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 jueves, 03 de noviembre de 2005  
Una metáfora de la Argentina en esta historia de 45 años

Desde que el diputado nacional Rosario Díaz presentara el proyecto del Apeadero Sur el lejano 25 de agosto de 1960, con el objetivo de que los vecinos de los barrios ubicados más allá de avenida Pellegrini se evitaran la vuelta de 45 minutos por Pérez, barrio Vila y Ludueña hasta Rosario Norte, ha pasado demasiada agua bajo el puente del país.

A los 21 años, el intendente demoprogresista Alberto Natale inauguró el esperado Apeadero Sur, que bautizaron "Juan Carlos Groenewold", en memoria a un funcionario ferroviario fallecido, cuya familia participó del acto de llegada del primer tren, a las 11 de la mañana del 14 de diciembre de 1981.

En apenas tres meses, como se ufanó el propio Natale en el discurso inaugural, la Municipalidad de Rosario construyó el apeadero, un andén de 60 metros de largo por tres de ancho, con un refugio y una serie de luminarias, con el acuerdo de Ferrocarriles Argentinos. Sólo era un lugar de parada, sin boleterías, un simple café y ni siquiera baños.

Luego llegarían la década infame del menemismo, la graciosa privatización de los ferrocarriles a manos de empresas generosamente subsidiadas por el erario público y el abandono del Estado de sus funciones más elementales, al extremo que los pasajeros que bajaban de los pocos trenes que paraban en el apeadero corrían el riesgo de ser asaltados, a pesar de que enfrente se halla la subcomisaría 20ª, en otra metáfora del país del neoliberalismo.

Eran épocas en las que el inefable Bernardo Neustadt profetizaba que había que privatizar los ferrocarriles con el sonsonete de que "perdían un millón de dólares por día". Tanto fue el cántaro a la fuente, que finalmente los ferrocarriles fueron privatizados -a contrapelo de los países más desarrollados que protegen ese medio de transporte social y ecológico- y ahora el Estado les paga una cifra similar a las concesionarias.

"Hasta fines de los 80 el Apeadero Sur funcionó normalmente, pero desde principios de los 90 los trenes eran apedreados cuando pasaban por algunas villas miseria y bajar ahí ya era inseguro", recuerda Diego, un vecino de la zona sur que venía con su abuelo en el tren El Rosarino desde Buenos Aires.

Y ahora, felizmente, los Amigos del Apeadero Sur construyen su propia historia.
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