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 domingo, 21 de noviembre de 2004  
Punto de vista: El poder de las palabras

Lisy Smiles / La Capital

Un intelectual rosarino, Rubén Chababo, decía a una semana del inicio del III Congreso Internacional de la Lengua Española que el encuentro funcionaba como un pretexto. Un pretexto que hacía de llave mágica para que Rosario abandone su perfil de aldea y se acepte como ciudad. Entusiasmado, convocaba a disfrutar el momento. Durante esta semana que pasó la profecía se cumplió. Ahora, el desafío es sin dudas que los hacedores de esta ciudad escriban el texto.

La palabra empeñada desde que se conoció que Rosario sería sede del Congreso cumplió su cometido. Y no es poco. De un tiempo a esta parte, las palabras han caído en descrédito en este territorio llamado país. "Los fondos llegarán", "se cumplirá con el cronograma de obras", "la ciudad se va a transformar", "se unirán esfuerzos", fueron algunas de las promesas que se escucharon una y otra vez. Y se logró. El poder de las palabras se sintió y la gente respondió, aceptó la convocatoria y mostró avidez por disfrutar de ese nuevo espacio, antes escondido; tomó las calles, plazas, teatros y compuso su propia música.

Ese clima de participación contó con una sorpresiva amalgama: los medios de comunicación. En las radios se dejaron de escuchar los típicos llamados telefónicos sobre deficiencias barriales para dar paso al reclamo de oyentes que querían saber dónde conseguir el discurso inaugural de Carlos Fuentes, o cómo obtener entradas para colmar algún teatro donde escritores de la talla de José Saramago, Héctor Tizón o Ernesto Cardenal desgranarían su pasión por la literatura, la vida. La TV abierta y de cable modificó su programación y hasta transmitió en vivo sesiones, paneles y debates. Los diarios ofrecieron sus tapas al Congreso y abrieron sus páginas a lo que ocurrió en la ciudad transformada en una productora cultural a pleno. Hubo ediciones especiales, suplementos y coberturas extra. El poder de las palabras brindó otro ejemplo: los productos culturales venden.

Pero además esa maravilla que son las palabras, y más cuando se recuperan y demuestran con más fuerza su encantadora existencia, logró que los gobiernos (Nación, provincia y municipio) acordaran sobre un plan de acción. No hubo superposiciones y en cambio se coordinó cada detalle.

El pretexto del Congreso fue así política de Estado. Y eso llevó a que se convocara al sector privado, potenciando aún más ese consenso. Y el acuerdo se extendió, se entendió y logró su cometido. Una vez más, el poder de las palabras dejó otra recomendación, la fuerza que imprime a cualquier accionar la unión de lo público y lo privado cuando la apuesta es clara y ejecutiva.

Y es en ese nuevo escenario que se plantea el desafío de escribir el texto, el guión, para que Rosario pueda transformarse. Ahora sí, no hay dudas. El potencial está, hay infraestructura, pensadores, innovadores, creadores, ganas, energía, voluntad, esfuerzo, inversión. Sólo es cuestión de no volver hacia atrás, dejar que fluyan las palabras, no vaciarlas ni silenciarlas. Aprovechar el momento y crear una agenda clave donde la educación, la salud, el empleo, la producción (incluida la cultural, obviamente) puedan también gozar del poder de las palabras.
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