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 domingo, 21 de noviembre de 2004  
La fortaleza de un hombre que resiste

Rodolfo Montes / La Capital

Cronista y relator incansable de su propia existencia atormentada, Ernesto Roque Sábato conmueve a todos a su paso, emociona, llora sin consuelo en los homenajes y asocia en el llanto a los argentinos de todas las generaciones. A los conocedores profundos de su obra y también a los lectores de circunstancia. Y todo desde una corporalidad envejecida, titubeante y débil, que sin embargo atesora un potencial descomunal: ese foco incandescente del hombre que resiste, socio eterno -en el sentimiento- de cuerpos sufrientes y almas torturadas.

Sábato hace rato que excedió al escritor genial y exitoso. Es un personaje que lleva su mismo nombre, y que busca un lugar en la mesa chica de las grandes figuras nacionales del siglo XX. Sábato es la zona pensante de la clase media argentina, que balbucea su desconsuelo, la patria frustrada y el recordatorio permanente de la próxima derrota. "Estoy mal", termina diciendo en una carta famosa. Pero curiosamente, y desde algún sitio de sus oscuros diagnósticos, alumbra el hombre entusiasta, capaz de cruzarse el Atlántico por una fiesta Real, o hacerse regalar una camiseta de fútbol en un insólito acto (en el estadio de Central), o visitar la casa natal de Ernesto Che Guevara en Rosario.

Nació en Rojas, Buenos Aires, en 1911. Su padre fue campesino, inmigrante, y no pudo firmar el acta de casamiento con su madre porque era analfabeto. Su madre, en cambio, sí era letrada. Ernesto recuerda que ella le compró los primeros lápices de colores. Por entonces, llegaba corriendo a su casa y se tiraba en el piso, panza abajo y dibujaba con devoción. Allí nació su vocación artística, la pintura; luego abandonada por la literatura, pero que al cabo de los años retomó, como entretenimiento (para "curarme, para descansar", suele decir).

Pero no fueron la pintura, ni la física ni la matemática, que estudió en la Universidad Nacional de La Plata para abandonar al cabo de algunos años de obtener un doctorado, lo que cambió su vida y lo catapultó. Fue la literatura. Su obra, traducida en cerca de 20 idiomas, incluye tres novelas, "El Túnel" (1948), "Sobre héroes y tumbas"(1961) y "Abaddón el exterminador" (1974), junto a ensayos y artículos. Lo que para muchos fueron "pocas novelas", para Sábato fueron demasiadas. Es ganador del Premio Cervantes, pero cree que es recomendable "ponerse a la defensiva, en guardia" ante la "facilidad para escribir que tenemos los escritores". Fue poco pero bueno, y muy vendedor. Diez años después de la primera edición de "Sobre héroes y tumbas" ya había vendido 200 mil ejemplares. Y eso ocurrió hace más de treinta años.

Con sus posiciones políticas fue coherente a lo largo de casi un siglo. Siempre cercano "al socialismo y al anarquismo", nunca pudo terminar de resolver el problema de la existencia o no de Dios. De todos modos, su lugar desde siempre, fue "andar cerca de los ateos de mi barrio".

Fue y es un escritor político, que no elude los compromisos sociales. La máxima relevancia mundial la obtuvo por sus novelas, pero también por dirigir la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep), que en 1984 emitió un histórico informe sobre el genocidio militar de Videla y compañía. Se conoció como "El informe Sábato". Fue un gran aporte al esclarecimiento de los hechos, que no oculta un error político cometido por Don Ernesto en 1977, cuando aceptó almorzar (y luego se arrepintió) con el ex presidente y dictador Jorge Rafael Videla, para conversar sobre "proyectos culturales". Supo definir, a propósito, que "vivir es acumular equivocaciones".

Hizo de su vida un elogio al sufrimiento existencial, "la esperanza es insensata" le gusta definir, y también a la fidelidad. Con un barrio del Gran Buenos Aires, Santos Lugares, donde vive hace casi 55 años, y con sus mujeres. Matilde Kusminsky, su esposa y eterna compañera -ya fallecida-, con quien se casó en 1936 con la autorización de un juez de menores. Y ahora con su secretaria, y compañía permanente, Elvira González Fraga. Que ya era su secretaria con Matilde en vida. Y que ahora se convirtió en compañera inseparable.

Sábato, testigo clave de un siglo, viene amagando su propia despedida, que por suerte no se concreta. La fortaleza de su mensaje ético y humanista, y su conducta insobornable, van a permanecer siempre.
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