aunque puesto a soñar prefiera imaginarse como ingeniero en su pueblo, sabe que terminará yendo adonde haya más empleo.
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Los alumnos se apilan los fines de semana junto a sus bolsos en la Terminal para volver a sus localidades.

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