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 domingo, 27 de febrero de 2005  
Primera persona
Guillermo Hadad, constructor de castillos
Es el unico maquetista rosarino especializado en cine. Hizo las escenografías de los filmes de Postiglione, Molina y Wenger y se considera un artesano no convencional

Paola Irurtia / La Capital

Dos docenas de carros de combate le dieron la pista: le gustaba hacer maquetas. La sospecha de Guillermo Hadad se consolidó veinte años atrás con el desvelo por representar los detalles de un tanque japonés, en una isla perdida en las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Construir cada palmera le insumió una semana. "No quería hacer otra cosa en la vida más que eso. Hacer cada palmera hojita por hojita, nervadura por nervadura", cuenta.

Hadad es el único maquetista rosarino especializado en cine. Graduado de la Escuela Provincial de Cine y Televisión, recibió dos premios como director de arte en "El chancho con cadenas", un mediometraje de Carlos Coca y construyó las escenografías de la mayoría de las películas de Héctor Molina, Gustavo Postiglione y Mariana Wenger. Pero cuando habla de su trabajo, el tema se concentra en hacer maquetas. "Lo otro -dirigir el arte de películas o televisión- es poner cosas que están hechas", dice. Aunque participó de exposiciones, no piensa su tarea como la de artista plástico: "en todo caso soy un artesano, que se dedica a hacer otras cosas".

Un enorme póster de Batman y Robin de la década del 70, enmarcado en maderas de color azul, ocupa una de las paredes del living de su casa, un departamento de pasillo a metros de Urquiza y Callao. La otra pared tiene cuadritos de afiches de películas llevados a tres dimensiones, estanterías pequeñas, objetos, letras corpóreas, portaretratos con fotos de sus hijos -Antonio, de 10 y Margarita, de 8- todos objetos de su manufactura. Una biblioteca con muchos libros sobre la Segunda Guerra Mundial, y otra con la colección completa de las películas de James Bond habitan los otros dos laterales. La habitación siguiente es el taller, poblado de imágenes cinematográficas, desde los cuadritos tridimensionales hasta la improvisada pantalla que usa para cubrir la luz, una chapita que lleva escrito "Hitchcock".

Las primeras maquetas que armó fueron de "kits" de la Segunda Guerra Mundial, las que se comercializaban en ese momento. "Cuando armé veinte o veinticinco era todo lo mismo, ensamblar piezas", dice. Entonces comenzó a hacer dioramas -las mismas maquetas, pero complementadas con los detalles del paisaje y las condiciones propias del lugar- y se propuso estudiar sobre la guerra. "Si tenía un tanque japonés de 1943, averiguaba que ese tanque estuvo en la isla de Guam en una época en la que hubo muchas lluvias, tormentas y monzones permanentes. Leía y con fotos recreaba la situación: la isla, el barro, las palmeras rotas". El tiempo pasaba por él mientras reproducía cada nervadura de la hoja de una palmera quebrada para colocar junto a su tanque.

"En la época que tendría que haber empezado la facultad me puse a hacer esto, que terminó siendo mi carrera. Hice barro, arena seca, mojada, agua estancada, podrida, con olas, hice todo. Fue como una universidad de la maqueta". Al aprendizaje con la práctica que le dio armar los kits, le sumó la lectura de una enciclopedia española básica para modelismo que salía por esa época. "Me ponía muy ansioso leer y pensar que lo sabía hacer. Hay que ver lo que pasa cuando se seca, o si le ponés más de esto o aquello. Es imposible sacarlo de un libro".

Después de años de escenas de guerra, en 1990 hizo una maqueta de "La ciudad del futuro", que ganó una mención en la bienal de arte joven de Rosario y fue la primera que se animó a mostrar en público. A partir de allí comenzaron a pedirle trabajos para firmas o estudiantes de arquitectura. Vendió la panadería que atendía cerca del teatro El Círculo y nunca más dejó de armar objetos "a partir de lo que cualquier persona consideraría que hay que tirar".

Ese año ingresó en la Escuela Provincial de Cine y coincidió con el proyecto "Pintado de amarillo", de Mariana Wenger, al que considera su mayor trabajo para cine. "Hicimos maquetas desmontables del cuarto de Van Gogh, la oficina de un detective, el cuarto de un ladrón, un exterior de la década del 40 con un montón de edificios, autos que se movían".

Para perfeccionarse, tomó un curso con la belga Danielle Versé -quien hizo maquetas en "Duna", el film de David Lynch, "Tiburón 3" y para la compañía Disney, antes de radicarse en Argentina. "Pude disfrutar de su enorme talento, pero la técnica la tenía casi toda", cuenta Hadad, que colaboró con ella en el armado del set jurásico del Parque de la Costa, en Buenos Aires, y otras publicidades.

La diferencia que encuentra entre ser maquetista y director de arte está en que para armar una escenografía no tiene que construir nada. "Todo está hecho, sólo hay que ponerlo". Aunque acepta que es otra forma de construcción, más cercana a interpretar el perfil y la vida de los personajes con los detalles de su entorno.

Admira ese arte en las películas de Tim Burton y en cualquier otra que esté "cuidada", o "bien hecha", pero su fascinación llega con James Bond o Indiana Jones, "donde aparece una maqueta de algún lugar de Egipto y de repente entra un rayo de luz, le pega a un punto y se refleja en un objeto de otro lado. Ahí si me piro un poco de la película, me imagino cómo lo hicieron, cuánto tiempo habrán laburado, cuánto ganarán por el trabajo".

Los backstage de esos films, que mira por televisión, le alimentan el sueño de esconderse en el set donde esté el "cuartel del malo" y las maquetas que usan para inundarlo, destruirlo o hacerlo explotar, "apenas cuatro veces más chicas, que vienen a ser de unos 25 por 25 metros", o ver submarinos que requieren de cuatro hombres para moverlos por el agua de un estanque. En cambio, lo fastidian los efectos especiales logrados con computadoras, un punto en el que se considera "un poco cavernícola" y que lo enfrenta al séquito de seguidores que quedó anonadado con "El señor de los anillos" o los fanáticos de Harry Potter.

La clave en los trabajos de Guillermo Hadad está en la observación. "Lo tengo incorporado. Voy por la calle mirando al piso, viendo como se forma el musguito entre la pared y la vereda". La otra parte es la paciencia. "Está bueno. No sabía que tenía paciencia y es mejor que no tenerla". Las maquetas "escenográficas", como las llama, tanto como los juguetes, los objetos, las escenografías o la dirección de arte, están plagadas de detalles logrados con los recursos más sencillos o ingeniosos. Si representa una estación portuaria en el río, analiza el brillo del agua, la forma, el efecto del paso de una lancha.

"Investigo, quiero decir, miro. Lleno un cosito con agua y paso el dedo para ver el movimiento que hace. Me interesa desde que hacía las casas bombardeadas de la Segunda Guerra Mundial. Tenía los objetos caídos y destrozados, las paredes viejas, quemadas, los cables que asoman de las paredes rotas. Como se puede ver en cualquier película, como la del soldado Ryan. Le pongo la mayor cantidad de detalles que pueda a una maqueta. No puedo parar, es algo que me encanta".

Esa misma dedicación la vuelca a los objetos-juguetes, una serie de "viejos en motocicleta" ubicados sobre una caja con una manija que al girar mueve la figura. "La gente descubre con fascinación el movimiento del juguete. Es lo mismo que me produce a mí. Nunca hago nada que no me guste".

Esa ilusión de niño constructor de castillos es el encanto que encuentra en hacer maquetas. "Ese ángel que les da la miniatura y hace que la gente las habite con mirarlas".
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Juguetes animados, una de las producciones de Hadad.

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