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 sábado, 13 de agosto de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Lo que dice la amiga Frida es cierto. Escuche Inocencio: "Cómo me gustaría que usted discutiera con Inocencio en su página Charlas en el Café del Bajo la excesiva publicidad que está teniendo la actitud de una alumna que devolvió una importante suma de dinero que encontró en la calle. ¿Acaso no se trató de un sencillo acto de honestidad, como corresponde a toda persona bien nacida y criada en un hogar que le inculcó valores? Es bueno y loable que la sociedad reconozca la actitud asumida y que, eventualmente, la escuela la premie por ello. Pero el exceso de letra impresa, TV, etcétera, hace pensar que hoy en día, en la Argentina, esto se ha convertido en una conducta excepcional. ¡Cómo estamos! Un saludo cordial. F.B.". ¿Qué opina usted, Inocencio?

-Estoy totalmente de acuerdo con la amiga y ya hemos dicho nosotros aquí que en nuestra opinión en la sociedad de nuestros días hay tanta degradación de valores que los sucesos que deberían ser considerados normales son calificados como fenomenales. Y esto ocurre en distintos ámbitos. En el público y en el privado.

-Es decir, sugiere usted que en una sociedad afianzada en principios éticos, valores morales, justicia y desarrollo estos hechos serían cotidianos y merecerían no más que una justa y acorde mención de reconocimiento y no serían noticia de primera plana.

-En efecto, pero tan mal estamos que actos como este, que hace cincuenta años hubieran constituido un suceso más, loable por cierto y digno de encomio, hoy se vuelven algo fantástico. Pero el caso de fondo a considerar me parece a mí que no es este, porque más allá de que podamos plantear si un hecho de estas características debe ser tratado con tanta difusión, lo que nos debemos preguntar es: ¿cuántos emprendimientos de los gobernantes e incluso de los dirigentes de organizaciones privadas que deberían ser considerados sucesos regulares son ofrecidos hoy como actos excepcionales?

-En tal sentido debo decir, como otras veces, que por nuestros días se levanta como paradigma de gobernante, por ejemplo, a aquel que sostiene a la honestidad como estandarte de función. Y eso es lamentable, porque como bien sostiene nuestra amiga Frida la honestidad debería ser condición sine qua non de cualquier funcionario y no hacerse de ella un fenómeno.

-Y encima cuando a la honestidad se le suma el cumplimiento de un servicio mínimo e indispensable a la comunidad, como colocar una luz, se hace del gobernante en cuestión todo un campeón. ¿Por qué estamos en la situación que estamos? Pues lo voy a definir de la siguiente manera...

-Escucho su definición.

-Cuando las sociedades entronizan las condiciones mínimas que debe poseer un líder y lo exculpan de realizaciones superiores, no puede sobrevenir sino un retroceso, porque el ascenso social no está dado sólo por el acogimiento a las virtudes básicas y esenciales, sino por la creación que el hombre lleva a efecto a partir de ellas.

-Entiendo. Si lo aplicamos al caso de un vecino cualquiera podríamos decir, por ejemplo, que no basta con que piense y exprese que merece una ciudad limpia, sino que debe ejecutar acciones tendientes a eso. Si se trata de un gobernante no basta con que sea honesto, debe ser también talentoso, creativo. No basta con la obra pública, que en el fondo es lo de menos, se necesita la obra en el mismo ser humano. Cuando a mí me dicen que un ministro no roba y que se superó lo calculado en materia de recaudación fiscal expreso: "Señores, si no hay crecimiento del ser humano y del grupo social y no existe justicia en materia impositiva y una equitativa distribución de la riqueza el hecho de que el ministro o el presidente no roben no sirve para nada. Si los derechos básicos del ser humano no son satisfechos y como consecuencia se lo somete a la angustia, ¿cuál es el mérito de la virtud fundamental? Por eso, cuando hablamos de dirigentes se debe exigir no sólo honestidad, sino talento, sentido común y de justicia. Y por eso también se ha dado con frecuencia una paradoja: en la historia de la patria rindieron más aquellos con más talento que virtudes fundamentales. Sin embargo, claro está, ni el talento por un lado ni la virtud por otro pueden llevar, por sí mismos, a una sociedad al éxito.

Candi II

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