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 sábado, 20 de noviembre de 2004  
Roberto Fontanarrosa y una intervención memorable en el Congreso
Un lugar para las malas palabras
El escritor y humorista rosarino hegemonizó la atención del público en la tercera sesión plenaria

Osvaldo Aguirre / La Capital

"Lo que voy a hablar no tiene nada que ver con el tema de la mesa", advirtió Roberto Fontanarrosa al iniciar su intervención en la sesión plenaria de la tercera sección del Congreso de la Lengua, "Español internacional e internacionalización del español", que se realizó en el teatro El Círculo. "Un congreso es un ámbito apropiado para plantearse preguntas y eso es lo que voy a hacer. ¿Por qué son malas las malas palabras?", agregó el escritor rosarino, para comenzar una notable intervención en que provocó las risas del público y, entre parodias y juegos de palabras, dejó planteada una reflexión para tomar en serio.

La sesión plenaria fue abierta por el historiador mexicano Enrique Krause. Luego siguieron Francisco de Bergia, directivo de la empresa Telefónica, el periodista y ensayista español Juan Luis Cebrián y el escritor mexicano Federico Reyes Heroles. La mesa redonda fue cerrada por el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique y el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, cuya participación no estaba prevista en el programa y que improvisó su discurso, al igual que Fontanarrosa, aunque con menor éxito (ver aparte).

Después de las exposiciones, se abrió una ronda de preguntas. El directivo de Telefónica pasó un apuro cuando una mujer del público recordó que esa empresa había llegado al país en los años 90, en el prólogo de la crisis económica que estalló a fines de la década, y le preguntó si pensaban hacer algo para reducir la brecha entre pobres y ricos. "La pregunta no es muy oportuna -repuso Francisco de Bergia, algo desconcertado-. Venimos a la Argentina con clara intención de hacer inversiones estables y duraderas. Hablamos y pensamos en español y queremos seguir pensando en español. Es todo lo que puedo responder". El moderador de la mesa redonda, José Claudio Escribano, subdirector del diario La Nación, pidió a continuación que las preguntas "conciernan al tema".


Una familia marginal
"¿Por qué son malas las malas palabras? ¿Son malas porque les pegan a las otras? ¿Son de mala calidad, y cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿Quién las define como malas palabras?", se preguntó Roberto Fontanarrosa, entre las risas incontenibles del público y los rostros serios de algunos de sus compañeros de panel. "Tal vez sean como esos villanos de la televisión, que al principio eran buenos pero a los que la sociedad hizo malos", agregó.

El propio panel en que se encontraba fue un tema de humor. "Es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado un escribano" dijo Fontanarrosa, en alusión al moderador. También cronometró su intervención, en una parodia de la forma en que Federico Reyes Heroles, quien le antecedió, midió los diez minutos exactos que se permitían a los expositores: "ha impuesto un estilo", bromeó.

Las malas palabras "son más saludables, más fuertes", "brindan otros matices" y constituyen "una familia marginal" del lenguaje, afirmó Fontanarrosa. Después de recordar que también se las trata de palabrotas, asoció este término con las "carotas" de las películas de Federico Fellini y concluyó que reflejan una mayor expresividad. "No es que haga una defensa incondicional y quijotesca, algunas me gustan, otras no. Hay malas palabras que son irremplazables por su sonoridad, su fuerza y su contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta o que es zonza que decir que es pelotuda", ejemplificó.

A continuación, parodió el análisis lingüístico: "El secreto de la fuerza (de la palabra pelotudo) está en la letra t: anoten, las maestras". También se preguntó si el Diccionario de Dudas abordaría esa cuestión.

"Hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra carajo. Están las islas Carajo, en el Caribe, y el carajillo, en español. La palabra mierda es irremplazable", opinó Fontanarrosa y a continuación advirtió sobre "la triste función" de los puntos suspensivos que suelen censurar la inscripción de ese término en los diarios.

Fontanarrosa apeló a su memoria familiar, al recordar que "en ningún momento se impuso eso de eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca". "Cuando mis primos venían a mi casa me decían vamos a jugar al tío Berto (personaje al que evoca en un cuento de su libro "La mesa de los galanes"): se escondían en una habitación y puteaban. Fíjense lo que lograba que no hubiera televisión", contó. "Mi viejo era lo que se llamaba un mal hablado, un bocasucia, expresión antigua que se sigue empleando. Habrá que ver qué dice este Congreso", dijo y provocó más risas.

"Atendiendo a las condiciones terapéuticas pido una amnistía para las malas palabras. Vivamos una Navidad sin malas palabras, integrémoslas al lenguaje y cuidemos de ellas, porque las vamos a necesitar", concluyó Fontanarrosa.
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Fontanarrosa pidió "amnistía" para las malas palabras.

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