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 domingo, 27 de febrero de 2005  
Interiores: Corazón femenino

Jorge Besso

La ciencia es un templo lleno de verdades con sacerdotes que las descubren y distribuyen para que sean conocidas por todos los que circulan por fuera de las catedrales científicas. Algunas de estas verdades están a la luz y otras permanecen en las sombras, pero más tarde que temprano la luz de la ciencia termina por disipar la oscuridad y la verdad que antes brillaba por su ausencia ahora reluce por su presencia. Esta vez el haz de luz de la venerable ciencia del Norte de América dio de lleno en el corazón de la mujer: la tensión marital incrementa el riesgo femenino de muerte y enfermedad cardíaca.

La afirmación proviene del Journal of the American Heart Association, un trabajo que se hizo público en estos días en una conferencia internacional en Orlando, Florida. La sentencia tiene un estilo más bien seco, como corresponde a una verdad científica que tiene que mostrar aires de objetividad, o tal vez mejor vientos más que aires capaces de barrer con los pecados de la subjetividad. Ahora bien, lo interesante es la conclusión más importante de semejante investigación dado que con la mayor tranquilidad habla de riesgo femenino de muerte.

Es decir que toda mujer al casarse y también las mujeres que se emparejen con convivencia incluida, al mismo tiempo que contraen matrimonio o pareja contraen el riesgo de muerte. De ser efectivamente así, y debe serlo ya que se trata de la voz de la ciencia (y en principio la ciencia no alucina) las mujeres debieran de ser advertidas del peligro que corre su corazón, por lo tanto ella misma, ya que en el comienzo del amor es más bien difícil de saber qué tipo de marido o conviviente ha elegido.

Es que en el fondo ni los propios masculinos quizás sepan en qué tipo de marido o conviviente se van a convertir si en un engendro normal o en uno patológico teniendo en cuenta además que en ciertos casos no está muy claro que es peor si un marido normal o un marido patológico. La investigación en cuestión se realizó con humanos y humanas de Massachussets por un equipo de la Universidad de Boston, es decir, en un país básicamente "cheto" donde encuestaron 1769 masculinos y 1913 femeninos.

Inesperadamente los investigadores tuvieron que volver a encuestar a sus encuestados y a sus encuestadas ya que los primeros resultados no fueron los previstos, en tanto y en cuanto las cifras de vida mostraban que alrededor del 50 por ciento de los hombres casados tenían más problemas de salud (estrés, colesterol y demás) que los hombres solteros. Con toda evidencia estos resultados no eran convenientes para la investigación, ni mucho menos para la salud social del matrimonio. Razón por la cual rastrillaron por segunda vez la muestra con preguntas (supuestamente) más profundas.

Las más agudas eran si en las peleas de pareja existían "problemas para comunicarse" o bien problemas para "resolver conflictos". Ante semejante interpelación las mujeres comenzaron a decir que efectivamente cuando peleaban con sus parejas o maridos tenían problemas de comunicación. Los investigadores, lejos de desanimarse frente a tan estridente obviedad por ellos mismos provocada, siguieron adelante con su metodología de investigación ya que bien saben los profesionales de la investigación que lo primero a tener en cuenta es un buen método. Y como un método implica los pasos a seguir en una investigación, dieron sin más el paso siguiente muy revelador por cierto, de la audacia metodológica al dividir a las mujeres en dos grupos:

* Las que expresaban sus conflictos, es decir los largaban hacia fuera.

* Las que se guardaban sus conflictos y problemas, es decir que además de vivir la situación problemática se tragaban dichos problemas.

A esta altura del método la investigación ya irradiaba luz por todos los costados, pues el segundo grupo de mujeres era, con toda evidencia, el más afectado. Tras una década de observación y seguimiento a casi 2000 mujeres, finalmente los investigadores lanzaron al mundo la conclusión: por no hablar las mujeres tragadoras de conflictos padecían cuatro veces más infartos y enfermedades cardiovasculares. No deja de extrañar que no se diga nada en la presente investigación respecto de los corazones masculinos, de modo que no sabemos si los hombres no tragan los problemas o bien tienen corazones más fuertes. Lo que no parece muy probable ya que la población de viudas parece más numerosa que la de viudos (al menos por estas tierras).

Una metáfora más o menos universal vincula al amor con el corazón haciendo del cuore el músculo del amor y al mismo tiempo su órgano esencial, ya que es a través del corazón que cuerpo y alma laten y se agitan juntos en un milagro tan extendido como el del amor. En realidad, en cierto modo, se trata de un milagro doble ya que el amor sobre todo en sus momentos top no sólo fusiona dos seres que durante mucho tiempo ni sabían de la existencia del otro, sino que une al cuerpo con el alma. O si se prefiere al alma con el cuerpo, tantas veces tan desarraigados uno del otro y que en los enamorados viajan juntos como lo prueba el aceleramiento de los latidos (sobre todo en la inminencia de los encuentros) o más aún en el fragor del amor que enciende tanto al cuerpo como al alma.

Lo que esta investigación verdaderamente prueba es que la ciencia entiende poco y nada del amor, y otro tanto o aún menos del desamor. No hacen falta investigaciones más o menos burocráticas para saber que los desasosiegos del alma muchas veces se pagan con el cuerpo, y tampoco iluminan demasiado a investigaciones que descubren la pólvora a la vuelta de cada esquina como, por caso, cuando gritan ¡eureka! al descubrir que las parejas en conflictos tienen problemas de comunicación.

Es el momento de recordar a Pascal cuando decía que "el corazón tiene razones que la razón ignora" con lo que es bastante probable que estos investigadores pertenezcan a la razón que ignora. Por su parte las razones del corazón no son encuestables, son más bien inconscientes.
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