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 sábado, 26 de marzo de 2005  
Editorial
Armas y matanzas escolares

Tal como se lo predecía, ocurrió de nuevo: Estados Unidos volvió a ser escenario de una masacre en una escuela. Esta vez sucedió en una reserva indígena de Minnesota, como antes -exactamente el 20 de abril de 1999- había pasado en Columbine, Colorado. Así como en la escuela media de Littleton habían perecido doce alumnos y un profesor, fusilados por dos adolescentes armados hasta los dientes, en la escuela Red Lake seis chicos y una docente fueron despiadada e inexplicablemente ultimados por un chico de diecisiete años que antes había puesto violento fin a la vida de tres personas más, incluido su abuelo. En Argentina, el drama de la escuela Islas Malvinas en la localidad bonaerense de Carmen de Patagones -tres muertos- inauguró una página que hasta entonces se encontraba en blanco. ¿Hasta qué punto incide la facilidad para hacerse de armamento en la gestación de estas trágicas e incomprensibles matanzas? La pregunta resulta meramente retórica si se recuerda que en EEUU acceder a armas de guerra resulta tan sencillo que pueden adquirirse por correo y la mismísima red Al Qaeda recomienda hacerlo a sus miembros, y que en el caso de Patagones el autor de la masacre es hijo de un ex integrante de Prefectura que guardaba armas en su casa.

Vale la pena recordar detalles de la tragedia de Columbine. Ese día, los dos asesinos adolescentes ingresaron a la escuela portando un verdadero arsenal: escopetas de caza, rifles semiautomáticos, pistolas y granadas caseras. Antes, habían sembrado treinta y dos bombas a lo largo y lo ancho del predio del colegio. Sin dudas, para ellos había resultado en extremo sencillo reunirse con un arsenal cuyo siniestro poder quedó fehacientemente demostrado antes de que, cercados, decidieran suicidarse.

La poderosa Asociación Nacional del Rifle no parece percibir, sin embargo, el grave peligro y la política de restricción a la venta de armas no consigue tomar vuelo. En la Argentina, el crecimiento de la inseguridad ha provocado un efecto problemático: el auge de las armas destinadas a defensa personal y patrimonial. La cronista de un matutino porteño observaba tres semanas atrás que a siete cuadras de la escuela Islas Malvinas, en Patagones, en un polígono tres niños de trece años practicaban tiro.

Más allá de aspectos del debate que a causa de su profundidad y extensión no pueden ser tratados en esta columna, la clave de la profilaxis resulta en este caso sencilla: los chicos no pueden tener acceso a las armas.

Pero son demasiados quienes no han tomado nota de ello.
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