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 domingo, 14 de agosto de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Como advirtió que la tarde caía, caminó tan rapidamente como su nostalgia se lo permitió hasta el ventanal del hotel. Como siempre, creyó que observar el espacio exterior lo liberaría de la pena, que las últimas luces del día podrían iluminar, acaso un poco, tantas oscuridades en su alma. No sólo que, también como siempre, fue vano, sino que una melancolía repentina y aguda envolvió su alma cuando sus ojos enfocaron por sobre la línea del horizonte y trataron de ver lo que ya no podía ver.

-Domingo de melancolías y recuerdos.

-Allá a lo lejos, en ese mismo tiempo, pero en un remoto espacio, otras figuras, otras almas y otros escenarios lo habían olvidado para siempre. Un nudo se hizo en su garganta, un sutil dolor nervioso recorrió su estómago y su espíritu, asi que para mitigarlo llevó la copa caliente de cognac que el conserje del hotel le había llevado hasta la habitación hacía unos minutos. Para evitar recuerdos, especulaciones y deseos que no podrían cumplirse, bajó la vista hasta el Sena y vio como las aguas del histórico río se iban hacia un destino incierto, desconocido para ellas. "La vida es, en cierto modo, un misterioso río -pensó- el mismo río de Balzac a orillas del cual el noctámbulo escritor paseó imaginando sus historias de la comedia humana; el mismo río por donde Hugo imaginó el perdón a Jean Valjean, el amor de Cosette y la libertad del hombre, es el mismo río que ahora pasa para aquellos enamorados que van tomados de la mano y para un peregrino que camina sin rumbo cargado de tantas soledades. Sí, la vida es un misterio, porque aun cuando es el mismo río, sus aguas no son las mismas, porque aquellas que pasaron no volverán jamás".

-No intentaré siquiera interrumpirlo con una exclamación.

-Las luces y la tarde, ayudadas por el invierno, apuraron la partida y una nubes rojizas, que se fueron haciendo cada vez más oscuras, se posaron sobre la cúpula de la iglesia de Saint Germaint. Sobre una de las paredes del alojamiento colgaba un retrato de Edith Piaf y debajo del romántico rostro acaso la letra de una de sus inmortales canciones: "Los amantes de París se aman con mi canción. Los amantes de París se aman a su manera. Yo les entono canciones más bellas que los días de luz, como cientos de primaveras, y el amor nace de ellas...". Entonces, por más que trató de no pensar, aun cuando por todos los medios evitó reflexionar no pudo lograrlo, y una y cien preguntas, que desde luego no tendrían respuestas, lo asaltaron como fantasmas hambrientos y ávidos de espíritus tristes y desolados.

-¿Qué preguntas?

-¿Acaso el amor, no ese enamoramiento estremecedor, profundo y tan sensitivo como fugaz, también como las aguas de un río, pasaba por delante de los ojos del alma, a veces raudamente, otras despaciosamente, pero sin quedarse? ¿Por qué, de pronto y caprichosamente, el río de la vida arrastra hacia destinos inimaginados a las corrientes cálidas y sosegadas dejando a los enamorados expuestos a aguas turbias y turbulentas? ¿Por qué incluso aquellos espíritus que han hecho del amor un sueño, un ruego, un camino y hasta un destino, de buenas a primeras, despojados de todo y en una soledad de la que hasta el mismo Dios se espanta y huye, son reducidos a figuras macilentas, a meros espectros olvidados? El silencio del atardecer y de las cavilaciones fue partido al medio por las campanadas de la iglesia. Tomó otro trago de cognac y se dispuso para salir.

-¿Dónde podría ir un peregrino cargado sólo con tristezas y con soledades? ¿Dónde tan penosamente lejos de aquel río argentino, de aquellas calles amadas, de aquella gente que, aun cuando no lo había comprendido, él no había olvidado?

-Es cierto, por eso se sentó en un sillón de la habitación, que ya había quedado en penumbras y comenzó a recordar unas palabras: "Habrá un mañana, otro crepúsculo, acaso una persona amada/Tal vez haya una mano que se pose sobre la frente desolada/. Posiblemente, el mismo Dios que huyó espantado,/retorne al menos por las súplicas de los desterrados..." Y así siguió murmurando hasta quedar dormido. Afuera, en las calle de París y en las calles del mundo, nadie reparó que en un segundo todo un universo se había muerto. Hasta mañana.

Candi II

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