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 domingo, 11 de julio de 2004

El barrio de los pescadores
Entre el puente a Victoria y Granadero Baigorria se levanta el Remanso Valerio, un conglomerado de casas humildes y gente ligada al rio

Gabriel Zuzek

La primera imagen que se ve cuando se abren las puertas del Remanso Valerio son las manos extendidas a manera de abrazo de la figura del Cristo de los Pescadores. El Remanso, como lo llaman las setecientas almas que lo habitan, es un barrio de pescadores que apoya uno de sus hombros en el puente Rosario-Victoria y el otro en la localidad de Granadero Baigorria. Es un barullo de casitas humildes, de pibes que corretean por las caminitos de tierra y de gente cordial con el corazón y el alma enlazados al río.

Remanso Valerio nació hace aproximadamente unos ochenta años, cuando los isleños arribaban a sus costas para vender el pescado y con el paso del tiempo empezaron a quedarse. Los Marine, los Díaz, los Cuello, fueron las primeras familias que fundaron el barrio y el nombre -según cuenta la leyenda- se lo dio una tragedia, cuando una embarcación pequeña comandada por un capitán llamado Valerio se fue a pique en el remanso.

En la casa de los Díaz es un sábado de festejo. Eduardo o Lalo, como le dicen todos, cumple 50 años y hace 44 que vive en el barrio. "Nosotros somos de Entre Ríos, como se dice normalmente inmigrantes de la isla a la ciudad. A mi familia la trajo la creciente, por eso como venimos de la islas a la ciudad le decimos tierra firme. Es muy distinta la vida acá porque en la isla dependemos de una lancha que te trae la mercadería. Pero allá o acá siempre vivimos del río".

En el patio uno de sus hijos repara con habilidad y sorprendente rapidez un tejido dañado mientras desde el corral cuatro relucientes chajás lo observan con displicencia. Lalo toma un mate con parsimonia y habla con un timbre de su voz que es casi imperceptible. "El pescador ya nace pescador, es como un eslabón más de la cadena -dice-. Pescador fue tu bisabuelo, tu abuelo, tu padre, vos, tus hijos y el día de mañana tus nietos. Así que no puedo decir exacto cuando empecé, desde chico que ando arriba de la canoa".

Llaman a la puerta y se forma un remolino de parientes y amigos que pasan a saludar a Lalo por el cumpleaños. Entre sonrisas y abrazos afirma que él ya no quiere que le festejen los años. Y enseguida vuelve a su tema: "aunque el río cambió mucho yo siempre salgo a pescar. Ahora tenemos que volver a andar un poco a remo porque lo que a nosotros nos jode es el precio de la nafta".

A la playa del barrio se llega por un sendero casi en picada. Allí, una hilera de canoas descansan sobre la arena y contrastan con el gigantesco puente. En una de las casas que están sobre la costa vive Maximino con su familia. Es oriundo de Puerto Gaboto, tiene 45 años y hace cuarenta que es vecino del Remanso. Sus hijos de 22 y 21 años también son pescadores.

"Es una vida sacrificada porque se sale temprano a la mañana y llegas al otro día al mismo horario", explica Maximino, sentado en una canoa que hay que reparar. "Llueve o truene tenés que estar igual. Antes nosotros aprovechábamos sábados y domingos pero ahora han sacado una ley en Victoria que no se puede pescar los fines de semana". Y deja sentada su opinión: "yo pienso que parando dos días en la semana el pescado no se va a criar ni a reproducir, porque se está exterminando mucho y con el tiempo se va a terminar".

Marcos Gracia tiene su casa en un lugar casi privilegiado. Vive en la barranca que da justo sobre el remanso propiamente dicho. Tiene 29 años y desde los nueve que está subido a una canoa. "Lo de la pesca es algo que se tiene que llevar adentro. Yo empecé como peoncito con mi tío, y a mí lo qué mas me duele es que me parece que tengo que cambiar de rubro porque esto ya no da más", dice. Sin embargo, a Marcos no le gusta nada lo que se ve arriba, "en la ciudad". El Remanso es un mundo aparte.



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