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 domingo, 27 de marzo de 2005  
Ahora sí. Trece años de prisión a José Luis Figueroa, detenido por una mujer policía de la TOE que hizo de anzuelo
Condenan a un violador que atacó en zona norte
Actuaba de madrugada y con gorro negro, amenazaba a sus víctimas con un arma y evitaba que le vieran lacara. Cometió estos delitos en 2001. En 1998 había ido a juicio oral por otros tres abusos, pero lo absolvieron

María Laura Cicerchia / La Capital

Buscaba a sus víctimas en un sector solitario y despoblado del noroeste rosarino. Las alcanzaba en bicicleta, usaba el pretexto de que lo seguía la policía para hablarles y finalmente las amenazaba con un arma para violarlas en un descampado junto al arroyo Ludueña. Un juez dictaminó ahora que quien desplegó esa secuencia para someter sexualmente a tres jóvenes en el año 2001 fue José Luis Figueroa, un albañil al que condenó a pasar 13 años en la cárcel mientras se investiga otro abuso, cuya resolución está pendiente de un examen de ADN.

El que acaba de cerrar es el segundo juicio por delitos sexuales que soporta Figueroa, de 37 años. Ya en el año 1998 fue el acusado de tres violaciones en un juicio oral y público del que salió absuelto por el beneficio de la duda y recuperó la libertad tras varios meses en prisión (ver aparte).

En esta ocasión fue el acusado en un juicio escrito a cargo de Luis Giraudo, juez de Sentencia Nº 3. Estuvo imputado en cuatro causas por abusos sexuales que llevan la misma marca. Todos fueron cometidos de madrugada, por un individuo que usaba un gorro negro, atacaba en barrios del noroeste rosarino y se cuidaba de que sus víctimas no le vieran la cara.

Giraudo consideró acreditada la participación de Figueroa en dos de esos hechos y lo condenó a 13 años de cárcel por el delito de abuso sexual agravado por acceso carnal, cometido con arma de fuego. En otra causa en la que estuvo imputado no pudo probarse su participación, por lo que fue absuelto. Mientras que el cuarto expediente sigue abierto, a la espera de que el Ceride informe sobre el resultado de un análisis de ADN. Debe establecer si el patrón genético de la sangre del imputado se corresponde con la muestra de semen extraída a una de las víctimas.

En el invierno del año 2001 la policía receptó varias denuncias por abusos sexuales cometidos con un comportamiento idéntico por parte del agresor. Cuando ya habían ocurrido cuatro violaciones similares, decidieron atraparlo. Así, algunas mujeres policía de la Tropa de Operaciones Especiales (TOE) vestidas de civil salieron a caminar por la zona de los ataques seguidas de cerca por otros colegas que se escondían entre las sombras.

A las 5.30 de la madrugada del 2 de junio de 2001, un hombre mordió el anzuelo. Se abalanzó sobre una joven, arrojó al suelo su bicicleta y sacó un cuchillo. Cuando los otros efectivos de la TOE salieron de su escondite, el sospechoso arrojó el arma y se entregó. "Ya estuve en un juicio y sé lo que tengo que hacer", señaló. Le secuestraron la bici, una sevillana y una mochila con ropa. Pero él negó que algunas de esas cosas fueran suyas.

"Estoy notando que en mi detención hay irregularidades. Tampoco voy a permitir que a mí me agarren en la vía pública y me inventen un procedimiento", se quejó al ser indagado. Pero la búsqueda no había sido a ciegas. La policía tenía delimitada la zona donde atacaba el agresor, un identikit y una minuciosa y coincidente descripción de sus rasgos.

Luego se opuso a casi todas las medidas de prueba. Se negó a participar en una rueda de reconocimiento judicial. Por eso los señalamientos se hicieron por foto. El mismo eligió 49 fotos para que acompañaran la suya en el álbum exhibido a las víctimas.

Uno de los casos en los fue reconocido por las víctimas ocurrió el 13 de mayo de 2001. Esa madrugada L. iba caminando con su novio por Cullen y Juan B. Justo cuando vieron pasar un muchacho en bicicleta, que al instante los encañonó y les pidió que lo ayudaran a "zafar de la policía", que lo perseguía porque había robado la bici.

Comenzaron a caminar apuntados por el arma junto al hombre que despedía aliento alcohólico y olor a tabaco. Al llegar a un descampado bajo el puente Sorrento el extraño hizo acostar al chico boca abajo en un zanjón, lo ató y llevó a su novia de los pelos hasta unos pastizales.

Allí la hizo arrodillar, la amenazó con pegarle un tiro a la cabeza si no hacía lo que él le pedía y la obligó a realizar distintas prácticas sexuales. Y para demostrar que el arma funcionaba, efectuó un disparo hacia el arroyo. Luego regresaron adonde estaba el chico, reforzó sus ataduras y nuevamente desapareció con la chica por espacio de 15 minutos. Tras una nueva secuencia de abusos, dejó a la joven junto a su novio y escapó.

Al poco tiempo, el 27 de mayo, dos chicas que volvían de bailar (una de ellas de 14 años) fueron abordadas en Cavia y Gallardo por un hombre que apareció en bicicleta y las apuntó con un arma. Una vez más, les dijo que lo ayudaran a salir porque lo seguía la policía. En un descampado, las desnudó y las sometió reiteradas veces. Los restos de semen hallados en el protector diario de una de las chicas resultaron compatibles con el patrón genético de Figueroa.
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