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 viernes, 10 de septiembre de 2004

Editorial
El verdadero riesgo ecológico

Uno de los principales aportes al debate de ideas en las postrimerías del siglo veinte fue el que se realizó desde la esfera de la ecología. Rompiendo con la burbuja de optimismo vinculada con la noción de progreso material lineal -que presuponía el derecho natural del hombre para consumir sin límites las riquezas del planeta-, la luz de alarma que encendieron los ambientalistas significó el nacimiento de una nueva conciencia, íntimamente relacionada con los movimientos juveniles que conmovieron al mundo occidental a fines de la década del sesenta.

En el presente, sin embargo, existen nuevos y polémicos puntos de vista en torno de esta cuestión, que de ocupar un espacio residual en el terreno de la cultura popular ha pasado a transformarse, casi, en lugar común. Por tal razón causaron estupor las últimas declaraciones del prestigioso ecologista danés Bjorn Lomborg, quien aseguró que "el planeta está cada vez más sano y los verdaderos problemas son la pobreza, la malnutrición y las enfermedades".

Los aspectos renovadores del planteo del científico escandinavo pasan por el fuerte cuestionamiento al prisma tradicional de la ecología y por asegurar, concretamente, que los indicadores ambientales "mejoran". Con datos en la mano, contó en una reciente entrevista publicada por un medio español que la polución ha descendido de manera notable en las últimas tres décadas. La contrapartida de este fenómeno -que por supuesto se limita al próspero y educado Primer Mundo- son los países pobres, cuyas prioridades obvias pasan muy lejos de los cuidados medioambientales.

Lo más curioso del análisis realizado por el especialista nórdico es que escapa de los parámetros de su propia disciplina y se sumerge de lleno en aspectos de clara índole política. La cuestión del hambre, por ejemplo, mereció de su parte un diagnóstico contundente: "La proporción de gente hambrienta en el planeta ha pasado del 35 al 18 por ciento y más de dos mil millones de personas ya no pasan hambre. Hemos resuelto en un alto grado el problema. Quedan ochocientos millones de personas que aún lo padecen, pero no por falta de comida sino de dinero para comprarla. De lo que hemos de preocuparnos es de hacer a la gente pobre más rica".

La visión pragmática, casi cruda, de Longdorf lo lleva incluso a descartar los potenciales riesgos de la polución orgánica -"los pesticidas acercan los vegetales a la gente pobre; si no fuera así, en Estados Unidos habría 26 mil muertos por cáncer más cada año ya que la dieta es responsable del 35% de los cánceres", dispara- y del calentamiento global, hasta el punto de relativizar la importancia del protocolo de Kioto.

Pero lo verdaderamente revulsivo de la visión del danés pasa por su convicción de que el planeta sólo será viable, como totalidad, en tanto y en cuanto los poderosos comprendan que una mejor distribución de la riqueza sería la medida ecologista por excelencia. Nada novedoso, por cierto, pero sí cuando se lo asegura desde una perspectiva originada en la preservación y el cuidado del medio ambiente.

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