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 viernes, 10 de septiembre de 2004

candi
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-Ayer, sobre el final, recordé aquel pensamiento de Aristóteles: "El hombre solitario es una bestia o un dios", y usted, Candi, dijo que "el hombre en soledad es un ser que se debate entre la bestialidad y la divinidad, cae en el pecado o muere por el vacío o se redime o resucita por el mismo vacío".

-Hablamos por supuesto no de la soledad esporádica que sufre una persona, sino de aquella soledad crónica, cuasi patológica, que caracteriza a ciertos seres humanos y que resuelven más tarde o más temprano por vía de la exaltación de virtudes y sentimientos, o no. Esa soledad es la consecuencia de una débil o nula interrelación con el resto de la sociedad humana, en la que el individuo se siente extraño, muchas veces incomprendido y hasta intolerado. Y con frecuencia también este solitario ser humano no comprende y hasta no tolera al resto y entonces no le queda más remedio que replegarse, aislarse. Es en este aislamiento en el que libra las batallas más duras y dramáticas. Moviéndose de manera pendular, este ser va desde la divinidad hasta la bestialidad, desde el pecado a la redención, desde el amor al odio. Hasta en ciertos momentos llega a odiar su propia existencia, supone que él, en este contexto creativo, es un error, una consecuencia no querida y por lo tanto no contemplada por el amor de Dios o la gracia de la naturaleza.

-Hablamos siempre de determinadas personas, digamos un número exiguo y que corresponde a un grupo especial de la humanidad que ya diremos cuál es. Pero, ¿cómo se puede ser bestia por un instante y Dios por otro?

-Este hombre en soledad, procura llenar su vacío existencial. Casi siempre se da el hecho de que estos seres son de un espíritu profundo, inteligentes, de genialidad y sabiduría innata y para colmar sus necesidades buscan primero el ideal. Lo buscan por todas partes e infructuosamente. La sociedad a veces suele calificarlos (por ciertas particularidades de esta búsqueda) como insensatos libertinos o suele condenarlos sin piedad con un calificativo que lejos está de definirlos. Como este vacío existencial difícilmente puede ser llenado por la aparición del ideal que este ser busca para su vida (no porque el ideal no exista, sino porque la humanidad lo secuestra y mata permanentemente), entonces aun contra su voluntad, aun contrariando sus principios y desesperadamente, lo busca en la satisfacción irrefrenada de los placeres. Aquí aparece lo que Aristóteles llama la bestia y lo que la sociedad formal ve con malos ojos y repudia. Pero quién puede comprender a este ser humano en soledad y bestializado sabe que esa bestia lleva dentro de sí un fuego sagrado que es respetado hasta por el mismo Dios.

-¿Cómo es eso? ¿La bestia respetada por Dios? Le dirán hereje.

-Claro, pues este ser genial revolcado en el infierno, entregado a los placeres más inicuos, a los pecados más ominosos, en su intimidad reniega de esa circunstancia porque sabe que ese tampoco es su mundo. Lo que la sociedad no comprende es lo que Dios observa con antelación.

-¿Qué cosa?

-Que la bestia pasará en un momento a pergeñar, a modelar, ese ideal que no ha encontrado. ¿Cómo lo hará? Encontrándose a sí mismo y haciendo lo que él en realidad sabe hacer: crear. Creará poemas, cuentos, novelas o una melodía eterna y maravillosa. O bien combinará colores y trazará figuras o tallará un material hasta darle vida. ¿Entiende? Y si no crea por medio del arte, este hombre saldrá en un momento de su cueva para crear a través de un servicio o una proclama, para que alguien al menos intente comprender su mundo y sus principios. Principios, Inocencio, que de aplicarse, téngalo por seguro, que derivarían en ese mundo que Dios quiso para el hombre y que el propio hombre desechó. Muchos seguramente no escucharán a la bestia divinizada, otros, incluso de posteriores generaciones, la admirarán.

-Decía Camus en una de sus obras: "Acá mismo, sé que jamás me aproximaré bastante al mundo. Me es preciso estar desnudo y luego arrojarme al mar, todavía bañado por la sal y las esencias de la tierra. Anudarme a él, y esperar el abrazo por el cual, suspiran, desde hace tanto tiempo, la tierra y el mar".

-Eso sugiere, precisamente, esa soledad que padece el genio que Camus resuelve, como todos los sabios, por la vía de la creación y el compromiso.

Candi II
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